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Reportaje:

"Alguno de los nuestros puede estar muerto"

Un año después de la muerte de siete agentes secretos españoles en Irak persisten muchas incógnitas sobre la emboscada que les tendieron

Miguel González

El jefe del servicio secreto, Jorge Dezcallar, contemplaba con su esposa una exposición sobre la cultura nubia cuando sonó el móvil. La llamada del oficial de guardia en el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) no presagiaba nada bueno. El mensaje era muy confuso. Un agente había logrado contactar con el Thuraya (teléfono satélite) desde Irak. Al parecer, había un tiroteo. "Alguno de los nuestros puede estar muerto", le advirtió.

Dezcallar salió a la calle Serrano. Pasaban las 13.30 del sábado 29 de noviembre de 2003. Lo que más le impresionó fue el contraste entre la placidez de esa soleada mañana de invierno en pleno centro de Madrid y la tragedia que en ese momento se producía a 4.300 kilómetros. En una carretera al sur de Bagdad.

La investigación interna concluyó que no hubo "ruptura grave de las normas de seguridad"
El traductor detenido en marzo por las tropas españolas ingresó en la prisión de Abu Ghraib
"Lo más tremendo fue vivirlo en directo y no poder hacer nada", recuerda Dezcallar

Ya en el coche oficial, camino de su despacho, se confirmaron sus temores. El comandante Baró ha comunicado de nuevo. Dice que hay tres o cuatro muertos. Tras su voz, se escuchan con claridad disparos de arma de fuego. La comunicación se ha cortado antes de que pueda dar las coordenadas de dónde se encuentran. Dezcallar se pone en contacto con el presidente José María Aznar. "Lo más tremendo", recuerda un año después, "fue vivirlo en directo y no poder hacer nada".

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Avisados desde Madrid, tres helicópteros Superpuma salen de Base España, en Diwaniya, 150 kilómetros al sur de la capital iraquí. Pero es buscar a ciegas. Cuando divisan los restos carbonizados de los dos vehículos ya es noche cerrada. Ni siquiera llegan a aterrizar.

Mucho más cerca, a sólo 10 kilómetros, está la base de la II Brigada del 505 Regimiento de la 82 División Aerotransportada de EE UU. Un policía iraquí informa al centinela de que hay una manifestación en la carretera. El teniente coronel Pete Johnson despacha una compañía militar. Cuando llega, no queda nada que hacer, salvo hacerse cargo de los siete cadáveres de los agentes secretos.

La manifestación es, en realidad, una turba enloquecida. Un cámara de Sky News, que casualmente cruza por allí, rueda escenas terribles: adolescentes pateando los cuerpos inermes de los españoles. El equipo de TV se detiene sólo unos minutos. Más que la columna polaca que llega a continuación. Pertenece a la División Centro-sur, igual que las tropas españolas. El tiroteo ya ha terminado, hay vehículos ardiendo y cuerpos por el suelo. Pero las víctimas no llevan uniforme y opta por pasar de largo.

Los militares polacos no saben que los muertos son los españoles con los que han coincidido esa mañana en Camp Victory, la sede del CJTF-7, cuartel general de las tropas de la coalición, junto al aeropuerto de Bagdad. Allí han acudido los comandantes Alberto Martínez y Carlos Baró y los suboficiales Luis Ignacio Zenón y Alfonso Vega, integrantes de los dos equipos del CNI que trabajan para la seguridad de las tropas españolas. También están sus sustitutos: los comandantes José Merino Olivera y José Carlos Rodríguez Pérez y los suboficiales José Lucas Egea y José Manuel Sánchez Riera.

El relevo no está previsto hasta enero, pero los nuevos, que sólo llevan dos días en Irak, realizan una "visita de reconocimiento" para completar su preparación. El programa incluye Camp Victory, donde se acreditan ante el servicio de inteligencia militar de EE UU, y la sede de la CPA, la Administración Provisional de la Coalición, en el antiguo complejo presidencial de Sadam Husein.

No es habitual que los agentes viajen juntos con quienes han de relevarles; ni que los destinados con las tropas se reúnan con los que trabajan en la embajada. Tampoco fue muy ortodoxo que José Antonio Bernal y Alberto Martínez, fichados por la Mujabarat, la policía secreta de Sadam, siguieran en Irak tras el derrocamiento del régimen.

En todo caso, el desplazamiento de los ocho agentes a Bagdad fue autorizado expresamente por sus superiores en Madrid. El argumento que se dio es que juntos tenían más posibilidad de defenderse que por separado. "Se hizo un análisis muy crítico de las circunstancias que rodearon su muerte, pero no se apreció ninguna ruptura grave de las normas de seguridad", alega Dezcallar.

Por precaución, se cambió la fecha del viaje (inicialmente, estaba previsto hacerlo el domingo) y se adelantó la hora de regreso a las bases españolas de Diwaniya y Nayaf. Probablemente, los todoterreno en los que viajaban fueron marcados cuando atravesaban el mercado de Mahmudiya, un cuello de botella que obliga a reducir la velocidad. Más adelante, junto a la aldea de Latifiya, 30 kilómetros al sur de Bagdad, un Cadillac blanco se les acercó desde atrás y empezó a disparar.

El Nissan Patrol blanco y el Chevrolet Tahoe azul de los españoles no estaban blindados. El CNI ya había adquirido vehículos con blindaje, pero aún no habían llegado a Irak. Los agentes tampoco llevaban puesto su chaleco antibalas, no sólo por comodidad, sino porque era un reclamo demasiado llamativo.

Los primeros disparos de Kalashnikov acaban con la vida de Alberto y Alfonso, los dos agentes que van al volante, y dejan malheridos a otros dos. Un todoterreno se detiene en el arcén, mientras el otro se sale de la carretera y queda atrapado en un barrizal. Desde unos edificios próximos, los atacan con fusiles y lanzagranadas RPG. Los supervivientes responden con sus pistolas-ametralladoras. El tiroteo dura casi media hora, hasta que agotan la munición. Pero la desigualdad es aplastante. Si no hubiera heridos, tal vez habrían podido huir. No quieren abandonarlos y caen abatidos uno a no.

José Manuel Sánchez Riera es el único que logra escapar de aquel infierno. Cruza la carretera en busca de ayuda y lo rodea la muchedumbre que en ese momento sale de una mezquita.

Algunas manos le golpean, otras le arrebatan la pistola e intentan meterlo a empujones en el maletero de un coche. En medio de la confusión, un notable local -emparentado con otro que trabaja para los españoles, aunque eso él no lo sabe- se acerca y, sin mediar palabra, le da un beso en la mejilla. Es el salvoconducto al que debe la vida. Al día siguiente, Sánchez Riera sale de Bagdad en un avión Hércules del Ejército del Aire cargado con los féretros de sus siete compañeros. "No tengo nada que reprocharle, al contrario. Si no fuera por él no sabría como fueron los últimos minutos de vida de mi hijo", explica Ana Ollero, madre del comandante Baró.

Desde el principio, el entonces ministro de Defensa, Federico Trillo-Figueroa, aseguró que los agentes eran un "objetivo elegido", fueron sometidos a un "seguimiento muy estricto" y cayeron víctimas de una "delación". El Gobierno recibió informes del MI6 británico que apuntaban en esta dirección, pero algunos de sus datos eran erróneos, como la afirmación de que los vehículos de los españoles fueron identificados esa mañana cuando estaban aparcados en la calle, lo que el CNI siempre negó.

En el mismo lugar donde se produjo la emboscada fue atacado pocos días antes un convoy de la empresa de seguridad Global Security. Un hecho que era ignorado por los españoles. "Había un gran desbarajuste. La CIA iba a su aire en Irak y la información no circulaba entre los diferentes servicios", reconoce un experto en inteligencia.

El 10 de diciembre, EE UU lanzó una gran redada en Latifiya, donde fueron detenidas 41 personas. Su objetivo no era tanto capturar a los asesinos de los españoles, aunque así se presentó en España, como erradicar los focos de la resistencia. El secuestro de dos periodistas franceses en la misma zona ocho meses después demuestra que sólo lo consiguió a medias.

La investigación dio un vuelco el pasado 22 de marzo, cuando las tropas españolas detuvieron al iraquí Flayeh Abdul Zarha Anyur Al Mayali. Después de cinco días de interrogatorio en la base española de Diwaniya, fue entregado a las autoridades militares de EE UU como "cooperador necesario" en la emboscada.

Los investigadores creen que Flayeh, profesor de español que trabajaba como traductor para los agentes del CNI, fue quien avisó a los atacantes. Según esta versión, Flayeh se habría jactado ante varias personas de su intervención en la muerte de los agentes y habría manejado grandes sumas de dinero de origen incierto. Pero las mismas fuentes admiten que nunca se reconoció culpable ni se encontraron pruebas materiales en su contra.

La mañana de la emboscada, Flayeh acudió a la base española de Nayaf a buscar a los agentes, por lo que supo que habían salido de viaje. Antes de abandonar Bagdad, uno de los fallecidos mantuvo una conversación telefónica con una persona a la que no se ha podido identificar. Estos indicios avalarían la sospecha de que el traductor pudo tener conocimiento del viaje de los miembros del CNI, pero sólo un juicio justo, impensable hoy en Irak, permitiría demostrar o no su culpabilidad.

Tras ser entregado a EE UU, Flayeh ingresó en la prisión de Abu Ghraib, tristemente famosa por la práctica de torturas y el trato vejatorio a los detenidos. Apenas dos meses después, las últimas tropas españolas abandonaban Irak. Con ellas desapareció cualquier interés por aclarar lo sucedido. Para las autoridades estadounidenses, con más de 1.200 muertos en sus propias filas, no constituye obviamente una prioridad.

El pasado 14 de julio, el ministro de Defensa, José Bono, inauguró en la sede del CNI un monumento creado por Alberto Corazón en memoria de los agentes muertos. Una llama de bronce, sobre una pared desnuda de acero, recuerda los caídos en la emboscada del 29 de noviembre y al sargento José Antonio Bernal, asesinado el 9 de octubre en Bagdad.

En el mismo acto, Bono entregó a las familias de los agentes la Gran Cruz del Mérito Militar con distintivo rojo, que el Gobierno del PP se había resistido a conceder para no admitir que murieron en combate. "Hoy es un día de luto para todo el país", dijo Zapatero cuando murieron. Aunque se oponía frontalmente a la guerra de Irak, el líder del PSOE afirmó que los agentes muertos "son hijos de todos nosotros, hermanos de todos nosotros".

Monumento en la sede del Centro Nacional de Inteligencia en memoria de los agentes muertos el año pasado en Irak.
Monumento en la sede del Centro Nacional de Inteligencia en memoria de los agentes muertos el año pasado en Irak.ULY MARTÍN

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Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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