Si vienes a Quito tienes que comerte un agachadito
A lo que iba: si queréis degustar un plato típico, típico, típico ecuatoriano tenéis que probar un agachadito.
Eso sí: nunca pidáis un agachadito en un restaurante. Se partirían de risa.
Y es que el agachadito no es una receta, ¡sino la forma de comerla! Son platos populares cocinados en un kiosco callejero, en plena acera y que se comen sentado en un taburete o en un banquito pequeño. Es decir, ¡agachado!
Los mejores agachaditos de Quito están en el barrio de la Floresta. El espectáculo visual y olfativo comienza a eso de las seis de la tarde, cuando una docena de fritangas callejeras se instalan en la plaza del barrio y empiezan a aventar las cocinas de carbón. La humareda que se monta rivaliza con la de la última erupción del volcán Pichincha, pero eso es parte del encanto.
Como dice el amigo ecuatoriano que me llevó anoche a la Floresta, cuando llegas a casa tu mujer sabe que has estado en los agachaditos por el tufo a humo y fritanga que llevas en la ropa.
En los mostradores se van acumulando toda suerte de manjares a cual más ligero y menos grasiento: tripa miski (tripas de vacuno cocidas), guatita (estómago de vaca cocido con salsa de maíz), caldo de 31 (sopa de estómago de vaca cocida a fuego lento durante más de cinco horas), cuero (pellejo de cerdo), fritada (carne de cerdo cocida con su propia grasa) o lo más de lo más, un plato solo apto para estómagos a prueba de bomba: caldo de feto de vaca.
Un delicatessen de los más autóctono.
Si quieres conocer Quito de verdad tienes que ir una noche a cenar en los agachaditos de Floresta. No hay turistas (eso ya es en sí una buena razón) y os mezclaréis con la población local.
Es sí: lujos, ninguno. Pero precios abusivos tampoco: por un dólar y medio cenas y te vas a casa con colesterol suficiente como para destrozar todos los aparatos de un centro de análisis clínicos.
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