Respuesta de Miguel González
El domingo 17 de marzo, el periodista Miguel González publicó en este diario la primera prueba audiovisual de malos tratos infligidos por soldados españoles a dos reclusos durante la guerra de Irak. Es una terrible escena de 40 segundos grabada en Diwaniya, la base principal de las tropas españolas en Irak, en los primeros meses de 2004. A raíz de la publicación de este testimonio, entre otras muchas reacciones, Amnistía Internacional ha reclamado que la investigación la lleve un juez de la jurisdicción civil. En su nota recordaba que, en 2004 y 2006, esta organización había pedido al gobierno español que investigara las denuncias de torturas presuntamente infligidas a prisioneros que estaban bajo la custodia de las Fuerzas Armadas españolas. En 2006, el Gobierno respondía, explica Amnistía, que no se había llevado a cabo ninguna investigación por no haberse apreciado ninguna actuación incorrecta ni vulneración de las Reglas de Enfrentamiento que regulaban la operación. Y Amnistía subraya que el vídeo hecho público por EL PAÍS parece echar por tierra esta afirmación.
A pesar de la trascendencia de este primer documento probatorio, el periodista Gervasio Sánchez, (premio Ortega y Gasset, que concede este diario) publicó en Twitter y, posteriormente, en su blog, una serie de críticas al citado periodista y al diario a los que acusaba de presentar esta información con ocho años de retraso y de haber sostenido la versión mentirosa del CNI sobre la nunca probada acusación de cooperación necesaria del traductor del CNI -y de varios periodistas, entre ellos González- Al Mayali en un atentado mortal contra agentes del espionaje español. Al Mayali, ahora libre de cargos, pasó once meses encarcelado en Abu Graib y Um Qasar. Siempre ha sostenido que fue torturado por las tropas españolas.
Algunos lectores se dirigieron al Defensor preguntando sobre la veracidad de estas acusaciones. Como explicaba uno de ellos, necesitaba conocer la versión del diario, del periodista. Para mi es vital, la preciso de manera pública y a la mayor brevedad posible, está en juego la dignidad profesional de los redactores de un periódico que durante décadas fue un referente en la vida española. Consulté los artículos publicados por Miguel González a lo largo de estos años sobre el asunto y su lectura me llevó a la conclusión de que no había caso. Ni ocultamiento de información ni adherencia a las tesis oficiales. A los lectores les remití una respuesta privada con la nota del Comité de Redacción de este diario. La nota dice así. El Comité de Redacción quiere mostrar su apoyo a Miguel González después de las críticas que ha recibido el periodista por parte de Gervasio Sánchez. El comité considera injusta la acusación de haber ocultado los malos tratos de las tropas españolas en Irak precisamente al periodista que ha destapado con un vídeo esas agresiones. Además, recuerda que no es lo mismo publicar la denuncia de maltrato –cosa que EL PAÍS y Miguel González también hicieron e incluso el propio Sánchez en este diario- que tener la prueba de que esos malos tratos existieron. El comité admira la trayectoria profesional de Gervasio Sánchez, pero opina que en esta ocasión ha cometido un ataque injusto a un periodista y a un medio el día en el que publican en primera página la primera prueba de malos tratos. Como ha explicado Miguel González, la información se publica cuando se ha tenido la prueba, no basada en denuncias sin confirmar.
Pero al cabo de unos días, advertí que sí había caso: en la Red se cocinaba una injusta sopa de comentarios contra la integridad profesional de Miguel González y el supuesto sometimiento del diario a una agenda oculta que le hizo guardar la información de los malos tratos durante años. La semana pasada comenté con el propio González, con quien no había tratado la cuestión, lo sucedido. El periodista me ha hecho llegar un texto que reproduzco. Los lectores tienen derecho a conocer este testimonio porque se ha puesto en duda la honestidad del periodista.
Lo titula Con tristeza, sin resentimiento y dice así:
El pasado domingo 17 de marzo publiqué en EL PAÍS una información tan delicada como impactante: un vídeo en el que soldados españoles propinaban una brutal paliza a dos prisioneros. Ocurrió en Base España, en Diwaniya (Irak), a principios de 2004. Ese día estaba preocupado por la posibilidad de que el Ministerio de Defensa negase la autenticidad de la grabación y me preguntaba cómo podría yo demostrarla sin revelar mis fuentes. La había confirmado hasta la saciedad, consciente de que un error de ese calibre era motivo más que justificado para un despido. También me preocupaba que muchos de los militares a los que he conocido en tres décadas de ejercicio profesional –algunos de los cuales considero mis amigos- no entendieran la necesidad de que un episodio tan grave saliera a la luz o lo interpretaran como ataque a la imagen de las Fuerzas Armadas. En cualquier caso, sabía que era un precio que tenía que pagar.
Lo que no me esperaba era el furibundo ataque del periodista y fotógrafo Gervasio Sánchez, que en pocas horas puso en circulación casi 80 tuits, muchos de los cuales contenían graves críticas a EL PAÍS e insultos y descalificaciones profesionales contra mí. Debo reconocer que un primer momento no le presté mucha atención. Me parecían tan disparatados que contestar solo serviría para desviar la atención del asunto principal: la aparición, por vez primera, de una prueba inequívoca de malos tratos a civiles por parte de miembros del Ejército español.
Me preocupó más cuando, al día siguiente, leí el texto que Gervasio Sánchez escribió ya en frío en el blog que aloja la página web de un medio tan prestigioso como El Heraldo de Aragón y cuando comprobé cómo profesores de periodismo o reporteros bien considerados se aventuraban a dar opiniones a partir de las críticas, o insinuaciones, deslizadas por Gervasio Sánchez como si fueran hechos probados. Los profesores Fernando Wulff y Sonia Blanco, así como la reportera Mayte Carrasco, me pidieron disculpas, siempre de manera privada, pero el daño ya está hecho.
Solo ahora, una vez que el asunto se ha judicializado –el pasado viernes declaré como testigo ante la juez militar que investiga el caso y le facilité toda la información de que dispongo, salvaguardando lógicamente la identidad de las fuentes- tengo el ánimo para contestar lo que yo considero un cúmulo de falsedades infundadas e insidias gratuitas.
La primera es asegurar, a propósito del citado vídeo, que los temas se ajustan a agendas preconcebidas que nada tienen que ver con el periodismo. Yo no tengo ninguna agenda oculta. Como le expliqué a la juez militar, se me encargó un reportaje sobre el décimo aniversario de la invasión de Irak y, en el curso de ese trabajo, conseguí la grabación, hace aproximadamente un mes. El tiempo desde que la tuve en mi poder hasta que la difundí lo empleé en confirmar su veracidad, lo que no resultó fácil.
La segunda falsedad es asegurar que EL PAÍS no se ocupó del caso del traductor Flayeh Al Mayali. Yo publiqué la noticia de su detención, el 11 de abril de 2004 y a Gervasio, según él mismo dice en su blog, le pareció muy feo que yo le pisase en Madrid la exclusiva que él había conseguido en Irak. Lo siento, soy periodista y mi deber es sacar noticias.
Al día siguiente, EL PAÍS publicó un amplio reportaje sobre Al Mayali firmado por el propio Gervasio Sánchez titulado ¿Un traductor traidor?. Yo fui la persona que en la redacción se encargó de editar su texto. Según Gervasio, EL PAÍS se desentendió a partir de entonces del traductor. No es verdad.
El 21 de febrero de 2005 El PAÍS publicó la noticia de su liberación, tras 11 meses preso en Bagdad, y se hizo eco de que, en una entrevista a la Cadena Ser que hizo el propio Gervasio Sánchez, Al Mayali denunciaba que sufrió malos tratos cuando fue detenido por las tropas españolas.
El 23 de febrero de 2005 yo mismo informé de que Amnistía Internacional había pedido al ministro de Defensa, José Bono, que investigara los presuntos malos tratos a Al Mayali y recogía extensamente la entrevista concedida por el traductor a El Heraldo de Aragón (también de Gervasio Sánchez). El 2 de febrero de 2007, EL PAÍS publicó un nuevo artículo firmado por mí en el que denunciaba que Defensa no había informado a la Audiencia Nacional de la detención de Al Mayali, a pesar de que el juez Fernando Andreu había archivado días antes el caso de los siete agentes del CNI asesinados en Irak por falta de autor conocido y de que el traductor fue acusado precisamente de cooperador necesario con este crimen. El artículo incluía una entrevista con Al Mayali desde Irak que yo mismo le hice telefónicamente. Como prueba de que nunca olvidamos este caso, en el reportaje que acompañaba el pasado día 17 la difusión del vídeo sobre malos tratos se recordaba el caso de Al Mayali y se citaba su entrevista con El Heraldo de Aragón. Sin embargo, Gervasio Sánchez me acusa de haber dado vía libre a la versión del CNI repleta de mentiras y de asumir la manipulación del CNI sin problemas por un reportaje publicado el 28 de noviembre de 2004, en el primer aniversario de la muerte de los agentes del CNI. Justifica esta afirmación con el siguiente párrafo de mi texto: Al Mayali se habría jactado ante varias personas de su intervención en la muerte de los agentes y habría manejado grandes sumas de dinero de origen incierto.
Aunque hubiera sido fácil hacerlo, el blog de Gervasio no incluye ningún enlace con mi artículo y por eso su lector no puede comprobar que se ha mutilado gravemente mi texto. Este es el párrafo completo al que alude Gervasio Sánchez: Los investigadores creen que Flayeh, profesor de español que trabajaba como traductor para los agentes del CNI, fue quien avisó a los atacantes. Según esta versión, Flayeh se habría jactado ante varias personas de su intervención en la muerte de los agentes y habría manejado grandes sumas de dinero de origen incierto. Pero las mismas fuentes admiten que nunca se reconoció culpable ni se encontraron pruebas materiales en su contra. La mañana de la emboscada, Flayeh acudió a la base española de Nayaf a buscar a los agentes, por lo que supo que habían salido de viaje. Antes de abandonar Bagdad, uno de los fallecidos mantuvo una conversación telefónica con una persona a la que no se ha podido identificar. Estos indicios avalarían la sospecha de que el traductor pudo tener conocimiento del viaje de los miembros del CNI, pero sólo un juicio justo, impensable hoy en Irak, permitiría demostrar o no su culpabilidad.
Gervasio Sánchez asegura también que Bono había pedido a varios periodistas de medios ideológicamente cercanos al PSOE, entre los que estaba Miguel González, que evitasen criticar cualquier situación relacionada con la misión española o estadounidense ya que la tensión con Estados Unidos había aumentado tras la orden del presidente Zapatero de retirarse de Irak.
No sé qué es lo que Gervasio considera medio ideológicamente cercano al PSOE y si incluye entre ellos a los medios con los que ha colaborado (El Heraldo de Aragón, la Cadena Ser, La Vanguardia y el propio EL PAÍS). Tampoco sé quién le ha contado tal cosa, porque no cita fuentes, pero él sugiere incluso que EL PAÍS y yo mismo seguimos las instrucciones de Bono y mantuvimos una actitud acrítica sobre la guerra de Irak. No solo es falso sino ridículo, como demuestra la línea seguida por el diario, y por mí mismo, en casos como los vuelos de la CIA o Wikileaks.
Dice Gervasio Sánchez que Miguel González viajaba siempre en lugar preferencial con el ministro de Defensa. ¿Quizá por ello solo escribía lo que le gustaba? POR SUPUESTO
En las últimas décadas he viajado decenas de veces en el avión de la Fuerza Aérea española acompañando al ministro de Defensa de turno en sus visitas a las tropas en zonas de conflicto. Lo hacía yo y lo hacían también los periodistas de los principales medios de comunicación. No había otra forma de cubrir esa información. Pero jamás viajé en lugar preferencial y no creo que ningún periodista que haya ido en esos viajes (no es el caso de Gervasio) pueda sostener tal cosa. Por otra parte, si hubiera tenido la oportunidad de viajar en el reservado de las autoridades, lo habría hecho. Con el objetivo de conseguir alguna noticia exclusiva. Para eso me pagan.
Por último, sugiere que pacté con el ex director del CNI Jorge Dezcallar no preguntarle por el caso Al Mayali cuando lo entrevisté el 10 de marzo de 2005. Es cierto que no le pregunté por el traductor ni tampoco por ETA, ni por su cese al frente del servicio secreto ni por ningún otro asunto, salvo uno. La entrevista formaba parte de una serie de artículos de EL PAÍS sobre la matanza del 11-M, en su primer aniversario, y se centraba exclusivamente en este tema, ya lo bastante importante de por sí.
La discrepancia de fondo entre Gervasio y yo es que él parece creer a pies juntillas que Al Mayali es inocente y yo no lo sé, solo sé que tiene derecho a un juicio justo y que se le ha negado esa posibilidad. También da por hecho que sufrió malos tratos y yo digo que ni él ni yo hemos conseguido demostrarlo: la única prueba de malos tratos en Diwaniya es el vídeo publicado por EL PAÍS y se refiere a otro caso. Él piensa que EL PAÍS debió hacer una campaña a favor de Al Mayali porque era su colaborador y yo opino que los diarios no están para hacer campañas sino para dar noticias y que, aunque varios periodistas de EL PAÍS (incluido yo mismo) tuvimos a Al Mayali como traductor, eso no le convierte en colaborador del periódico, salvo que se considere que es compatible tal condición con la de trabajar para los agentes del CNI. Esa es mi opinión, tan respetable al menos como la suya.
Yo no soy un corresponsal de guerra, solo un periodista con 30 años de oficio. Y aunque he informado de los conflictos de Bosnia, Kosovo, Líbano, Afganistán o Irak, mi mayor motivación sigue siendo llegar a contar aquello que alguien intentó que nunca se supiera: como los malos tratos en Irak. Y no basta la sospecha, hace falta la prueba.
Creo que todos los periodistas –escribamos en periódicos, en blogs o en Twitter—estamos sujetos al cumplimiento escrupuloso de la misma regla: las opiniones son libres pero los hechos son sagrados. Es decir, son veraces y contrastados. Cuando un periodista se equivoca, y nadie está libre de errores, solo le queda una salida: reconocerlo y pedir disculpas. Quien incumple estas normas contribuye al descrédito del periodismo, aunque pretenda lo contrario, engañando a los demás y a sí mismo.
Nota. Gervasio Sánchez publicó el 27 de marzo esta nota en su blog
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