El amor hecho 'performance'
Él era un rapero reputado. Ella, la estrella de ‘reality’ más rica. Ambos, víctimas de sus egos Kanye West y Kim Kardashian son hoy ‘Kimye’, la pareja más desconcertante de EE UU
La noche del 27 de abril, a Kanye West se le pudo ver la ropa interior, asomando de los pantalones de cuero que llevaba puestos y que estaba abrochándose, cuando salió del taxi que compartía con su novia en Nueva York. Este apunte, merecedor de todo un artículo del tabloide New York Daily News, es una muestra de cómo ha cambiado la imagen de West. Quien fuera uno de los cantantes de hip-hop más respetados de la década pasada y uno de los diseñadores de moda femenina más cuestionados de la presente es ahora carne de la prensa rosa. El cambio tiene nombre y apellidos: los de la chica que le acompañó –y que se quiere creer que le desabrochó el pantalón– en aquel taxi. La que se apeó de él la primera para recibir al enjambre de paparazis que les esperaba en la calle: Kim Kardashian, la mujer con la vida personal más rentable de Estados Unidos.
Para ser la nueva pareja de moda, Kimye (así se les llama, fundiendo sus nombres al estilo de Brangelina) despierta más desconcierto que admiración. No por escandalosa: en su supuesta primera cita, el 4 de abril, fueron al cine a ver Los juegos del hambre. Al día siguiente estuvieron saltando sobre el piano gigante que hay en el suelo del segundo piso de los grandes almacenes FAO Schwartz de Nueva York, recreando una famosa escena de la película Big, protagonizada por Tom Hanks.Al siguiente, cenaron pollo frito.
Lo que ha revolucionado los tabloides estadounidenses es la pareja en sí. La imposible yuxtaposición de los dos ególatras más famosos del país. Ver al narcisista, famoso por su trabajo, colgado del brazo de la narcisista cuyo único trabajo es ser famosa. Separados se consideraban símbolos de diferentes aspectos de la sociedad norteamericana. Juntos son casi una instalación de arte moderno.
Es necesario mirar a estos elementos (amigos desde hace años) individualmente para entender el conjunto. Kim Kardashian es un fenómeno intraducible e inexportable y solo el propio peso de su imperio mediático ha podido con la indiferencia que genera en Europa. Ahora es medianamente conocida aquí como icono hortera o diva del famoseo sin mérito. En su país, a esos atributos se les suman otros factores autóctonos: la fascinación por el ganador improbable; el placer culpable de que alguien desafíe las convenciones de una sociedad puritana y el amor de una extensa clase media-baja que se identifica con ella. Su currículo consiste en saltar a la fama en 2007 gracias a que un vídeo de un encuentro sexual entre ella y un rapero llegó a Internet. De ahí vino su propio y exitoso reality y varias líneas de cosmética de supermercado y alguna de ropa. El imperio iba bien hasta que basó toda su imagen en su relación con un jugador de baloncesto, Kris Humphries, con el que se casó en verano y se divorció 72 días después.
¿Montaje o realidad?
“¿Esto es verdad o ‘marketing’?”, se preguntaba ‘The Wall Street Journal’ hace unas semanas sobre esta relación. ‘Kimye’ lo está teniendo difícil para convencer de que lo suyo es más que un ardid. La versión oficial es que Kanye lleva años persiguiendo a Kim, que ese fue el motivo por el que le dejó la modelo Amber Rose en 2010 y que desde entonces solo sale con chicas físicamente parecidas a ella. Pero lo ha logrado en un momento sospechosamente beneficioso para ambos: Kim necesita borrar el recuerdo de su divorcio con vistas a la nueva temporada de su ‘reality show’, y Kanye, vender los ‘singles’ que lleva sacando en las últimas semanas (plagados de palabras de amor para Kardashian).
Desde entonces, Kim no levanta cabeza: el público que la hizo multimillonaria la acusó de la frialdad, la ambición y la manipulación mediática que le achacan sus críticos desde el principio. “Se sentía como el equivalente a un leproso”, ha contado un amigo esta semana a US Weekly. “Nadie quería acercársele y, de repente, se le presentó una superestrella”.
West fue un arquetipo de masculinidad y de negro duro forjado a sí mismo en las calles. Ya no. Como a Kim, le eclipsó su ego. Ahora es tan famoso por sus perlas de grandilocuencia al estilo de “lo malo de ser la voz de Dios es que nunca me veré a mí mismo actuar en directo” como por ser uno de los artistas más vendidos de la década pasada. Pero, a diferencia de Kardashian, manipular a los medios no es lo suyo. Véase la entrega de los premios MTV de 2009: cuando la cantante Taylor Swift fue nombrada ganadora de uno de los galardones, él subió al escenario y proclamó: “Lo siento, pero este premio se lo merece Beyoncé”. El gesto le valió el rechazo colectivo. Ha pasado los últimos años disculpándose.
Las horas bajas que atraviesa desde entonces se han visto agravadas por las burlas que recibió durante su estreno como diseñador durante la semana de la moda de París del año pasado. “Insistió a Kim para que fuera a esa presentación”, apunta US Weekly. “Allí comprobó lo buena persona que es Kanye”.
“Si pudiera, los enmarcaría y los expondría”, confiesa Nellie Scott, coordinadora de exposiciones de Agora, una galería de arte pop de Nueva York, preguntada por el valor artístico y simbólico de semejante binomio. “Creo que él, tan arrogante, simboliza la búsqueda de seguridad y figuras autoritarias de la América posterior al 11-S y cómo hundimos a esos falsos ídolos. Y ella es una reiteración más de la obsesión americana por el famoseo, vacía como solo se puede ser en tiempos del clic fácil en Internet”. Es decir, el presidente y la primera dama de un Estados Unidos que no se reconocería en el espejo.
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