Buceando en los agujeros azules
Una de las razones que me ha traído a Andros, la isla más grande de Bahamas, es que aquí están algunos de los blue hole más famosos del mundo: los agujeros azules. Cavernas excavadas por la disolución de la caliza o por acción de fallas tectónicas hace millones de años y que más tarde, cuando el nivel del mar subió, quedaron sumergidas como cuevas submarinas.
Cuando sobrevuelas Andros, los blue hole se ven desde el aire como ventanas redondas (ojos de buey, dirían los marinos) que conectan con un oscuro y tétrico mundo subterráneo. La misma sensación que te da al acercarte a ellos y preparar el equipo para sumergirte: ¿qué coño hago yo aquí, si ahí abajo todo es tenebroso?
Así pasan 10 interminables minutos, hasta que por fin la turbidez desaparace y te ves flotando en un líquido oscuro pero transparente, en el techo de una gigantesca sala subterránea con las paredes llenas de estalactitas. El fondo de la sala ni se intuye. Estás a unos 200 metros de la boca y a 45 metros de profundidad. Sabes que no puedes perder los nervios, que tienes que salir por donde has entrado y que el autocontrol es la clave para salir vivo de esa.
Y en vez de ponerte nervioso, te invade una paz infinita. Te sientes ingrávido y feliz en ese útero de piedra, perdido allí en el interior de la tierra, en uno de los medios más hostiles que puedas imaginar. Pero la adrenalina que descargas te coloca en un nirvana espiritual.
El espeleobuceo son palabras mayores y no se lo aconsejaría a nadie que no tuviera una buena preparación y una templanza a fuerza de bombas. Pero lo bueno de estos blue holes de Bahamas (como en los cenotes mexicanos o de Belice) es que siempre que vayas acompañado de un guía experto (como Antonio Romero, mi guía mexicano del Small Hope, que recomiendo vivamente), puedes acceder solo a los primeros metros de galerías y disfrutar de un gran espectáculo de colores y contrastes submarinos y de una experiencia adrenalínica en el límite del "no va más".
Fotos© paco nadal / antonio alpañez
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