Flashback a la infancia


Ha sido como darle al rewind de un cassette. Conducir por una carretera secundaria con cinco niños en el asiento trasero sin sillitas ni cinturones; protegerles de la solana de mediodía con una toalla enganchada con el cristal de la ventanilla; críos andado descalzos 24 horas, que cuando tenían calor se quedaban en calzoncillos, que han subido y bajado de los carros de caballo trepando por hierros oxidados; que han cruzado descampados con alguna que otra botella rota y otros peligros; que han pedaleado en la bici que había disponible, demasiado grande o demasiado pequeña, pero nunca de su talla, no como las que traen los Reyes cuando consideramos que la que tienen les ha quedado pequeña. Chavales adolescentes que lo mismo matan un cerdo, que van al huerto a por las judías de la cena, que pasean por la carretera al bebé de la familia para hacerle dormir, que encienden el fuego de la caldera del agua caliente. Y que no son marcianos: viven pegados al Facebook y al chat y por la noche no faltan a la terraza del bar del pueblo, donde se les hace de día de palique con los colegas.
No es esta una apología del peligro ni la inseguridad o siniestralidad al volante, ni una invitación a correr a urgencias para suministrar vacunas del tétano, pero el viaje del que acabamos de regresar, a Rumanía, para visitar a la familia de nuestra canguro, ha sido como un flashback a la infancia. A 30 años atrás. A un abismo en confort pero también en sensación, quizás exagerada por la nostalgia, de mayor libertad. No hace tanto que a los críos de aquí tampoco nos compraban una bici cada dos años, y viajábamos en coche sin sillita. En Rumanía una de las imágenes más chocantes para los ojos de una urbanita de Barcelona ha sido la del más pequeño de la familia en el regazo de su madre, en el asiento del copiloto. ¿Os suena?
Allí los niños caminan solos por la carretera, van solos al río, comen lo que todo el mundo, no se sientan en trona y después de comer desaparecen durante dos horas… Se enfrentan a peligros, sí. Pero también a la toma de decisiones, y son descaradamente más maduros y autónomos. En nuestras ciudades está todo tan programado y controlado: desplazamientos, actividades, horarios… Son también críos más responsables, sobre todo los que se han criado con abuelos o tíos porque sus padres están trabajando en España, Italia u otros países europeos para darles un futuro mejor.
Rumanía, y en especial la zona de Maramures, es precioso. No acaban de estar por la labor, pero con la mitad del patrimonio, la gastronomía y los paisajes que tienen ellos, otros países ya habrían creado veintisiete marcas turísticas. Y los rumanos son gente tan estupenda como dolida por la injusta sarta de tópicos que les estigmatiza. Os lo recomiendo.
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