La burbuja de los mercados pijos
Seguramente los propios ciudadanos nos hemos vuelto tan idiotas que preferimos pagar cuatro euros por un pincho exiguo en un pseudomercado cuqui a hacer la compra en uno de verdad y cocinar en casa
Mucho se habla de que Francisco Rivera no asistió al funeral de la Duquesa de Alba, pero no lo suficiente del espacio gastronómico que el exyernísimo acaba de abrir, junto al periodista Carlos Herrera y otros socios, en Sevilla. La Lonja del Barranco, antaño epicentro del comercio de pescado en la ciudad, cerró sus puertas en 1971, y ahora resucita transformado en lo que se viene llamando un “mercado gourmet”, con unos puestos para tomar desde un pisto a un sushi pasando por un salmorejo o una simple caña.
No he visitado el lugar, y por lo tanto no puedo opinar sobre la calidad del proyecto del extorero y el locutor. Tampoco conozco Sevilla lo suficiente como para pronunciarme acerca de las quejas vecinales que han suscitado sus terrazas exteriores. No lamentaré incluso que la empresa de Fran arrebatara la adjudicación del espacio a la de Sergio Ramos, a pesar del valor simbólico de advenimiento del Apocalipsis que habría tenido ver al jugador inaugurando un negocio gastro.
Sólo quiero manifestar mi cansancio con este tipo de falsos mercados, que se suelen presentar como una “renovación” de los antiguos cuando en realidad significan su suplantación. El de San Miguel, en Madrid, es el ejemplo máximo: un lugar transformado en bar multioferta para turistas en su propia ciudad, en el que para dar ambiente se han dejado tres o cuatro puestecillos testimoniales con fruta, verdura o pescado a precio de cocaína.
El modelo se extiende por las capitales españolas, y no tengo muy claro que la responsabilidad sea sólo de promotores y autoridades. Seguramente los propios ciudadanos nos hemos vuelto tan idiotas que preferimos pagar cuatro euros por un pincho exiguo en un pseudomercado cuqui a hacer la compra en uno de verdad y cocinar en casa. A la porra el conocimiento del producto, los precios asequibles, el contacto humano y otros valores de los mercados tradicionales, que son cosa de viejas; viva la franquicia, el diseñiqui y la modernidad paleta del nuevo rico.
¿Hay esperanza? Puede. Ante el imperio galáctico de las barras pijas, la alianza rebelde la forman resistentes como el mercado de la Abacería en Barcelona o el de Abastos en Santiago, resurgimientos en clave alternativa como el de San Fernando, en Lavapiés, o sorpresas como el de Barceló. Pasé el otro día por este mercado recién reformado de Madrid, y sólo vi gente del barrio comprando patatas, lechugas y filetes. Cero gourmet, cero glamour. Es hasta feo, y me encantó.
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