El zen y la vara de meditar

Aún sigo hipnotizado por el plink, plink, plink de los pachinkos de Osaka y los anuncios luminosos en el cruce de Shibuya, en Tokio. Pero sobre todo me ha gustado Kioto, una ciudad donde el silencio no es un lujo; donde se puede escuchar el susurro de los bosques de bambú en Arashiyama y el rumor de los arces japoneses en el Pabellón Dorado. Espero no haberme puesto muy cursi; es culpa del jet-lag.

En Kioto existen cerca de 2.000 templos budistas. En el de Taizo-in, un pequeño templo zen famoso por sus jardines, organizan sesiones de meditación.

La meditación zazén consiste en sentarse durante 15 o 20 minutos en la postura del loto, la de las estatuas de Buda, con los ojos abiertos, la espalda erguida y sin pensar en nada. Con esta técnica, los monjes intentan alcanzar la iluminación (satori), y los turistas, encontrar la calma. No es tan fácil como parece, las rodillas crujen. Intenta luego ponerte de pie.

Acostumbrados al yoga de gimnasio, algunos occidentales se llevan un susto cuando quieren hacer "ohmmmm" en los templos de Kioto: el zen monástico que se practica en Japón es una disciplina severa: si tu postura no es la correcta, andas en Babia o te da sueño, el monje que dirige la sesión te dará dos sonoras palmadas en los hombros con el Kyosaku o stick of mercy (palo de compasión), una vara larga y plana que se guarda en un pequeño altar.