_
_
_
_
Migrados
Coordinado por Lola Hierro

¿Dónde están mis karelas?

Karelas al curry. cc Upendra Kanda
Karelas al curry. cc Upendra Kanda

El karela es una hortaliza tropical con una textura similar a la de la chayota, no tan dulce, cubierta de verrugas y de forma oblonga y alargada y con un intenso sabor amargo, dicen que el más acre entre todas las hortalizas. De ahí su nombre anglosajón: melón amargo.

En la India suelen prepararla con patatas y acompañada de yogur para contrarrestar su intenso gusto, o frito y rebozado en especias y picante.

Sin embargo, cuando los indios llegan a España, pronto se ven en el supermercado con un carro en el que han introducido una moneda que equivale a 78 rupias, paseando por el pasillo de verduras en busca de ocra, jamun o gwar, donde no hay más que lechugas y berenjenas. Es entonces, en los pequeños detalles domésticos, en apariencia nimios, donde uno comprende que ya no vive más en su nido, que es trashumante, vagabundo de la aldea global donde su tierra no era más que una callejuela, que sus costumbres no son comunes y que la normalidad, en cada sociedad, solo quiere decir una cosa: “sé como nosotros”.

Ahora la boca tiene que girar en sentido inverso a los pensamientos y debes abandonar tus palabras, debes aprender nuevos términos, nuevos conceptos, nuevas prioridades e incluso nuevas formas de relacionarte. Tus costumbres pueden resultar graciosas y misteriosas, algunas desagradables e inadecuadas, otras caen en el saco de la inutilidad y comprendes que la necesidad se impone a las ideas y conceptos, por no hablar de los preceptos.

La vaca que era sagrada allí, es triturada aquí en el pasillo cárnico, el toro lanceado en televisión, el cerdo se asa a la brasa y hasta la sangre y los andares del animal se comen. Puede resultar turbador si se proviene del país con mayor población vegetariana del mundo.

En la televisión no emiten telenovelas de rencillas retrógradas entre suegras y nueras o esposos machistas que hacen de mediadores entre ellas. Aquí se emiten debates sobre la vida íntima de las personas, se insulta y ofende libremente, se hace espectáculo de la ignorancia. Cada uno tiene sus costumbres y hay que respetarlas.

Venta de frutas en isla Elefanta, Bombay. / Lola Hierro

Ni siquiera sabes que la emoción que oprime tu pecho en los momentos de soledad, aquella congoja indecible, el sentimiento de inseguridad y desasosiego recibe en castellano el nombre de “añoranza”. Sí, ser emigrante es volver a ser niño otra vez. Hay que olvidar para aprender. Borrar nuestras huellas, deshilvanar las costuras de nuestro pasado. Algunos que se llaman Manoj o Vinod prefieren ser llamados como Manolo y Víctor para simplificar. La despersonalización también viene acompañada de un aspecto positivo: uno comprende que a pesar de las costumbres, el idioma, la vestimenta o el color del pelo, todos somos igualmente diferentes.

Llegado a este punto, la casa se convierte un búnker de las tradiciones, es el remanso donde uno riega sus maltrechas raíces, donde hace nostalgia de la patria y la engrandece y dibuja a medida. Como se hace con los fallecidos, se olvida sus pecados y errores y magnifica sus aciertos. Es bien sabido que menudo lo vivos se hunden en el agua y los cadáveres terminan flotando.

Uno comienza a buscar a sus semejantes, a entablar relaciones con personas que provienen del mismo vientre, compatriotas que nos ayudarán a conservar nuestro universo mental, una idiosincrasia paralela. Se fragua la camaradería de los pasajeros en un bote abandonado en alta mar: comprenden la nostalgia y comparten el desarraigo. Todo para crear una pequeña India en España, pero, ¡ay de ellos!, que cuando vuelven a la patria también aspiran crear una pequeña España en la India, y comprueban al fin que aquellos espejismos solo habitaban en su corazón.

Es al regresar cuando el emigrante entiende que su tierra tampoco es suya; no queda nada tal como era: los rostros, las casas, las calles… Todo ha cambiado. Han cortado el hilo de su cometa, saqueado su cuna y la sombra aciaga de este descubrimiento tizna sus recuerdos. Pronto el emigrante se descubre en una frontera invisible, en tierra de nadie: no soy de aquí ni soy de allá, como diría Facundo Cabral.

Un puesto de verduras en Bundi, India / Lola Hierro

Pero no puede uno detenerse a reflexionar, vivir es demasiado caro. Un emigrante es un funambulista sin un cojín de seguridad: ha de alcanzar el otro extremo si quiere sobrevivir. Huyendo como viene de un pasado que lo acorrala, debe rondar las oportunidades como un cuervo desde la alambrada, hay que mimetizarse al entorno, no puede uno convertirse en estatua de sal, es preciso buscarse el pan y luchar por salir adelante huyendo de la pobreza y la escasez que vivió. Para eso vino, para correr tras la zanahoria, como un ratoncito en una rueda. Que igual que avanza, retrocede.

Cuando era pequeño, anualmente, por las fiestas de Diwali se organizaba un sorteo en el club hindostánico. Mi madre ganó el primer premio. Era un regalo muy simbólico y, sin embargo, después de tantos años, es solo al volver la vista atrás cuando comprendo el valor de aquel obsequio: un viaje a la India. Aquel galardón no era solo un vuelo a un destino común, no, era la posibilidad de una vuelta a los orígenes, un retorno al útero, el ansiado reencuentro con familiares y seres queridos, con imágenes y evocaciones del pasado, tregua al dolor y la melancolía, trago de agua para el corazón sediento del forajido; aquel premio era un viaje a la esencia y el átomo de nuestro ser, un viaje al amor, que solo los emigrantes pueden comprender en toda su magnitud. Pero cuando recuerdo que mis padres devolvieron el billete y con el dinero que recibieron a cambio, compraron bicicletas para mis primos, mis hermanos y para mí, no puedo más que recordar con agradecimiento el Diwali que aprendí a pedalear, a que el viento soplase en mi cara con alegría bajo el sol de la tarde y el sacrificio que ellos hicieron porque habían amarrado sus raíces al noray de una tierra nueva.

Y es que eso es el emigrante: puede ser manipulado por el poder, puede ser tirado al suelo por la burocracia, puede ser cubierto de tierra por la ignorancia de los prejuicios, puede ser enterrado por la injusticia y, a pesar de ello, florecerá, porque el emigrante es semilla.

Cuando a los políticos se les llena la boca de hablar de movilidad exterior, de jóvenes talentos que van al extranjero a formarse para luego regresar voluntariamente y no empujados por la necesidad y el hambre, por el instinto de supervivencia, no puedo dejar de pensar que, emigrante sí: por amor, por crecer, por aprender y vivir, para comprender que somos pequeños príncipes libres de la estampa educacional que nos fue impuesta cuando no teníamos edad para defendernos de ella. Pero no emigrante forzado por la mala gestión, por la incompetencia política, por la ineptitud organizacional, por el canibalismo capitalista, por la voracidad o avaricia de unos pocos. Entonces ser emigrante es un dolor, es un estigma, es una pena, es un exilio, es un rapto. Es una injusticia que enmudece, que amordaza y hiere a aquellos que no pueden mirar atrás y sólo les queda correr hacia delante, sin saber a dónde van, pero huyendo del pasado que tanto añoran y al que ya jamás, jamás, podrán volver.

Es entonces cuando uno siente un amargor en lo más hondo de su ser, un regusto acre y seco le inunda el paladar, muy parecido a un plato que el ser amado le cocinaba cuando era pequeño, y uno no puede menos que recordar aquellos días fugaces y preguntarse con angustia: ¿dónde están mis karelas?

Comentarios

Independientemente de que se esté de acuerdo o no con el contenido, creo que éste es uno de los posts mejor escritos de todos los que han aparecido últimamente en El País. Enhorabuena.
Sí, pero al final siempre quedan los niños.
Me gusto mucho Por qué se dé lo q hablas Nací en tenerife , soy medico Y apreció la virtud de las dos culturas
¡Excelente post! Una descripción del destierro y del arraigo de lo mejor que he leído, y que comparto, como varias veces trasplantado. Estupendo; ¡Felicitaciones!
Independientemente de que se esté de acuerdo o no con el contenido, creo que éste es uno de los posts mejor escritos de todos los que han aparecido últimamente en El País. Enhorabuena.
Sí, pero al final siempre quedan los niños.
Me gusto mucho Por qué se dé lo q hablas Nací en tenerife , soy medico Y apreció la virtud de las dos culturas
¡Excelente post! Una descripción del destierro y del arraigo de lo mejor que he leído, y que comparto, como varias veces trasplantado. Estupendo; ¡Felicitaciones!

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_