_
_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Eran un clan

El mito de Arantxa, la deportista española más importante de la historia, no se entiende sin sus padres. La acritud de la ruptura trastoca una elaboración rosa y fácil de su leyenda. El periodista Álex Martínez Roig recuerda sus momentos con Arantxa y familia

Aquella tarde del 10 de junio de 1989 nos sentamos en las gradas de prensa de Roland Garros deseando que “nuestra” Arantxa, con solo 17 años, ganara algún juego y no fuera barrida sin piedad por la enorme Steffi Graf, gran dominadora del tenis mundial. Con un par de juegos por set, se lo prometo, nos dábamos por satisfechos. Uno soñaba ya con una crónica justificatoria para la primera edición de EL PAÍS. Pero Arantxa, mente poderosa, ambición irreductible, piernas incansables, decidió inventar aquel día un grito mítico para los españoles: “¡Vamos!!!!”. Y cometió una de las sorpresas más inesperadas de la historia del tenis femenino. Golpe a golpe, juego a juego, set a set, fue socavando la seguridad de Steffi, que acabó hecha un flan y perdiendo por 7-6 (6), 3-6 y 7-5. No recuerdo tarde más emocionante, por lo inesperada que fue esa emoción.

Arantxa se retiró con cuatro Grand Slam (3 Roland Garros y 1 US Open) y, probablemente, es la deportista española más importante de la historia. Su carrera y su éxito no se entienden sin ese apellido que se convirtió en compuesto (Sánchez-Vicario) porque explíquele usted a los anglosajones que en España la madre es la madre, y su apellido marca tanto como el paterno. Los Sánchez Vicario eran por aquellos años (los 80 y principios de los 90) la familia más poderosa del tenis español. Arantxa, la menor, era la más talentosa, pero Emilio fue un enorme jugador, al que sólo cierta falta de confianza en los grandes puntos le impidieron entrar en la gran élite. A ellos se les unió Javier, un jugador mediano, y Marisa, que decidió muy pronto que el tenis no era lo suyo.

Eran un clan. Para lo bueno y para lo malo. Pero Arantxa no se entiende sin ese clan. Hiperprotegida, viajó siempre con su madre durante los primeros años en el circuito. Y, francamente, a los 17 años, estar más de 30 semanas por el mundo, en hoteles despersonalizados, y saliendo a la arena todos los días a la batalla de los raquetazos, tener una aliada en la grada tan fiel es la diferencia entre aguantar y hacer la maleta y volver a casa.

Ser padres de un mito tampoco es fácil. Los mitos suelen tener mucha personalidad. Arantxa la tenía dentro y fuera de la cancha. Una personalidad muy fuerte. Necesaria para aguantar con su tenis rocoso todo lo que tenía que luchar. Pero también para sobrevivir en la jungla del circuito. Los jóvenes tienen que aprender a volar solos, y los padres a que los hijos despeguen de sus brazos. Ese momento ha creado muchos conflictos entre tenistas y progenitores (por cierto, más públicos los de ellas -Mary Pierce, Jennifer Capriati, Venus y Serena Williams…. que los de ellos).

Arantxa era muy elocuente en sus declaraciones, muy simpática en el trato cercano, y muy sólida y decidida en su vida profesional. El mismo perfil que su hermano Emilio, al que he ido encontrando a lo largo de estos últimos años o en un estudio de televisión, o como capitán de la Copa Davis, o incluso como alumno de un curso de gestión deportiva en el IESE. Tanto carácter aplicado a un enfado familiar lleva a su denuncia ahora, en forma de libro, de algo que se rumoreaba desde hace tiempo.

En una familia tan fuerte, hay momentos buenos y malos. Normalmente en privado. Que esté sea en público, es una novedad para nuestro deporte, donde los mitos suelen cuidar su fama eterna. Pero en los años de las “broncas rosas”, ningún rincón está a salvo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_