Somos maleducados
Los españoles somos maleducados. Tal vez por aquí no lo sepamos o no nos demos cuenta, pero en el extranjero lo tienen muy claro y para ellos es una de nuestras señas de identidad, como la paella, la sangría o los toros. La gente que viene de fuera flipa. No tanto los turistas que nos llegan, como los que vienen a trabajar o a estudiar y se quedan el tiempo suficiente como para calarnos un poco. Y al final acaban por aceptar como otra de nuestras particularidades que aquí no se diga gracias, ni por favor, ni disculpe.
He visto a una embarazada en el metro, no diré de qué ciudad, a la que nadie cedía el asiento, creía que era un mito, algo imposible, pero puedo asegurar que lo vi con mis propios ojos. Uno, por gentileza, aguanta la puerta al que viene detrás, que pasa sin decir gracias, como si fuera su privilegio, luego escucha cómo un chaval de 15 años dice “campeón, ¿tienes fuego?” a un señor de 60, y luego veo a un ejecutivo correr para coger su asiento en el tren antes que nadie. Y entonces uno entiende mucho de lo que nos pasa.— Enrique Castro Román.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.