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LA PARADOJA Y EL ESTILO
Columna
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Bolsas de papel

La infanta Cristina parece dilatar todo lo posible su aparición en Marivent. Como si le echara un pulso a sus padres, exigiendo que paralizaran el proceso en el que su marido está imputado

Boris Izaguirre
Mar Flores, fotografiada en Ibiza el sábado pasado.
Mar Flores, fotografiada en Ibiza el sábado pasado. GTRESONLINE

La infanta Cristina parece dilatar todo lo posible su aparición en Marivent. Y el presidente del Gobierno, Rajoy, dilata hasta lo imposible su petición de rescate. Agosto acaba de empezar.

Cristina parece echarle un pulso a sus padres, como exigiendo que se apiaden, levanten un dedo o mano ensortijada y paralicen, o retrasen, el proceso en el que su marido es el principal imputado. Ese pulso pudo precipitar la caída del Rey ante las Fuerzas Armadas. Una nueva caída en esta etapa del reinado. Pero ni siquiera el querer ver cómo continúa la nariz de su padre ha convencido a Cristina para acercarse a Marivent. La Infanta quizá se imagine que en cuanto se interese por este nuevo tropiezo, sus padres le instarán a replantearse el suyo, su matrimonio. Y ella se vería obligada a preguntar por respuesta: “¿Y por qué no empezáis vosotros?” Por eso prefiere su sonriente jaque al rey desde el ducado independiente de Pedralbes, organizando la fiesta del santo de su marido imputado, trayendo los niños de vuelta y recibiendo a ese grupo de amigos con cara de pocos amigos, bolsas de Movistar, relajado vestuario de programa de televisión de verano.

La infanta Cristina parece dilatar su aparición en Miravent todo lo posible. En la imagen, en Barcelona.
La infanta Cristina parece dilatar su aparición en Miravent todo lo posible. En la imagen, en Barcelona.GTRESONLINE

Desde ese Pedralbes, Cristina y los suyos verán o no verán –pero allí estarán– el especial que Telecinco emitirá el martes en prime time sobre Marivent y sus trajines. Quizá en ese documental con debate nos enteremos de por qué Cristina pone tierra de por medio y se reafirma en su ilusión de estar siempre al margen. Ella ni será imputada, ni será imprescindible para la Corona como su hermano menor, y mucho menos conseguirá arrebatarle favor popular a su hermana Elena. Así que, a dejarla tranquila, que siga inocente viajando de Washington a Barcelona a cargo de Telefónica antes que de la Casa del Rey. Lo que nosotros pensemos, lo que sintamos, lo que nos irrite de su actitud, a ella claramente le da igual. Es la hija del Rey, y juega sus cartas. ¿Quién va a osar decirle algún día algo? Y además, ¿para qué?

Nadie se divorcia por una im­­putación, otra cosa es una fotografía candente como la del ahora exmarido de Paloma Segrelles con una rubia y en Valladolid. Eso sí puede contra un matrimonio, sobre todo que sea en Valladolid.

Cristina está medio amotinada. Ni pisará Marivent, ni mucho menos dejará a los niños en ese palacio expuestos a Froilán, que puede disparar alguna palabra de más. En el ducado independiente de Pedralbes, en tierra firme, solo hablan de realidades paralelas. Nada de prima de riesgo, ni de Monti visitando a Rajoy, que ni siquiera a su sombra consigue levantar la Bolsa, el Gobierno o el país. ¡Qué chasco la reunión con el primer ministro italiano! Y encima, como símbolo apocalíptico, se desploma la megabandera de la plaza de Colon en Madrid, esa que Federico Trillo casi cosió en su salón cuando sobraba tela. Se cae el Rey, se desploma la Bolsa, la bandera por los suelos… ni una sola de estas cosas negativas se comenta en Pedralbes.

La Infanta quizá imagine que en cuanto se interese por el nuevo tropiezo del Rey, sus padres le instarán a replantearse el suyo, su matrimonio. Y ella se vería obligada a preguntar por respuesta: “¿Y por qué no empezáis vosotros?”

Ni siquiera un poquito de autocrítica para analizar por qué ellos, como representantes de lo pijo nacional, mantienen ese trajín de acudir a las casas llevando obsequios en bolsas. ¡Es increíble que nadie se levante a denunciar esta antiestética! Nuestros pijos acuden a onomásticas, matrimonios y cumpleaños con regalos bien ocultos en bolsas de papel. La manía se repite en el ducado independiente de Pedralbes. Puede que no hayamos visto cuándo jugaron al pádel con Camps y Matas en Marivent, pero esa invitada llegando con la gran bolsa de Movistar, eso sí que lo hemos visto todos esta misma semana. ¿Qué habría dentro? ¿Móviles con Instagram para los niños, y así jugar a retratar al abuelo sin que se diera cuenta, o a la tía Letizia sin maquillar? Está muy de moda subir a Twitter este tipo de fotografías. ¿Y si en la bolsa había dinero, al estilo Maite Zaldívar? Mejor mensaje sería menos bolsas de papel y más bolsas de plástico transparente. El regalo, el paquete a la vista.

Eugenia Martínez de Irujo, en una fiesta en Madrid el mes pasado.
Eugenia Martínez de Irujo, en una fiesta en Madrid el mes pasado.GTRESONLINE

Esos grandes secundarios que son Julita Cuquerella, la secretaria privada, y el abogado Mario Pascual Vives, que disfruta estrenando cascos de moto en cada visita, quizá no puedan evitar debatir el enfrentamiento de Eugenia Martínez de Irujo con su exmarido, Francisco Rivera, por la custodia de su hija. Eugenia se manifiesta tranquila y agradecida por el gesto solidario de su madre al declarar desde San Sebastián que no acepta los manejos del exyerno favorito. Abriendo así otro debate: siempre entendimos que era complicado ser suegra, pero ahora, lo complicado de verdad es ser exyerno favorito. Lo estamos viendo con Iñaki y también con Fran. Tanto para la Reina como para la duquesa de Alba debe de resultar durísimo asumir el error de calculo. Otro chasco.

Esquivando este tema, podríamos todos calmarnos observando la foto de moda en las redes sociales: el dulce descanso de Mar Flores tumbada en la cubierta de su barco, disfrutando hermosa de una siesta. Sí, la misma belleza que en la boda de Fran y Eugenia puso en pie de guerra a la Casa de Alba con su asistencia —Mar, entonces, era novia de Cayetano Martínez de Irujo— ahora puede descansar tranquila. Flores supo ver que en esta vida lo importante es salir ilesa, sin víctimas. Y dejar a otros que se empeñen en llevar las bolsas de papel.

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