Siniestralidad y velocidad

Resulta lamentable ver los titulares de prensa anunciando a bombo y platillo los 130 km/h en autopistas y autovías. Si dejamos de lado la anécdota —porque este límite lleva aparejadas tantas condiciones que probablemente ni las vean mis ojos— y nos quedamos con el grueso de la reforma, la realidad que encontramos es bien distinta. Límite entre 90 y 50 km/h en carreteras convencionales para disminuir la siniestralidad. Nada leo de reformar las peores zonas de estas vías para reducir la peligrosidad.

Prohibir los detectores de radar ya resulta cuestionable en tanto que la propia DGT es incapaz de aclarar, con la normativa actual, si está obligada o no a señalizar los radares fijos. En todo caso, me plantea algunos dilemas. ¿Nos quitarán los GPS que traen avisador de radares incorporado? ¿Prohibirán las aplicaciones de móvil con esta función?

Con todo, lo más grave de la reforma es la restricción a 20-30 km/h en vías urbanas de un solo carril. “La siniestralidad está ligada a la velocidad”, dicen. Entiendo entonces que la única razón por la que no nos obligan a desplazarnos de nuevo en burro es por no contravenir el protocolo de Kioto en cuanto a emisiones de metano. La única verdad que han dicho desde que empezó todo este asunto es que se potenciará el uso de la bicicleta. Permítanme aprovechar el espacio para dedicar un mensaje a la actual directora de la DGT: levántese un día de su sillón y venga a hacernos una demostración a Oviedo. Quizá cuanto el viento de las bajadas le refresque las ideas recuerde que no todas las ciudades gozan de la planicie.— Fernando Menéndez García.