El último órdago de Mourinho
El Balón de Oro ha ocultado por un día la última afrenta del míster blanco a los aficionados de Chamartín. El penúltimo agravio a una institución centenaria: sentar al emblema del Real Madrid, Iker Casillas, en el Bernabéu. El capitán simboliza mejor que nadie los valores de la casa blanca: la competitividad, el orgullo y la deportividad. Señas de identidad aprendidas en la cantera.
Cualquiera diría que el mánager portugués intenta que le echen, que esa adrenalina con la que motivaba a sus jugadores ya la ha perdido, que ese carácter agrio ya no lo es tanto, que la soledad le está haciendo inclinarse, que quiere salir pitando a un destino más acogedor, donde su figura recupere el vuelo y vuelva a ser enaltecida por la hinchada, donde su palabra no se discuta en referéndum y se asienta a coro. Las puertas a las que llama su representante, Jorge Mendes, ya no se abren de par en par como hace un año. Novias tiene, aunque algunos de los clubes europeos de más abolengo esperan la decisión de Guardiola. ¿Quién se lo iba a decir a Mou? Él y su ego, como segundo plato.— Javier Marcos Flores.