Enrique hunde su imagen con juegos de guerra
La confesión de haber matado talibanes del nieto de Isabel II provoca críticas y miedo a represalias
¿Ha matado talibanes?, le preguntaron al capitán Gales. “Sí, como ha hecho un montón de gente. Los escuadrones han estado ahí fuera. Todos ellos han abierto fuego en algún momento. Probablemente un poco más este año que el año pasado por esta época”, contestó. Una respuesta relativamente anodina si no fuera porque el capitán Gales no es un militar cualquiera, sino el príncipe Enrique, nieto de Isabel II y tercero en la línea de sucesión al trono.
Sus palabras, ya de por si polémicas, tomaron un sesgo especialmente delicado cuando explicó cómo sus habilidades para manejar los mortíferos arsenales del helicóptero Apache en el que presta servicio en Afganistán se han beneficiado con su pericia manejando la PlayStation. “Los exámenes era siempre una pesadilla pero todo lo que fuera chutar una pelota o jugar a la PlayStation —o volar— lo encuentro en general un poco más fácil que andar, a veces”, explicó. “Es un placer para mí porque soy uno de esos a los que les encanta jugar con la PlayStation y el Xbox, por eso me gusta pensar que probablemente soy bastante útil utilizando las yemas de mis dedos”, añadió. Muchos han interpretado esas palabras como una frívola comparación entre matar personas y matar seres imaginarios en un videojuego.
Las polémicas declaraciones del príncipe forman parte de una orquestada campaña de relaciones públicas aprovechando su vuelta a casa tras haber pasado cuatro meses y medio desplegado en Afganistán. No es la primera vez que Enrique va a la guerra. Su debut, 2008, le dejó un regusto amargo en la boca porque tuvo que ser abortada de improviso. En aquella ocasión se había decidido que su presencia fuera secreta pero fue desvelada por medios alemanes y australianos y Enrique fue repatriado para no incentivar ataques talibanes contra las fuerzas británicas. En aquella primera misión, la principal tarea del nieto de la reina consistía en identificar la presencia de insurgentes y guiar a la aviación británica para que pudieran atacarles. Aunque él asegura que echa de menos las tareas de infantería, esta vez ha tenido el privilegio de poder disparar él mismo contra el enemigo como miembro de un escuadrón de helicópteros Apache.
De entrada, la campaña de relaciones públicas fue un éxito mayúsculo. Los medios británicos tuvieron acceso de antemano a las entrevistas, realizadas por la agencia Press Association y las cadenas de televisión BBC, ITN y Sky con el compromiso de difundirlas hasta que el príncipe estuviera fuera de Afganistán. Enrique acaparó las primeras páginas, con fotos en las que parecía emular a Tom Cruise en la película Top Gun. A esas horas, él descansaba con sus camaradas en Chipre. Una etapa de “descompresión”, como él mismo la definió, aunque de este alivio mental y quizás físico no se esperan los testimonios gráficos que inundaron la red cuando el capitán Gales se relajó sin complejos en una suite de Las Vegas en diciembre pasado.
No es demasiado sorprendente que el éxito inicial fuera seguido de una tormentosa resaca. Para muchos medios, ha sido un colosal error que presuma de haber matado talibanes por mucho que esa su obligación como militar. A fin de cuentas, aunque él ha llegado a decir que el ejército está por encima de todo, es un miembro de primera fila de la familia real y las posibilidades de que llegue a ser rey, aunque escasas, no son desdeñables. Sus palabras no solo incrementan las posibilidades de que él se convierta en objetivo prioritario de cualquier fanático islamista, aumenta también el peligro de represalias contra sus compañeros de armas y son también una útil herramienta de propaganda para los talibanes.
De eso último hay muy pocas dudas. “Describir la guerra de Afganistán como un juego rebaja a cualquiera. Y especialmente a un príncipe”, declaró el portavoz talibán Zabihullah Mujahid. “Creo que tiene un problema mental”, añadió.
También ha habido críticas en casa. Como las de Lindsey German, coordinadora de la Coalición Parad la Guerra, creada para combatir las invasiones de Afganistán y de Irak. “En los últimos meses han muerto muchos civiles por los ataques aéreos. Esa actitud arrogante e insensible hacia la muerte de afganos es muy difícil que logre ganar las mentes y los corazones de nadie, y se supone que ese es uno de los objetivos de la guerra”, declaró. “El príncipe Enrique vuelve ahora a una vida de ocio y lujo, al revés que muchos soldados que se enfrentan al paro, la austeridad y problemas sociales”, añadió.
Otras crítica eran menos esperadas. Como la dureza con la que se ha expresado el escritor y periodista Harry Mount en The Daily Telegraph, un diario nada sospechoso de antimonárquico. “La reina no ha tenido nunca en sus 86 años de vida ni una fracción de la indiscreción mostrada por el príncipe Enrique en esas entrevistas”, sostiene. “Los privilegios y la posición de la realeza—incluso aunque estés en la difusa zona de los suplentes y no del heredero, un papel que han llevado también con torpeza tanto la princesa Margarita como el príncipe Andrés- exige compromisos. La abuela del príncipe Enrique entiende eso implícitamente y nunca ha metido la pata. Su padre puede haber ignorado ocasionalmente esas restricciones, pero en general acepta las obligaciones de la sangre real y se lo está recordando constantemente a sus hijos”, añade.
Enrique también ha tenido defensores. Como el coronel retirado Tim Collins, famoso por su arenga a las tropas británicas en vísperas de la invasión de Irak y que abandonó el ejército desencantado. “Los soldados no se toman la muerte a la ligera”, asegura en un artículo en el Daily Mail.
El príncipe parece haber entendido el mensaje y ha moderado su lenguaje al pisar el miércoles territorio británico. “Estamos apoyando al pueblo afgano, al ejército afgano, y las cosas van muy bien. La diferencia entre 2006 y ahora es absolutamente fantástica”, declaró.
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