Ricote: el valle morisco que parece un belén
Decía Julio Llamazares que "los caminos más desconocidos son los que más cerca tenemos del corazón". Y hoy que medio mundo católico anda ya montando los belenes de Navidad se me ha ocurrido traer al blog un paisaje sacado de un cuento navideño que tengo cerca del corazón porque es el paisaje de mi niñez: el valle de Ricote, en la vega media del Segura, en Murcia (España).
Ricote es una comarca donde la impronta árabe lo domina todo: las costumbres, la historia, las técnicas de cultivo… Hasta el paisaje, más próximo a Oriente Medio que al continente europeo, parece beber de aquellos remotos días en los que un grupo de moriscos del reino de Murcia obtuvo de los Reyes Católicos la concesión para seguir cultivando sus tierras en el valle de Ricote, como se conoce al tramo del río Segura entre Cieza y Archena, tal cual lo habían hecho sus antepasados durante siglos. Los monarcas accedieron y el valle del Segura se convirtió en uno de los últimos reductos de la cultura agrícola hispanomusulmana hasta la expulsión de los conversos en 1614.
De esa presencia tardía nos han quedado azarbes, norias, palmeras, acequias, cangilones, bancales, tablachos y un sinfín de vocablos de raíz árabe que salpican la jerga local. Los bancales se suceden milimétricamente surcados por tal infinidad de sendas y veredas que hay que nacer huertano para no perderse por ellas. Hay judías y tomates, habas, pimientos, albaricoques, melocotones, naranjos y limoneros, álamos, higueras y palmeras, muchas palmeras, y una mesnada de casitas desperdigadas por toda la vega sin que realmente se sepa dónde acaba una pedanía y dónde empieza la otra.
Hay también silencio y una luz intensa y fresca que sacude los sentidos cuando se camina por las veredas.
La estrecha carretera que lleva desde Archena hasta Cieza serpentea pegada al exangüe Segura, que lleva agua a estas alturas porque se la aporta el trasvase del Tajo. Es la explosión del valle morisco, la más genuina estampa del belén navideño, con sus montañas resecas, su río de papel de aluminio, sus palmeras de plástico, sus labradores y sus pastorcillos. Solo faltan los camellos para que el viajero crea haber llegado a Palestina en vez de al sureste español. Los elementos se repiten en cada rincón del paisaje: la silueta de las palmeras, el rumor de los azarbes, la quietud de los pueblos de tapiales de adobe bajo un sol flameante, la fragancia de las huertas o la crestería de frutales que tapiza el valle.
Mientras, en lo alto, el sol se encarniza sobre las paredes resecas del valle, cuyos roquedos ocres y marrones ciñen el oasis moruno.
En una orilla está Ulea, con sus casas de color azulete y sus calles frescas; enfrente, Villanueva del Segura, apiñada sobre una loma que domina el valle; más arriba, Ojós, con sus casonas nobles y su iglesia mudéjar; y un poco más arriba, Ricote, el pueblo que curiosamente da nombre al valle aunque sea el más alejado de las riberas del río. Ricote es famoso por su vino y por la antigua Venta del Sordo (hoy refinado restaurante), donde han conseguido un delicioso mestizaje entre la cocina murciana –rica en verduras y hortalizas– y la manchega, más sobria y energética, que hace las delicias de aquellos viajeros inteligentes que opinan que una de las mejores excusas para viajar es el buen yantar.
Si subes a Ricote desde Ojós, a mitad de camino y pegado a la orilla derecha de la carretera, podrás ver laolivera gorda, un viejo olivo con varios siglos de antigüedad. Su tronco, retorcido hasta la saciedad, es todo un alegato a la lucha por la supervivencia en una tierra donde ver llover es el más preciado de los bienes.
Pues eso, si quieres ver un paisaje único, deleitarte con la huerta morisca, y ver escenas sacadas de un belén navideño, da una vuelta por el valle de Ricote, en Murcia. No te decepcionará.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.