Baja
Vuelvo hoy al trabajo después de casi tres semanas de baja. Han sido unos días duros que os voy a relatar a continuación, si quereis seguir leyendo.
Empecé la baja el pasado día 18 que, si recordáis, al menos en Madrid, fue el primero de varios días de un calor insoportable, impropio de mediados de junio. De hecho, como fiel seguidor de la información meteorológica, escuché que en algunos puntos de España se rozaron los récords de temperatura para la época del año.
En estos días, he dormido muy poco, en parte debido a estos calores. No soy demasiado dormilón, pero mis siete horitas me son imprescindibles, soy de los que no rigen sin ellas. Además, me cambia el humor. El caso es que, en estos días de estar en casa, por unos u otros motivos, me han dado muchas noches sentado en el sofá de madrugada. A esas horas, me inquieta cualquier actividad que realizaría con más o menos normalidad a cualquier otra hora del día. Me parece demasiado raro salir a la calle a pasear, o encender la tele para quedarme catatónico con una ingesta masiva y sin masticar de teletienda o de testimonios rosa, no digamos salir a correr; nunca he sido de quedarme dormido bajo el larguero o con las cuitas de los insomnes radiofónicos. Tampoco me va el navegar al azar con el ordenador. Yo por las noches duermo. O salgo, aunque esto, eso sí, cada vez menos a menudo.
El calor, de nuevo, ha provocado un aumento paulatino de la tensión doméstica a medida que los cálidos amaneceres daban paso a tórridos mediodías y estos a tardes de tostadero. He discutido con mi pareja bastante más de lo habitual, una de esas crisis por rozamiento.
La baja ha coincidido, además, con el inicio de las vacaciones escolares, así que he tenido que compartir mis inseguridades, mis desvelos -tengo en los ojos todas las bolsas que ya no dan en los hipermercados- y, sobre todo, mi humor cambiante, con mi hijo de cerca de cuatro años. A él le encanta estar con su padre, pero supongo que las vacaciones de su primer año de cole lo han descolocado un poco. También el hecho de que su padre estuviera en casa, y alguna otra cosa -otra vez el calor. No es que se haya portado mal, pero ha estado un poco más inquieto de lo habitual, con la dosis de crispación que supone.
Por si fuera poco, durante mi reposo he tenido que cumplir con algunos trámites administrativos y papeleos. No hace falta decir lo desesperante que puede llegar a ser este tipo de cuestiones: colas, esperas, documentos que tienes que rellenar, siempre con mayúsculas, tu nombre, el mío, dirección, teléfono, otros que olvidas y que te obligan a nuevos viajes, lío de carpetas, "buenos días, venía a...", "vuelva usted mañana", el día del corpus por medio... En fin, un engorro.
Tengo en casa, también, a un familiar cuya visita, no por esperada ha dejado de ser conflictiva. Es una persona de la que hay que cuidar y que ha influido no poco en nuestro día a día.
Pese a todo ello, pocas veces una baja ha sido tan feliz. Ha sido por paternidad.
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