_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La añoranza de la grandeza perdida

El mundo árabe debe recuperar el viejo espíritu integrador de Al-Andalus

Hisham Melhem, un destacado periodista libanés, recuerda una emocionante visita a la gran mezquita de Córdoba que realizó en mayo. Se vio allí y, con lágrimas en los ojos, se preguntó cómo era posible que el genio de los árabes musulmanes de hace 1.000 años se haya convertido en nuestros días en tal caos y represión.

Después de su visita, Melhem escribió un artículo para el periódico de Beirut An Nahar en el que describía su estancia en Andalucía, “paseando como… en un sueño”, tocando las columnas de la mezquita de Córdoba y otros magníficos restos de un momento musulmán “caracterizado por la confianza, el valor, la apertura, la tolerancia y el amor a la inteligencia, la filosofía, las artes, la arquitectura y la felicidad en la Tierra”.

¿Qué ocurrió con esta cultura sublime? La pregunta de la grandeza perdida incomoda a los árabes desde hace siglos y la semana pasada saltó a primer plano cuando Egipto volvió a sumirse en un nuevo momento de baño de sangre y caos político.

Los egipcios añoran la grandeza de un pasado que produjo las gloriosas pirámides y las tumbas de los faraones y que más tarde hizo de la mezquita Al Azhar de El Cairo el árbitro y guardián de la teología musulmana suní. Lo que los egipcios ven en el presente es una revolución que, en los dos últimos años, ha devorado a sus hijos, tanto a los liberales laicos como a los hermanos musulmanes.

Mientras hablaba de esta tragedia actual en Egipto con mi amigo Melhem, pensé que hacía bien en centrarse en la apertura y la tolerancia de los reyes moros andaluces. Fue esa sofisticación la que dio a Córdoba su fama de ser “la joya del mundo”. En la Andalucía del siglo IX no solo prosperaron los musulmanes, sino también los judíos y los cristianos.

Se echa en falta la ética de tolerancia que fue tan crucial en el cénit de la cultura musulmana

Melhem compara esta tolerancia de hace más de 1.000 años con el “cáncer sectario” que hoy devora Siria, Irak y tantas otras naciones árabes. En An Nahar escribía: “Los musulmanes actuales de Oriente Próximo, con su estrecha conciencia sectaria, parecen muy alejados de los generosos orígenes que, bajo el islam, les convirtieron en la segunda civilización del mundo después de la gran Roma. Están muy lejos de aquellas raíces que dieron al mundo un nuevo lenguaje intelectual, de arte y de comercio, a partir de una visión universal teóricamente basada en la lógica y la justicia”.

El espíritu pluralista de Córdoba lo describió María Rosa Menocal en su libro de 2003 La joya del mundo. En él explicaba cómo los gobernantes árabes musulmanes de la época fomentaron una libertad de pensamiento que, además de crear grandes obras de arte y los comienzos de las matemáticas y las ciencias modernas, permitieron prosperar a otras religiones.

Esta ética de tolerancia —tan crucial en el cénit de la cultura musulmana— es precisamente lo que hoy parece faltar en muchos países árabes. La cultura política está rota. Los políticos, de cualquier bando, carecen de la confianza que posibilita el compromiso y la moderación. La política es un juego de suma cero, y todo se transforma en una lucha a muerte, ya sea en El Cairo, Damasco, Trípoli o Bagdad.

Los últimos acontecimientos en Egipto ponen de relieve el problema: o se implanta el autoritarismo islámico de los Hermanos Musulmanes o la dictadura represiva de los militares. No parece haber término medio.

Se pueden observar los inicios de un movimiento para construir una cultura política musulmana de tolerancia, capaz de sostener sociedades democráticas modernas. Asef Bayat, profesor de origen iraní en la Universidad de Illinois en Champaign-Urbana, ha escrito durante la última década sobre lo que denomina tendencias posislamistas. Presentó sus argumentos con gran energía en un libro de 2007 titulado Making islam democratic (La democratización del islam).

Mustafa Akyol, articulista y profesor turco, defiende la apertura y la tolerancia en su libro de 2011 Islam without extremes: A muslim case for liberty (Islam sin extremos: Argumentos musulmanes a favor de la libertad). Explica: “Estoy convencido de que el mundo musulmán contemporáneo tiene la necesidad fundamental de abrazar la libertad, la libertad de las personas y las comunidades, musulmanes y no musulmanes, creyentes y no creyentes, mujeres y hombres, ideas y opiniones, mercados y empresarios”.

Un amigo musulmán libanés me explicaba en un correo reciente que la idea que guía este movimiento posislamista es que “acercar el islam al fango de la vida diaria y su política ha resultado extremadamente peligroso para la religión… Para salvar el islam hay que volver a elevarlo y protegerlo de la humanidad que trapichea en su nombre”.

Defender la tolerancia y la moderación cuando los egipcios y los sirios están matándose unos a otros puede parecer una locura, pero se basa en una realidad práctica. Para redescubrir la edad de oro simbolizada por Al Andalus, el mundo árabe musulmán debe recuperar el espíritu integrador sobre el que se sostenían Córdoba y Granada. Si no, la cultura política rota no podrá repararse

David Ignatius. ©2013, Washington Post Writers Group

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_