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El consejo de las 13 abuelas levanta su voz por la Tierra

Por Elena García Quevedo

Las abuelas han comenzado su revolución pacífica.; lo hacen a través del Consejo Internacional de las 13 abuelas Indígenas, que desde hace más de ocho años trabaja por la Tierra, la defensa de sus saberes tradicionales, por aquellos pueblos que no tienen voz y por las generaciones futuras. Procedentes de lugares tan dispares como Nepal, Tibet, Asia Central, México, Alaska, Brasil o Nicaragua; también de culturas, lenguas y razas diversas, su alianza es la concreción de la sabiduría ancestral femenina de la que, cada una de ellas, son herederas. Su revolución pacífica comenzó en 2004 cuando abuelas occidentales e indígenas se reunieron en Phoenix (Nueva York) para debatir los retos del sistema actual y buscar soluciones. Y vaya si encontraron. Supieron que parte de la solución podía estar en ellas mismas.

Tres días días después, en un mes de octubre que ha pasado a la historia de cada una de ellas, nacía el Consejo Internacional de las 13 abuelas indígenas con ancianas sanadoras reconocidas y respetadas en sus pueblos de origen, decididas a trabajar por el bien común, conscientes de que juntas podrían llegar muy lejos. Eran -son- mujeres de hasta ochenta y ocho años cuyas vidas han sido una constante prueba de superación. Supervivientes a enfermedades, guerras, persecuciones, pérdidas de seres queridos, problemas económicos; sus propios periplos vitales les permitieron descubrir en primera persona su fuerza y también el tesón para poner en pie sueños, en principio, no tan fáciles.

Ahora, su periplo conjunto es una alegoría del poder de las mujeres, de la fuerza que tiene la unión de seres diferentes y, ante todo, de como funcionan las armas de la paz. Y es que las abuelas indígenas, representadas por estas trece mujeres de armas tomar, han logrado llegar a todos los rincones del mundo con una sola voz: "Nos hemos unido como una sola mujer”, dice su manifiesto fundacional. “Para defender la Tierra misma”.

En los últimos ocho años, las abuelas han recorrido varias veces el mundo, han sido recibidas por el Dalai Lama en Darmsala, han visitado el Vaticano y han sido nombradas Mujeres de Paz por la ONU. Y su viaje continúa. Esta semana una de delegación de tres ha aterrizado en Madrid tras asistir en Holanda a la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas que ha celebrado la ONU. A lo largo de tres días en El Escorial, cerca de Madrid, compartirán sus credos con la gente de aquí. Ajenas a la diferencia, se unirán en un rezo por el planeta y las generaciones futuras; por el equilibrio.

Una de las abuelas recién llegadas es de Alaska, se llama Rita Pikta Blumenstein y procede de la tribu Yupik. Rita ha trabajado como ayudante de partos en un hospital; pero también ha enseñado su artesanía por el mundo y hoy es reconocida por practicar la medicina tradicional indígena, y poner en práctica lo que aprendió en gran parte de su propia abuela. Rita tiene más de ochenta años, habla en inglés y en su lengua natal, ha recorrido miles de kilómetros para llegar hasta aquí y, pese a que a veces utiliza la silla de ruedas, poco después de aterrizar en España caminaba con sus propios pues y sonreía como una niña. “Los hombres y las mujeres estamos unidos al ombligo de la Tierra, que es la madre; todos dependemos de ella”, dice. ”Yo estoy llena de amor. Hemos de recorrer las catorce pulgadas que van de la mente al corazón”.

La abuela Julieta Casimiro de Huatrla de Jimenez, procede de México y habla un castellano que no siempre resulta fácil entender. Heredera de la tradición mazateca, La anciana trabaja como artesana y sanadora, pero también cultiva su propia tierra. “Necesitamos mantener viva la esperanza. Es como una historia interminable. En mi pueblo hay violencia. Lo que está sucediendo en mi pueblo sucede en todo el mundo. En este momento necesitamos nuestra fe”. Por su parte la abuela Jyoti, que se puso en contacto con abuelas indígenas de todo el mundo y que hoy también es la embajadora del Consejo de las Trece Abuelas cierra: “Lo importante es recuperar el equilibrio con nosotros mismos y con la Tierra”, añade. “Mientras los corazones de nuestras abuelas no estén bajo tierra tenemos la oportunidad de cambiar las cosas”.

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