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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Romanticismo o tecnología

Aplicar el Ojo de Halcón en el fútbol para evitar los goles fantasma parece acertado, pero el debate es dónde están los límites

MARCOS BALFAGÓN

El debate sobre la utilización de las ayudas tecnológicas en el deporte no es nuevo, ni mucho menos patrimonio del fútbol. En una era en la que los avances técnicos han impregnado cada aspecto de la vida, el deporte ha mirado al gran hermano tecnológico con una mezcla de miedo y suspicacia. Como si aferrarse a esas ayudas comportara una renuncia a la esencia del juego, al romanticismo que acompaña su existencia desde su nacimiento.

En el fútbol, un deporte de masas, la polémica es todavía más extrema. Mientras que disciplinas como el tenis han recurrido a herramientas como el Ojo de Halcón —y los deportistas lo ven como algo bueno, natural, no como un enemigo—, los diferentes órganos que componen el fútbol no han llegado a ponerse de acuerdo. Unos dicen que sí, que claro, que cómo es posible que a estas alturas de la vida un árbitro no pueda servirse de un chip para saber si el balón ha traspasado por completo la línea de gol. Y otros, que eso sería la muerte del deporte, que puestos a ello habría que robotizar cualquier aspecto de un partido, que si la tecnología se usa para detectar o no un gol fantasma, por qué no para decidir sobre un agarrón, sobre un fuera de juego o sobre un penalti.

Ante un asunto de semejante calibre, ni siquiera los representantes de los máximos organismos del fútbol, la FIFA (Joseph Blatter) y la UEFA (Michel Platini), se ponen de acuerdo. El primero que sí, el segundo que no (y recuerda que habría que rebobinar hasta el famoso gol con la mano de Maradona en el Mundial de 1986 para volver a arbitrar ese partido).

¿Debe el fútbol avanzar hacia la tecnología o permanecer inmovilista en su burbuja romántica?

Parece claro que es inadmisible permitir goles fantasma como los del último Mundial y la última Eurocopa cuando es posible subsanar esos fallos con ayuda tecnológica —si es difícil a veces decidir con la imagen de la televisión congelada, imagínense para un árbitro en directo en menos de un segundo—. Pero entonces, ¿dónde está el límite? Quizás sea ahí donde conduce este debate: no ya si la tecnología debe usarse o no, sino dónde pone el fútbol el coto: si siguen pitando árbitros... o robots.

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