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Tribuna
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'Consilium Populusque Europeum'

Los europeos siguen respaldando el proyecto que ha traído la paz desde 1945

Gran parte del análisis sobre las elecciones europeas viene sosteniendo desde 1979 —cuando se produce la primera elección por sufragio universal directo del Parlamento comunitario— que este tipo de elecciones reviste un carácter relativamente secundario en relación con las elecciones generales o incluso de las territoriales que se suceden en los Estados miembros. Los tratados europeos han venido otorgando sucesivamente crecientes competencias al órgano parlamentario hasta las elecciones de 2009. Sin embargo, en las de 2014 ha entrado en vigor el Tratado de Lisboa que ha cambiado la interpretación de las reglas sobre el poder y legitimación del Parlamento Europeo ante los ciudadanos de la Unión. Más de 500 millones, 28 Estados y alrededor de 425 millones de inscritos en el cuerpo electoral de este vasto sistema federativo que es la Unión Europea de 2014.

Hasta 2014 el Gobierno de la Unión, teóricamente montado sobre tres pilares, el Parlamento, el Consejo Europeo —de jefes de Estado y de Gobierno— y la Comisión, ha residido en lo esencial de sus Poderes Legislativo y Ejecutivo en el Consejo y el monopolio de la iniciativa legislativa y control ejecutivo en la Comisión. Sin embargo, en las elecciones de mayo de 2014, a la salida de la crisis iniciada en 2007, el régimen institucional de poderes adquiere una nueva dimensión. El “pueblo” europeo, al que también la crítica viene considerando un actor menor, se ha configurado como protagonista esencial y ha levantado una serie de cambios en la Unión y en los Estados cuyos efectos se siguen comprobando a diario desde la lectura de los resultados electorales en la jornada del domingo 25 de mayo.

En la antigua Roma la expresión Senatus Populusque Romanum, SPQR, significaba el ascenso del pueblo romano, es decir, de las asambleas populares, a la relativa igualdad con el poder senatorial mediante la conocida fórmula del poder tribunicio; el poder vetar a las leyes de la cámara republicana. La Constitución norteamericana emplea en el preámbulo la fórmula We the people of United States, a la vez pueblo singular y Estados plurales que conforman la Unión. El régimen europeo a partir de 2014 ha adquirido casi la entera plenitud de equiparación entre el Consejo y el Parlamento, especialmente cuando las elecciones europeas quinquenales obligan al Consejo a elegir al candidato más votado por los ciudadanos.

La elección de Juncker, con el 30% de los votos —más de 70 millones de electores— ha sido impuesta por la mayor parte de los partidos del arco parlamentario. Por encima de la interpretación restrictiva que mantenían británicos y húngaros, e incluso inicialmente de la propia canciller alemana, resistentes a respetar la voluntad popular y parlamentaria y perder el privilegio de nombrar al presidente de la Comisión. En este sentido, la nueva fórmula del poder comunitario pudiera expresarse, parafraseando la vieja fórmula romana como: Consilium Populusque Eropeum, CPQE, en la medida en que el Parlamento y el Consejo tienden a equilibrarse como núcleo dual del poder europeo.

Las elecciones europeas marcan una nueva tendencia de voto

Las recientes elecciones europeas marcan una nueva tendencia en el voto de los europeos. No han desaparecido las bases clásicas que determinan el voto de los electores, la clase, religión, estatus económico y educativo, tipo de adscripción residencial o lejanía-cercanía del centro del poder político. Pero han intervenido otros factores “existenciales” como la pertenencia a un ethos generacional, modo de vida, influencia de los nuevos modos de comunicación, elementos más particularistas que los genéricos contemplados por la mayoría de los análisis de sociología electoral.

El vasto conjunto de la Unión ampliado a 28 Estados miembros ha permitido conocer más en profundidad a la vez los elementos unitarios y los particularistas del sistema comunitario. Logrado a lo largo de 70 años de un proceso uniformizador por el derecho, el comercio, el mercado, la moneda común a 18 países, los hábitos de comunicación, los mensajes cada vez más próximos de los partidos políticos, las asociaciones, los sistemas educativos como los programas Erasmus, Jean Monnet o del proceso de educación e innovación a lo largo de toda la vida de los ciudadanos.

Se considera que las elecciones de 2014 han sido capaces de borrar gran parte de las consecuencias de la Gran Guerra y de casi toda la II Guerra Mundial. Manteniendo además los rasgos de la democracia moderna. Las tres grandes familias aliadas en Europa desde 1948, liberales, populares, socialistas, han conseguido el 64% del voto popular y los otros partidos no han superado el tercio restante, además de encontrarse en las antípodas de una oposición homogénea, ni unidas en un programa alternativo al que ofrecen las fuerzas centrales del sistema comunitario. Es cierto que las diferencias Norte-Sur, acreedores-deudores, o la crecida, no tan importante como algunos analistas se empeñan en potenciar, de los grupos antieuropeos, forman parte de la compleja estructura comunitaria y exigen revisiones muy profundas de las políticas que comienzan en este mismo año.

Jacques Delors, en su etapa de mayor influencia, entre 1986- 1996, tan beneficiosa para los países de la cohesión —Grecia, Portugal, España, Irlanda, Alemania Oriental—, indicaba que la legislación y políticas comunitarias superaban los dos tercios de la vida europea, e influían en todo el continente, como estrategia de largo alcance. Los profesores italianos Spreafico y Predieri se manifestaron, ya en los años ochenta, clasificando a los Estados como partes legislativas cada vez más derivadas de los impulsos del gran legislador comunitario. Parece, sin embargo, que en el futuro la Unión debe limitar sus impulsos reguladores. Y ganar en calidad democrática.

Precisamente para mantener sus valores y principios de convivencia entre Estados, naciones, regiones, cuyas raíces e historia son muy resistentes a los cambios que a veces dirigentes y partidos no son capaces de situar en un contexto donde Sociedad y Comunidad deben encontrar su adecuado encaje. Salvador de Madariaga, europeísta fundador de gran parte de las ideas de la estirpe liberal-democrática, repetía con humor: “Europa debe federarse…, pero no demasiado”. Los derechos históricos de los pueblos de Europa no son fáciles de defender en un tiempo de estratificaciones sociales complejas y no forzosamente igualitarias.

El camino de la Europa salida de las elecciones de 2014 no será un camino de rosas. Pero no debe olvidarse que la senda comunitaria ha permitido la paz entre europeos desde 1945 y que la idea europea sigue siendo ampliamente mayoritaria entre los ciudadanos de la Unión y de quienes, en sus conflictivas fronteras, ansían integrarse en ese conglomerado federativo de 500 millones de habitantes.

Miguel Martínez Cuadrado es catedrático de Derecho Constitucional y Comunitario.

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