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¿Quién odia a Kim Kardashian?

Anna wintour la excluyó de su gala en el MET para después darle una portada. Leonardo DiCaprio se negó a compartir una fiesta con su familia. EE UU se debate entre amarla o detestarla mientras ella perfecciona su fórmula para hacer dinero

Tom C. Avendaño
DAVID McNEW (GETTY)

La sociedad estadounidense lleva unos años dividida. Por un lado, está rendida a los pies de su socia indiscutiblemente más popular: la reina de la telerrealidad Kim Kardashian. Y por el otro, está obsesionada con humillar y despreciar a su socia más populista: la reina de la telerrealidad Kim Kardashian. Pocas veces esta dicotomía se había palpado tanto como en los últimos días. El incidente más cercano en el tiempo es quizá el más representativo: fue el 1 de junio, cuando Leonardo DiCaprio acudió al cumpleaños de Frank Delgado, un famoso promotor de fiestas en California. Como en la sala estaban miembros de la familia Kardashian rodando un capítulo de su reality, Keeping up with the Kardashians, el actor prefirió no entrar mientras estuvieran ellos. El titular se propagó como la pólvora durante varios días: Leonardo DiCaprio desdeña a las Kardashian.

En realidad la cosa no fue para tanto. Una llamada al club XIV confirma que DiCaprio sí acudió a la fiesta. Todo lo que hizo fue esperar a que los Kardashian terminaran de rodar. Sin embargo, el incidente entronca perfectamente con la relación de amor-odio que América siente hacia su novia más improbable. Kim es, al fin y al cabo, una mujer que se dio a conocer porque el vídeo de un encuentro sexual entre ella y un rapero llegó a la Red en 2007. A partir de ahí ha construido un imperio mediático basado en su reality, sus líneas de cosmética para supermercado y de ropa (en 2013, Forbes cifró sus ganancias anuales en unos 7,5 millones de euros). Si esto puede sonar, aquí, a hortera y carente de mérito, es porque falta añadirle el amor instintivo del público estadounidense hacia quien gana teniendo las de perder. Y el amor que suscita quien desafíe, al menos en la superficie, las convenciones puritanas. Y, por supuesto, la cultura cibernética, que en 2007 buscaba famosos accesibles y ubicuos sobre los que hacer clic.

Por su condición de placer culpable, Kim siempre ha recibido el rechazo público de la misma población que, según las encuestas, luego la tenía por la celebridad más querida. En 2012, Jon Hamm, que interpreta a Don Draper en Mad men, dijo: “Da igual que seas Paris Hilton o Kim Kardashian: en estos días se celebra la estupidez. Ser un idiota es algo valorado porque a los idiotas se les recompensa significativamente". Ese mismo año, Anna Wintour, la editora de Vogue, se negó a invitarla a la gala del MET porque no alcanzaba el criterio de “las estrellas más grandes del mundo”. La historia parecía escrita. Era Julia Roberts en Pretty woman intentando comprar en la tienda de lujo ante el rechazo de las dependientas.

Pero el guion dio un giro: Kim empezó a salir con uno de los raperos de más éxito del país. Kanye West no era una persona especialmente querida (es autor de perlas como: “Lo malo de ser la voz de Dios es que nunca me veré actuar en directo”), pero sí era admirado. Y era amigo íntimo de Jay Z y Beyoncé, la pareja de artistas más imbatible del pop.

Tras triunfar por ser la celebridad que más exponía de sí misma, empezó a ponerle cercos a su intimidad. A negarse a dar declaraciones ni crear polémicas. A comportarse como una famosa por derecho propio. Y el mundo a su alrededor parecía ceder. En febrero de 2013, cuando apareció en una sesión de fotos para la revista Elle, el estilista Nicola Formichetti criticó a varios de los diseñadores de lujo que se habían negado a prestar su ropa para las fotografías de Kim. “Es el típico esnobismo de la moda”, añadió, en defensa del incipiente icono de ese sueño americano que dice que el estatus se consigue con quererlo.

Como para demostrarlo, la pareja se casó el pasado mayo. A diferencia de bodas previas que fueron televisadas y casi acaban con su imagen, Kim realizó esta en total intimidad, en el Forte Belvedere de Florencia. Ella ya no era trasgresión. Era norma. La edición estadounidense de Vogue, la misma biblia de la moda que había negado la entrada a su fiesta elitista en el MET, les dedicó una portada. “Uno de los grandes placeres de editar esta revista es mostrar a aquellos que definen la cultura en cualquier momento, aquellos que agitan las cosas, aquellos cuya mera presencia en este mundo le da forma”, reculaba Wintour en su editorial.

Pero la temida editora no fue al casamiento, aunque había sido invitada. Y, de vuelta a casa, las cosas no parecían mejor. El diario New York Post dio cuenta de la celebración de una forma menos hagiográfica que muchos otros medios: “Dos gilipollas se casaron en Italia”. Y entonces llegó lo de DiCaprio. Otra prueba de que la relación entre América y Kim Kardashian puede ser muchas cosas, pero sobre todo es suicida: solo busca autodestruirse. “Fue primero una persona pública y luego quiso ser solo una imagen”, razona Robert K. Passkoff, presidente de Brand Keys, que analiza la relación entre marcas y el público. “Lo que el público espera de ella es precisamente que aguante el rechazo”.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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