A propósito de Juan Carlos I
Hace tiempo que no veía a don Juan Carlos con tan buen aspecto. Su salud mejora, su popularidad también. Me temo que no se va, que en vez de abdicar, le han abdicado. Nos lo ha dicho Rajoy, no él. Él sólo ha leído el discurso.
Quizá esté cansado, pero estoy segura de que podría haber aguantado un par de años más. Fuerza e inteligencia no le faltan. Se va en un momento de incertidumbre económica, territorial y política. Sólo él podría haber mantenido esto con todos medianamente unidos. Muchos le podían criticar —partidos políticos, instituciones, expolíticos, ciudadanos particulares—, pero nadie hubiera pasado por encima de él. En el fondo es un símbolo para todos. Que los bipartidos estén de acuerdo en la abdicación me preocupa, sólo están juntos para sus intereses como clase política. No dudo de la capacidad del Príncipe, pero en estos momentos se necesita algo más, y que, por desgracia, sólo tenía el Rey, con sus luces y sombras. Lo siento, no quiero que se vaya ahora. Le deseo buena suerte a él y al resto de los españoles que, como siempre —salvo en la Transición— olvidamos nuestra historia, que se repite y se repite.— Paloma Pausa. Madrid.
Con su abdicación, el Monarca ha rendido un último servicio aunque el tiempo dirá si ha sido tanto a España como a la propia pervivencia de la institución.
En efecto, de la misma manera que numerosos historiadores han subrayado el importante componente de la propia supervivencia de la Monarquía en el impulso dado por el Rey a la Transición, ahora consideraciones semejantes pueden haber primado para que decidiera dejar el trono.
Es pronto para atisbar qué reformas pueda encauzar el heredero en un contexto de prolongado desprestigio de la Monarquía por sus propias actuaciones y cercanos asuntos de corrupción. Sin duda, aparte de los problemas de salud, el debilitamiento de los partidos llamémosles “dinásticos” (PP-PSOE) y la perspectiva de un próximo Parlamento fragmentado y escorado hacia la izquierda y lleno de escépticos hacia la Monarquía, han sido los detonantes últimos de la decisión.— Heliodoro Villanueva. Elche, Alicante.
Algunos llevábamos tiempo esperando esta noticia. El Monarca está delicado de salud y, para mayor abundamiento de desventuras, su yerno y su propia hija se encuentran inmersos en un proceso judicial que no favorece, más bien al contrario, la imagen de la institución.
Seguramente ha hecho lo que debe. Ahora sólo nos queda esperar y ver qué ocurre con don Felipe. Ya que la soberanía reside en el pueblo, no estaría de más someterlo a referéndum y que fuéramos todos los españoles los que decidiéramos lo que deseamos realmente para este país.— Helga Caballero Blanco. Barcelona.
Yo, en mi corta vida, he conocido a dos reyes de España. Primero, al rey Juan Carlos, aquel que contra viento y marea fue capaz de ver y soñar una España diferente y, como soñador, se puso manos a la obra y sabiéndose rodear de las mejores cabezas y personas, le devolvió la soberanía a un pueblo hastiado y castigado por 40 años de férrea dictadura.
Lo hizo bien, respetando a todos, pactando, escapando de la confrontación y con mano firme y serena, con gran sentido del deber y la responsabilidad y, sobre todo, ganándose el respeto de su pueblo. Aparecía cuando era necesario e introdujo a nuestro país en los círculos democráticos de decisión del mundo entero.
Luego conocí a otro Rey, al que rodeándose de muy malas influencias y haciendo caso a personas que lo único que querían era beneficio personal, olvidó quién era, inició caminos arduos y un buen día, a causa de su comportamiento, comenzó a perder el apoyo de su pueblo.
Quiero pensar, y de hecho lo hago, que el Soberano que hoy se va es este último, pero, al mismo tiempo, siempre recordaré y tendré en mi pensamiento al otro, al que fue Rey, al que con sus actos permitió que hoy pueda estar escribiendo esta carta, al que mantuvo unida a España, al que respeté y respeto por encima de cualquier creencia, por ello digo, y digo alto: ¡gracias, gracias por lo que nos ha dado, sin Usted esto no hubiese sido posible!— Ángel Moisés Durán Iriarte. Vigo, Pontevedra.
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