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La vuelta a la vida de Salman Rushdie

El escritor británico se vio privado de una vida digna tras publicar en 1988 'Los versos satánicos' El ayatolá Jomeini condenó el libro e hizo un llamamiento mundial a su ejecución Veinticuatro años después, el autor disfruta de una agitadísima actividad social en Nueva York

Salman Rushdie, fotografiado en Los Cabos (México) en septiembre 2008.
Salman Rushdie, fotografiado en Los Cabos (México) en septiembre 2008.ALEX TEHRANI (CORBIS OUTLINE)

A las ocho de la tarde de un lluvioso martes del pasado ­febrero, Salman ­Rushdie entraba a grandes zancadas en Junoon, un restaurante del distrito Flatiron de Nueva York, donde 90 personas esperaban su llegada, algunas de ellas bebiendo a sorbos cócteles de vodka con infusión de manzanilla. Rushdie, el autor británico nacido en India, era el invitado de honor de una cena patrocinada por Dom Pérignon y Booktrack, el fabricante de una aplicación que sincroniza música en los libros electrónicos. Era la segunda fiesta de la noche para Rushdie, de 64 años, a quien esa misma tarde, más temprano, se le pudo encontrar conversando con la diseñadora Diane von Fürstenberg en una exposición del artista Ouattara Watts en el centro presentada por Vladimir Restoin Roitfeld, uno de sus galeristas.

En Junoon, tras dejar limpios los platos de cordero y berenjenas, Rushdie cogió un iPad y leyó en voz alta su relato corto In the South (En el sur), que apareció en The New Yorker en 2009 y al que Book­track había puesto una música original interpretada porla Orquesta Sinfónica de Nueva Zelanda. Cuando terminó, Rushdie se acercó a una mujer morena, delgada y de piernas largas sentada en el extremo de una larga mesa. “¿Qué tal lo he hecho?”, preguntó Rushdie. Ella alabó su lectura y él le agradeció que hubiese ido. Mientras el escritor se alejaba, ella se volvió hacia otro de los asistentes a la fiesta: “Es agradable verle salir, ¿verdad?”.

Puede que sea más apropiado preguntar: ¿dónde no han visto los neoyorquinos a Rushdie últimamente?

Casi 25 años después de la publicación de Los versos satánicos, que le obligó a esconderse durante una década después de que el ayatolá Jomeini de Irán condenase la novela y promulgase una fetua pidiendo su muerte, Rushdie se ha convertido en una presencia infatigable en la vida nocturna de Nueva York.

“Nadie imaginaría que un escritor pudiese ser mi mejor cliente”, asegura Graydon Carter, director de la revista ‘Vanity Fair’ y dueño del restaurante Waverly Inn

En enero se le vio con Francesco Clemente, pintor y amigo íntimo, en la inauguración de una exposición del artista Victor ­Matthews en el barrio de Chelsea. Varias semanas antes, Rushdie celebró un acto literario en Vermilion, un restaurante indio-latino en el que ha invertido y para el que, a principios de este año, el sitio web de cupones de descuento Gilt City ofrecía una promoción que consistía en una cena de seis platos por 95 dólares que incluía una copia firmada de uno de sus libros. Junto al cantante de R.E.M., Michael Stipe, Rush­die fue anfitrión de una velada en otro restaurante, Del Posto, a favor del Fondo Lunchbox, una organización benéfica fundada por Topaz Page-Green, exmodelo y amiga de Rush­die desde hace mucho tiempo. Su interés por la cultura popular parece inmenso, y abarca la moda (el pasado septiembre se le vio en primera fila del desfile de Olivier Theyskens), el teatro (asistió al estreno de Spiderman: el regreso de la oscuridad) y el cine (apareció en la fiesta de Vanity Fair en el Festival de Cine de Tribeca, en abril del año pasado).

De hecho, Rushdie, autor de 16 libros, que lleva la mayor parte de los últimos 12 años viviendo cerca de Union Square, ha empezado a escribir un guion para una serie del canal de cable estadounidense Showtime que se desarrollará en el Nueva York contemporáneo. “Creo que le gusta el ritmo vertiginoso de la ciudad”, explica David Nevins, presidente de programas de entretenimiento de la cadena. “Le gusta su diversidad y la actitud provocadora de la gente”.

Rushdie accedió inicialmente a ser entrevistado para este artículo, pero Barbara Fillon, directora adjunta de publicidad de Random House, que va a publicar sus memorias este otoño, notificó posteriormente en un correo electrónico que no estaría disponible.

De todos modos, los amigos de Rushdie atribuyen esa ubicuidad a su curiosidad y la sensación de encontrar refugio en una ciudad acogedora. “Ser capaz de respirar libremente, estar en Nueva York, hace que se sienta seguro”, dice Deepa Mehta, amiga y directora de la adaptación cinematográfica —aún por estrenar— de Hijos de la medianoche, novela de Rush­die de 1981 galardonada con el premio Booker (Rushdie es además el autor del guion). “Es la libertad. Es una persona feliz por estar viva”.

El británico no es ni mucho menos el primer escritor famoso en deleitarse con la vida nocturna de la ciudad. Desde Truman Capote (en los años cincuenta y sesenta) hasta Norman Mailer (en los setenta y ochenta), mezclarse con los miembros de la alta sociedad ha sido desde hace mucho tiempo una parte integral del mundo de la celebridad literaria.

“Ser capaz de respirar libremente, estar en Nueva York, hace que se sienta seguro. Es una persona feliz por estar viva”, dice la directora de cine Deepa Mehta

Pero la incesante presencia pública de Rushdie llama la atención no solo porque desobedece abiertamente el edicto que hay contra él en zonas más restrictivas del mundo, sino también porque se produce precisamente en un momento en el que muchos de los escritores más exitosos de Nueva York parecen llevar vidas tranquilas y domésticas en Brooklyn.

“En gran medida, los tiempos del escritor como personaje público han terminado”, afirma Mort Janklow, veterano agente literario. “Los escritores son más profesionales. Uno no oye hablar de enemistades. Uno no ve a los escritores más prolíficos haciendo vida social”.

Como Mailer, que tuvo seis esposas, Rushdie, que se ha casado cuatro veces (la última, con la presentadora de Top chef, Padma Lakshmi, de la que se divorció en 2007), se ha labrado una repu­tación de mujeriego. “Cada vez que uno lo ve, está con dos o tres mujeres guapísimas”, comenta Graydon Carter, amigo y director de Vanity Fair, que posee el restaurante Waverly Inn, frecuentado por Rushdie. “Es uno de mis mejores clientes. Nadie imaginaría que un escritor pudiese ser mi mejor cliente”.

El primer matrimonio de Rush­die, en 1976, con la agente literaria Clarissa Luard, terminó en 1987. Sus dos esposas siguientes también pertenecían al mundo literario: Marianne Wiggins es escritora, y la tercera, Elizabeth West, era editora literaria. Pero quizá la relación que más curiosidad despertó fue la que mantuvo con Lakshmi, una exmodelo y actriz ocasional con la que estuvo casado cuatro años. Desde su ruptura, se le ha relacionado con varias jóvenes atractivas.

Sus amigos dicen que una vez salió con Michelle Barish, personaje de la jet y exesposa del promotor de clubes nocturnos Chris Barish. La actriz Pia Glenn ha hablado públicamente de una relación con Rushdie. Y, el pasado noviembre, Devorah Rose, una aspirante a actriz de realities de televisión y directora de revista que escribe crónicas de la vida social en los Hamptons, publicó en ­Twitter una fotografía de ella y el escritor en una cena. “Pasándolo bien con ­@SalmanRushdie”, escribió. “Vuelve pronto a Estados Unidos para que podamos repetirlo”.

Lo que ocurrió a continuación entre Rose y Rushdie fue carnaza para los cotilleos. Rushdie dijo a The Post que Rose era una conocida. Rose contraatacó diciendo que Rushdie había andado tras ella con intenciones románticas, según la página de cotilleos Scallywagandvagabond.com, y aportó mensajes que el escritor supuestamente le había enviado a través de Facebook (y que la propia web publicó).

A diferencia de muchos otros intelectuales de su generación, que limitan sus apariciones en Internet a anuncios de lecturas y alguna que otra sobria página web homónima, Rushdie se ha entregado a las redes sociales con el entusiasmo de un adolescente atolondrado. Ha reunido a más de 246.000 seguidores en Twitter, cuelga algunos de sus escritos en Tumblr y participa tan animadamente en Facebook que hasta tuvo un enfrentamiento con la empresa cuando esta insistió en que usase su nombre real, Ahmed Rushdie, en su perfil (Rushdie se salió con la suya).

Deepika Bahri, una amiga y catedrática adjunta de inglés enla Universidad Emoryde Atlanta, en la que Rushdie es escritor residente distinguido, asegura que el británico está dispuesto a relacionarse en Internet con cualquier persona y a tratar cualquier tema, sea intelectual o no. “No creo que realmente le importe”, responde Bahri cuando se le pregunta si dicho comportamiento podría influir en la opinión que se tiene de él. “No le da miedo ni le preocupa lo que la gente piense, ni cómo pueda afectarle en su repu­tación literaria”.

Salman Rushdie, asistiendo con una acompañante a la entrega de premios Hombre del Año 2011 de la revista ‘GQ’ el pasado septiembre, en Londres.
Salman Rushdie, asistiendo con una acompañante a la entrega de premios Hombre del Año 2011 de la revista ‘GQ’ el pasado septiembre, en Londres.CORDON PRESS

Con todo, sí parece esperar cierto civismo. Rushdie bloqueó en febrero a un seguidor en Twitter que comentó con ánimo hiriente qué suponía haber leído uno de los libros de Rushdie en el instituto. “Aquí no se tolera la descortesía”, escribió Rushdie en la red social. “Tus padres tienen que enseñarte buenos modales”.

El año pasado, un post sobre el escritor Philip Roth derivó en una pregunta de otro seguidor en Twitter que versaba sobre el divorcio de la estrella de realities Kim Kardashian de su marido, el jugador de baloncesto Kris Humphries. Rushdie respondió irónicamente con un poema humorístico que le ocupó tres tuits y que podría traducirse como: “El matrimonio de la pobre kim #kardashian quedó aplastado como un koche tras un choke. Su kris klamó: ¡no es justo! ¿Por qué no puedo kedarme con mi parte? Pero kardashian kedó pelada como una mona”.

Según sus amigos, para Rush­die, estas plataformas no son solo nuevas formas de mostrar su talento, sino que le ofrecen una especie de liberación. “Habla de haber renacido digitalmente”, dice Bahri. Inquirido sobre semejante interés por las redes sociales en la velada en Junoon del pasado febrero, Rushdie respondió: “Me gusta llegar a un nuevo público. El diálogo es estimulante”.

Sin embargo, sean cuales sean los giros sociales que se hayan producido en el ciberespacio o en la ciudad, Rushdie ciertamente ha mantenido su caché literario; lo cual no es poco, señala el veterano agente Janklow: “Es difícil ser un gran personaje social y un gran escritor”.

El autor sigue estando muy solicitado como conferenciante. En enero canceló un viaje a India —en el que iba a hablar en el Festival de Literatura de Jaipur— preocupado por los posibles riesgos que amenazaban su seguridad. Pero el mes pasado finalmente regresó al país para acudir al Cónclave India Actual de Nueva Delhi. Sus memorias se esperan con expectación; se supone que relatarán los años que permaneció oculto tras la promulgación de la fetua.

Se ha entregado a las redes sociales como un adolescente, hasta el punto de enfrentarse a los responsables de Facebook por un conflicto a raíz del nombre que usaba en su perfil (Rushdie se salió con la suya)

“Salman sigue estando en boca de todos y forma parte de la cultura y las conversaciones”, afirma Carter, de Vanity Fair.

Page-Green consiguió que el escritor se uniera al comité asesor del Fondo Lunchbox hace años. Y confiesa que le pidió que ejerciera de anfitrión en una feria literaria pensada para recaudar fondos que celebró hace unas semanas no solo por su capacidad para dar a conocer la organización benéfica, sino porque también invitaría a sus amigos famosos. “Su perfil es claramente literario, y el acontecimiento está relacionado con eso”, razona.

Brooke Geahan, vicepresidenta de publicaciones de Booktrack, conoció a Rushdie en un recital de poesía hace siete años. Contactó al autor para pedirle permiso para usar uno de sus relatos y, más tarde, pedirle que leyera en Junoon. “Es muy generoso”, afirma. Los ejecutivos de Booktrack esperan que la participación de Rushdie (y la publicidad que le rodea) en la velada atraiga la atención de otros escritores contemporáneos de prestigio; hasta ahora, su página web solo ofrece 14 títulos.

Sin embargo, eso no parecía tener importancia aquella noche en Junoon. Los invitados dispensaban bravos y felicitaciones a Rushdie, y le preguntaban dónde podrían volver a escucharle. Rushdie sonreía encantado.

Fue uno de los últimos en dejar la fiesta.

Revindicación de los días normales

Juan Cruz

Solo los que lo vieron vivir la fetua(la condena a muerte que dictó Irán contra él, por sus Versos satánicos) pueden entender de veras cómo se siente Rushdie desde que desapareció esa sombra. Lo dicen sus amigos: feliz de estar vivo.

Durante años, la amenaza lo obligó a vivir encerrado entre las puertas de una mazmorra infinita, que viajaba con él. Y que sigue marcándolo como una maldición. Hace unas semanas publicaba aquí Antonio Muñoz Molina una crónica sobre el más reciente puñal que le clavaron a esa sensación de libertad que recuperó Rushdie y exhibe, por ejemplo, en Nueva York. “En enero de este año”, escribía el novelista español, “Salman Rushdie tenía previsto asistir a un festival literario en Jaipur, en India. India está considerada una democracia. Grupos musulmanes oficialmente moderados mostraron su rechazo a la visita de este presunto hereje”.

Resultado: Rushdie, “que es un hombre bastante tranquilo y partidario de la buena vida”, como subraya Muñoz Molina, optó por quedarse en Nueva York, lejos de la sombra que no lo abandona desde que los ayatolás lo pusieron en el ojo huracanado de su inquina.

La decisión de Rushdie es mucho más simbólica que la condena: él no va, se queda viviendo, sin el temor de que una esquina sea el preludio de un disparo. Pero la condena sigue ahí, no es un símbolo ni un recuerdo añejo del que haya escapado su víctima. Entonces, ¿qué extraña que este escritor, simpático y abierto, mundano y vivaz, ame la vida, sus noches y sus entresuelos, si arrastra en la conciencia de su memoria la peor de las calumnias, la que condena a muerte?

Un día, su amigo Martin Amis le preguntó por lo que hacía un día normal. “¿Un día normal?”, repreguntó Rush­die. “No tengo días normales”. Desde que Jomeini depositó sobre su cabeza la manzana terrible de la muerte, él ha luchado por volver a la normalidad, a tener días como estas noches que aquí se describen. No es una aspiración, es una reivindicación de los días normales, de su derecho a tenerlos.

Hace algún tiempo, cuando aún estaba encarcelado de esa manera, Daniel Mordzinski lo hizo posar y lo situó entre media docena de puertas entreabiertas. Ahora Rushdie quiere tener todas las puertas abiertas, y se divierte. Cualquiera haría lo mismo. Como una reivindicación de los días normales.

© 2012 New York Times News Service. Traducción de News Clips

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