PNV-PSE: oportunidad o indefinición
La aparatosa derrota del socialismo vasco en las elecciones forales y municipales ha evitado que nuestra atención se ocupara de otros destrozos igualmente sonoros, por ejemplo, el desbarajuste del PNV en territorio guipuzcoano. Del mismo modo, el brillante triunfo electoral de Bildu ha eclipsado la debacle final de EA, que optó por anticipar el fin de su declinante trayectoria, ofreciendo en una ceremonia sacrificial última su apuesta por un país pacificado e independiente. Constatados el apagón de Aralar y el hara-kiri de EB, cuatro son las fuerzas políticas llamadas a protagonizar la vida pública de Euskadi en los próximos años. Las cuatro exhiben hoy sus credenciales, cada una al frente de uno de los cuatro ejecutivos que rigen los asuntos, comunes y forales, de la autonomía.
Continúa ocupando los despachos de Ajuria y Lakua un PSE desnortado, cuya crisis rebasa los límites del territorio vasco. Gobierna el PP la Diputación y la capital alavesas, esperando con impaciencia el día muy próximo en que Rajoy se aposente en La Moncloa. El PNV, el partido más votado, aunque con resultados territoriales muy desiguales, ve reducirse su esfera de gobierno a Bilbao y Bizkaia. Finalmente, Bildu, el gran vencedor de las elecciones, foco de desasosiego y expectación, es el encargado, por la voluntad de los electores y del PNV, de dirigir las instituciones guipuzcoanas.
Un dato ya conocido, pero que con el reparto institucional comentado, cobra un relieve destacado, es la acusada fragmentación política de la sociedad vasca. No menos llamativo es el hecho de que los cuatro ejecutivos sean minoritarios y además monocolores. Para los cuatro partidos (léase Sortu donde dice Bildu) alcanzar acuerdos de gobierno se ha convertido en una necesidad táctica, de mera aritmética, de pura supervivencia. Pero la sociedad necesita algo más, necesita acuerdos estratégicos profundos que den cuenta de su pluralidad constitutiva y establezcan objetivos coherentes con esta realidad de partida.
Siguiendo una modelización geométrica muy simple, algunos dibujan la sociedad vasca como un cuadrilátero, ciertamente irregular, construido en base al eje socio-económico derecha-izquierda y al eje identitario nacionalista vasco-no nacionalista. Los cuatro partidos mencionados representarían los cuatro vértices de la figura, siendo vértices opuestos PP-Bildu (derecha no nacionalista versus izquierda nacionalista), así como PNV-PSE (derecha nacionalista versus izquierda no nacionalista). La historia de las coaliciones políticas que ha conocido Euskadi pone en evidencia el escaso valor interpretativo de este modelo. El dato cierto en la coyuntura actual es que PP y Bildu tienen el firme propósito de repelerse, a la vez que están abiertos a celebrar acuerdos con PNV y PSE, mientras que jeltzales y socialistas son receptivos, en principio, a pactar con cualquiera de las tres formaciones políticas restantes.
En este escenario la oportunidad de un acuerdo estratégico PNV-PSE cobra una significación nueva. Para empezar, es una opción posible y nada forzada, que coloca en la tesitura de negociar, transigir y pactar a las dos fuerzas que hoy manifiestan una actitud no excluyente. Aporta una visión transversal capaz de proporcionar un reflejo razonable del pluralismo de la sociedad vasca. Son partidos unidos por lazos históricos y por una experiencia reciente de colaboración, y están obligados a ofrecer políticas de centralidad en que se puedan sentirse representadas las distintas sensibilidades identitarias del electorado vasco.
Pero, sobre todo, sería un acuerdo llamado a encarar el nuevo ciclo político, marcado por un listado de tareas en buena parte inéditas en la agenda de nuestros políticos. Por ejemplo, es preciso proclamar sin complejos ni tapujos la victoria del sistema democrático sobre la violencia, la amenaza y el terror; y que la renuncia de la izquierda abertzale a las pistolas, sea por razones de principio o instrumentales, es la confesión de un fracaso. Segundo, es urgente clarificar que "final de la violencia" no es sinónimo de abandono de las armas sino de "comienzo de la libertad", de una vida individual y social en libertad para todos los ciudadanos de Euskadi. Para ello es prioritario que la sociedad disponga de un discurso político nuevo cuyo eje central han de ser las víctimas, la realidad de un sufrimiento irreparable, las causas morales y políticas que condujeron a la violencia asesina, así como las líneas maestras de una educación para la paz y la libertad. La elaboración de un relato compartido que narre lo ocurrido en el país en los últimos cincuenta años, la creación de un clima conciliatorio que ayude a borrar las líneas de división o el esfuerzo pedagógico para explicar a los nuevos catecúmenos qué es esto de la democracia, son proyectos que exigen un compromiso histórico por parte de quienes están en las mejores condiciones objetivas para liderar los nuevos tiempos.
Ni PNV ni PSE debieran desaprovechar esta oportunidad irrepetible. El primero ha de rechazar cualquier tentación frentista; o la idea de que su espacio electoral es el soberanismo, hoy nítidamente ocupado por Bildu. Su fracaso el 22-M no deja de ser un fracaso de definición identitaria. Y el PSE ha de resolver su crisis de liderazgo interno, que es igualmente un problema de indefinición: ¿De qué han de ocuparse sus actuales líderes vascos, de solucionar los problemas de Ferraz o de colocarse al frente de una nueva política en Euskadi? Nuestras sociedades líquidas se caracterizan por vivir confortables en ambientes de indefinición (moral, artística, educativa), pero a duras penas soportan la indefinición política.
Pedro Larrea es licenciado en Derecho y en Ciencias Económicas.
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