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Froilán

Estoy bastante sorprendido con el interés despertado por la boda en el seno de la familia real británica. Uno lee en Twitter y Facebook reivindicaciones republicanas por el 14 de abril y al segundo siguiente a la gente se la hace el culo un paraguas por la boda del hijo de Lady Di. Supongo que por encima de las convicciones ideológicas está la fascinación por las historias de amor y lujo. Personalmente la monarquía no me interesa gran cosa pero tampoco es que me considere republicano. Creo que no notaría demasiado la diferencia. Me ocurre como con la elección de Obama como presidente de EE UU. Las esperanzas de cambio se me antojaban muy ingenuas. Lo mismo me pasa con una posible Tercera República: ¿notaríamos la diferencia?

Jamás he tenido contacto con la realeza española. Sólo tuve un sueño muy extraño que incluía a una persona de la familia real. Sí, ya sé que no hay nada más aburrido que alguien contando sus sueños pero prometo que éste es interesante. Estoy tumbado en el sofá de casa viendo la tele cuando suena el timbre de la puerta. Es la infanta Elena que me pide que cuide a Froilán mientras ella se va de compras. La infanta se mete la mano en el bolsillo y saca un bebé del tamaño de un niño Jesús de un belén. Es el pequeño Froilán (cuando soñé esto el chaval era un recién nacido), tan diminuto que cabe en la palma de la mano de doña Elena. Me lo tiende y yo lo cojo haciendo una especie de cuenco con ambas manos, juntándolas con fuerza para que el niño no se me caiga. La infanta se despide prometiendo tardar un par de horas y yo cojo a Froilán y me lo llevo al sofá. Y entonces, dentro del sueño, me quedo dormido.

Suena de nuevo el timbre. Me levanto para abrir a doña Elena, que aparece en la puerta de mi casa con unas bolsas de El Corte Inglés. Me pregunta por su hijo y yo miro mis manos vacías. ¿Dónde está Froilán? La infanta se indigna por mi falta de formalidad y me reprocha lo desastre que soy, que no se puede confiar en mí, que soy muy descuidado. Nos ponemos a buscar a Froilán por toda la casa, por todos los rincones. Me concentro en el sofá, donde vi por última vez a Froilán. Quito los cojines y allí encuentro al pequeñín. Aparece entre trozos de tabaco y monedas, en perfecto estado, sólo lloriqueando un poco. Su madre suspira aliviada, lo mete de nuevo en su bolsillo y se va. El sueño termina con la advertencia de la infanta Elena de que no volverá a dejar a Froilán a mi cargo. Ya no seré nunca más un niñero real.

No suelo acordarme de los sueños y los recurrentes suelen ser muy evidentes: que conduzco un coche (no tengo carnet) y que tengo el pelo largo (tampoco tengo pelo). Por eso recuerdo mucho este sueño, porque es el más original que he tenido jamás. Y en esta "semana real" venía a cuento contarlo.

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