Llámame Paco
Ha pregonado que se aburría como una mona en sus escaños, se limitaba a apretar el botón de voto a la voz de su amo. O sea, lo que muchos piensan y nadie dice: un 'outsider'.
Hoy renuncio a la polémica. No voy a meterme en honduras. Bueno, ni en Honduras, ni en Brasil, ni en ningún Estado americano. Es más, ofrezco estas líneas a Nuestra Señora de América y a la de Guadalupe, patronas del norte y el sur del Nuevo Mundo. Dirás que a santo de qué este fervor trasatlántico y mariano. Pues mira: lo primero, por la cuenta que me tiene, yo me entiendo. ¿No ha renunciado el tertuliano Francisco —“llámame Paco”— Granados a sus hobbies de senador y diputado del PP madrileño por una triste cuenta de millón y medio pelado que tenía en Suiza, el pobre? Y lo segundo, porque me he convertido en superdevota y Lomba de repente. ¿No dejó de adorar a Dior la superpija de Tamara Falcó para mutar en beata de misa diaria? Pues eso. O todos moros, o todos cristianos, que le espeta Soberbio Fernández de Mesa, mandamás de la Benemérita, a quien le discute el uso de sus pelotas contra la presión inmigratoria.
¿Y a mí que Paco me da lástima? Al final, es una víctima. Un antisistema camuflado de pepero de libro, con sus gafas de presunto moderno y su melenita de caracolillos. Yo en lo de sus supuestas corruptelas y manías persecutorias con Ignacio González cuando eran coadjutores de la madre superiora Esperanza Aguirre en la Comunidad de Madrid no me meto. Para eso están los jueces estrella, y a este paso, lo único que va a quedar incorrupto en ese convento, presuntamente, es el brazo de Teresa de Jesús Luis Rico, la colega a la que se le ha aparecido su santa homónima y le ha obsequiado con el escaño del dimitido. Pero que lo de Francisco —“llámame Paco”, insiste él, siempre, campechanísimo— Granados es un caso clarísimo de mobbing político por no reírle las gracias a su jefa de filas se ve a la legua.
Resulta que el escudero, que se metía en el fango hasta las axilas por ella si hacía falta, osó hacerle un feo a la lideresa, y la ofendida, inmisericorde, lo condenó al Senado, perdón, ostracismo. Desterradito estaba el desdichado. Muerto en vida. Sacrificándose por sus siglas. Desriñonado de mala manera en sus poltronas parlamentarias pudiendo estar forrándose en la privada, cuando va Montoro y le trinca a toro pasado una calderilla en Suiza de la que ni se acordaba. Y encima, en vez de salir a arroparle con su mantón de chulapa, va Esperanza y le deja más solo que Rosa Benito a Amador Mohedano en el ático de Chipiona. A él, con la de sapos que ha tenido que tragarse por platós de todo pelaje para dar la cara por sus compañeros de partido y de Gobierno en los peores días del excolega Bárcenas.
Y claro, todo tiene un límite. Vale que Francisco —“llámame Paco”— Granados tenga buenas espaldas, estómago y cintura para encajar los golpes del contrario, para eso es del Atleti. Pero no tiene por qué aguantar que los suyos le pongan verde por una minucia. Por eso ha dimitido de todos sus cargos cinco minutos antes de que le obligasen. Y de paso, ha pregonado que se aburría como una mona en sus escaños. Que se limitaba a apretar el botón de voto a la voz de su amo. Y que la agenda parlamentaria no le llenaba ni la mitad de la jornada. O sea, lo que muchos piensan y nadie dice. Lo dicho: un outsider, el tal Paco.
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