Moda (y ofensa) de lujo para la miseria de Haití
Por Miguel Ángel VillenaJacmel es o podría ser, mejor dicho, una preciosa ciudad costera del sur de Haití. De hecho, reúne todos los atractivos naturales de lo mejor del Caribe: playas magníficas, una vegetación verde e impresionante, unas casas decimonónicas con el encanto de los años de prosperidad, unas gentes hospitalarias… Podría aspirar a ser Nueva Orleans o La Habana a pequeña escala. Pero esa posibilidad no pasa hoy de ser una quimera porque Jacmel sufrió de forma devastadora las consecuencias del terremoto de Haití hace ahora casi dos años. Cuando la ciudad apuntaba a un tímido despegue turístico, con ayuda básica de la cooperación española, y atisbaba la salida del túnel de la miseria, la tierra tembló y dejó un reguero de muertos en toda la región de Jacmel. Edificios importantes, como el singular mercado de hierro, se tambalearon y quedaron dañados. El resto de las casas directamente se desplomó.En medio de un infierno de escombros y basuras, con una juventud que vaga sin rumbo por las calles a la espera de la reconstrucción, la diseñadora estadounidense Donna Karan no ha tenido idea más ofensiva que lanzar su nueva colección de lujo en el escenario de Jacmel. Así la modela brasileña Adriana Lima, enfundada en un mono verde que cuesta 1.500 euros, posa para el fotógrafo Russell James con dos haitianos de fondo que ni siquiera miran a la cámara. Más bien enfocan sus ojos a la modelo, un objeto de deseo no solo sexual sino también económico, y deben pensar que con el coste del vestido podrían vivir durante años tanto ellos como sus familias en un país como Haití donde una mayoría de la población malvive con dos dólares al día.
Quizá creerán los publicitarios de Donna Karan que han descubierto una fórmula original o que, de este modo, ayudan a la reconstrucción de Haití. Pero el contraste entre la belleza y la fealdad, el lujo y la miseria es tan tópico como los cuentos infantiles más antiguos. El mito de la bella y la bestia, sin ir más lejos, teñido de mentiras y de falsa buena conciencia, aparecería como el paradigma de esa trampa.
Al igual que esos cristianos ricos que sentaban y sientan un pobre a su mesa como coartada de expiación moral, Donna Karan intenta lavar su conciencia con una fundación en favor de Haití y con visitas a la isla en compañía de Bill Clinton. Ahora bien, la mirada entre la resignación y el odio que destilan los haitianos del anuncio publicitario no ofrece dudas. Son comparsas, espectadores, mirones o quizá, mucho peor, bufones en una mascarada. Nada más lejos del protagonismo que debería corresponderles en el destino de su castigado país. La campaña de Donna Karan es un insulto a su pobreza y más le valdría a la afamada diseñadora estadounidense invertir en levantar de nuevo Jacmel. Con anuncios así solo los desaprensivos o los muy pijos decidirán ir de vacaciones a este rincón de Haití, que podría ser el paraíso, pero se hunde en el infierno.
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