Contra la ignorancia sobre el feminismo
"Todas las gentes que no estén ciegas, bajo el influjo de prejuicios invencibles, son feministas". Adolfo Posada, 1899
Si hay una etiqueta que todavía sigue siendo objeto de prejuicios y de una permanente devaluación esa es sin duda la de feminista. En estos malos tiempos para la igualdad y para la garantía de los derechos de las mujeres, o lo que es lo mismo para la efectividad de la democracia, asistimos además a una progresiva huida de un término que es usado tanto por hombres como por mujeres en muchas ocasiones desde la ignorancia y en otras tantas desde el desprecio más absoluto. Mientras que otros conceptos vinculados a la lucha por los derechos humanos han acabado asentándose, aunque sólo sea en el ámbito de lo políticamente correcto, el feminismo sigue identificándose con los intereses parciales del colectivo "mujeres", cuando no con reivindicaciones extremistas que parecen identificar a sus protagonistas con la pura "histeria" con la que el diputado Novoa Santos calificó a la mitad de la ciudadanía en el debate constituyente de 1931.
A todo ello habría que sumar la ligereza con la que todos y todas opinan al respecto, aunque la mayoría de los y de las que hablan no hayan leído ni la tercera parte de los muchos volúmenes que atesora el pensamiento feminista. Algo que al menos algunos no nos permitiríamos hacer con respecto a otros campos del saber que no forman parte de nuestro caudal formativo.
Y es que a estas alturas del siglo XXI, y muy especialmente en nuestro país, sigue habiendo mucha ignorancia, alimentada sin duda por el orden patriarcal que sigue vigente, en torno a lo que el feminismo ha representado y representa como movimiento igualitario y como teoría política.
Porque no deberíamos olvidar que el feminismo no es solo un proceso de lucha que se inicia precisamente cuando el constitucionalismo liberal excluye de sus conquistas a la mitad de la Nación, sino que también constituye todo un marco de reflexión crítica y emancipadora mediante el que muchas mujeres -y algunos hombres- llevan cuestionando unas estructuras políticas, jurídicas y sociales que siguen marcando diferenciaciones jerárquicas entre unos y otras.
Por lo tanto, y desde esa doble consideración, el feminismo ha sido y es clave en los procesos de consolidación democrática y en la definición más completa y justa del Estado de Derecho. De ahí por lo tanto que debiera ser objeto de estudio preferente no sólo en ámbitos científicos cuya incidencia es evidente, sino en general como materia obligatoria sin la que es imposible educar para una ciudadanía capaz de ejercer sus derechos y obligaciones en condiciones de paridad. Algo que, por supuesto, desconoce la reciente reforma educativa y apenas es un mandato de buenas intenciones, en la práctica normalmente incumplidas, en nuestra legislación de igualdad.
Según Caballé, el concepto clave para explicar el feminismo español es el de resistencia, es decir, el hecho de que haya representado siempre una forma de oposición pragmática, operada desde dentro del "sistema" y tal vez más volcado hacia lo pragmático que hacia lo teórico. Además, entiende la autora que el más rasgo más constante del dicho movimiento en nuestro país ha sido no tanto la reivindicación social sino la cultural: "En España no ha sido la defensa del voto, el derecho al trabajo o los anticonceptivos, o la lucha contra el maltrato machista lo que permite unir el feminismo bajo un solo clamor, sino la aspiración tenaz, incluso obsesiva, de nuestras mujeres a ser personas, a poder superar su inmemorial condena a la ignorancia, mediante el acceso a la instrucción y la cultura".
A partir de estas premisas, Anna Caballé nos invita a realizar por un viaje por los orígenes de lo que ella denomina "feminismo literario", partiendo de las raíces religiosas del mismo en los conventos del siglo XV hasta llegar a los debates contemporáneos, pasando por momentos tan decisivos como la II República o la transición. Y dejando muy claro, además, que es un término que ha de conjugarse necesariamente en plural. Es decir, que son muchos los feminismos o interpretaciones posibles de una misma raíz, como pasa con otras teorías políticas sin que ello merezca un juicio precisamente negativo.
El feminismo en España recupera voces de mujeres que continúan siendo ignoradas en los libros de historia y subraya los de otras que todavía hoy sólo son valoradas por quienes entendemos que no se puede ser demócrata sin ser feminista. Y las sitúa en el lugar que les corresponde, es decir, en el de un protagonismo esencial en la larga lucha por construir una sociedad en la que hombres y mujeres podamos gozar del acceso a los saberes, a los poderes y a los bienes en condiciones de igualdad. Por todo ello, es una lectura reconfortante y alentadora en estos meses en los que está resultando tan complicado encontrar razones para el optimismo.
Debería ser leído y subrayado por quienes continúan sometiendo el feminismo a un escrutinio injusto e infundado, así como por aquellos y por aquellas que parecen no entender que cualquier ataque contra la igualdad es un ataque al corazón mismo de la democracia. Y, por supuesto, debería convertirse en libro de cabecera para quienes seguimos en el compromiso de construir la "sociedad democrática avanzada" de la que habla el preámbulo de nuestra malherida Constitución. Una lucha en la que los hombres tenemos mucho que decir después de tantos siglos de monopolio de los púlpitos, para lo que no estaría de más que empezáramos formándonos en igualdad y conociendo a todas esas mujeres que la Historia ha situado en los márgenes. Las que han sido, como bien nos recuerda Caballé, tan necesarias para alumbrar una sociedad en la que, al menos como objetivo, ningún individuo sea excluido de la ciudadanía por razón de su sexo. Porque no deberíamos olvidar que, como bien sentenció Clara Campoamor en plena lucha por el sufragio verdaderamente universal, "solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar, las demás las hacemos todos en común". Algo que, por cierto, parecen todavía desconocer Gallardón y compañía.
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