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Luces al final del túnel

La Comunidad Valenciana ha vivido en 20 años una profunda transformación en su fisonomía y en su identidad productiva. Ahora el futuro le exige mucho más

Salta a la vista: la Comunidad Valenciana ha experimentado una profunda transformación en los últimos 20 años. Los acontecimientos se han sucedido muy deprisa y no solo resultan flagrantes en la superficie. También han penetrado a mucha profundidad en nuestro sistema y han alterado el dispositivo motriz de la tradicional expresión económica de los valencianos.

La globalización de los mercados trajo, primero, el desconcierto a la eficiente industria de bienes de consumo que había emergido en los años sesenta (y había consolidado su hegemonía mientras se extinguían el resplandor siderúrgico de Sagunto y el brillo de la naranja). Luego, el impacto se agudizó y los denominados sectores tradicionales o maduros (textil, mueble, calzado, juguete...) se fueron encogiendo a medida que el puerto de Valencia, que se ha convertido en una de las principales entradas del mercado asiático en el sur de Europa, se iba ensanchando.

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Pero cuando las empresas empezaban a disponerse a afrontar el reto de sustituir los productos intensivos en mano de obra por los intensivos en conocimiento, irrumpió la aceleración urbanística, propiciada por el ablandamiento legislativo y la profusión del crédito derivado del excedente monetario asiático. La facilidad del negocio del ladrillo, que se convirtió en el principal motor económico (el 17 del PIB valenciano), desvió muchas energías industriales hacia la promoción de viviendas y, lo peor, absorbió muchas partidas destinadas a I+D+i.

El terreno estaba abonado para la catástrofe si sucedía lo peor. Y sucedió. Entre 2001 y 2009 la industria retrocedió 10,3 puntos en el PIB valenciano. Ahora supone el 12,7, por detrás del turismo (15 o 16, según fuentes), que ha incrementado su presencia en estos años con un efecto multiplicador muy fuerte en otros sectores, aunque tampoco ha podido zafarse de los efectos restrictivos de la crisis ni del zarpazo de destinos cada vez más competitivos.

La globalización, combinada con el impacto de la crisis y el desplome del ladrillo, ha puesto en duda el sistema productivo valenciano, que en pocos años ha elevado la tasa de desempleo hasta el 23%. La exigencia de un nuevo modelo que sustituya la especulación como fuerza motriz por la innovación y la formación concita la unanimidad entre empresarios y sindicatos. Incluso entre políticos, pese a su corolario de matices. Un modelo en el que la industria innovadora y los servicios avanzados sean la principal locomotora de la economía.

Hay grandes coincidencias respecto a qué actividades debe englobar ese modelo que debe ser muy equilibrado y cuyo denominador común ha de ser el valor añadido y la formación: industria de base tecnológica (fotovoltaica, eólica, agroalimentaria, biotecnología), un nuevo concepto inmobiliario integrado en la nueva economía, turismo muy diversificado y servicios vinculados a las necesidades que plantean el flujo turístico y los residentes centroeuropeos. En cuanto a la producción, el ámbito de juego en el que debe moverse la Comunidad Valenciana también está muy acotado: entre el límite que conforman los productos asiáticos de bajo coste y el que impone la alta tecnología estadounidense y europea.

El diagnóstico está hecho, aunque falta lo más complejo: acabar de definir el nuevo modelo, consensuarlo, decidir cómo ha de producirse el tránsito hacia él (por autorregulación o planificación) y, sobre todo, quién lo lidera. La situación política que vive la Comunidad Valenciana en los últimos años tampoco ha ayudado a encauzar el proceso por las vías apropiadas. Además, el Gobierno valenciano no se ha despegado afectivamente del modelo productivo vigente, aunque admite que "se tiene que adaptar a los tiempos y circunstancias". Con todo, acaba de dar un paso importante con la Estrategia de Política Industrial anunciada en las últimas semanas, que cuenta con el apoyo de empresarios y sindicatos, y cuyo propósito es reorientar el sector hacia actividades emergentes y que las 5.000 empresas tecnológicas que había en 2008 aumenten a 10.000 en los próximos cuatro años. La gran capacidad de adaptación de las pymes y el dinamismo empresarial valenciano juegan a favor.

Una sólida base en esa dirección la constituyen los parques científicos de las universidades públicas valencianas, que propician el contacto físico con las empresas. Los más desarrollados, por ahora, son los de la Universidad Politécnica y la Universitat de València, que alojan empresas que están madurando proyectos de biotecnología, investigación biomédica, nuevos materiales u otros sectores basados en el conocimiento. Este proceso, sin duda, se verá incentivado por el campus de excelencia internacional obtenido por ambas universidades, que redundará en la calidad de sus programas y aumentará con ello su contribución al desarrollo científico y técnico de la Comunidad Valenciana.

Mientras se sustancian las apuestas a medio y largo plazo, el día a día no ha dejado de aportar destellos en la oscuridad que nos envuelve. Es cierto que en la Comunidad Valenciana apenas hay industrias de alta tecnología, pero tiene algunas. Como el centro tecnológico Ainia, en el ámbito de la biotecnología alimentaria, con un millar de empresas asociadas en España. O como el grupo de empresas Siliken, que ha logrado una interesante implantación internacional en el sector de las energías renovables.

Fuera de ese tamaño también existen algunos ejemplos empresariales que apuntan directamente hacia la salida del túnel. Como Das Photonics, un spin-off del Centro de Tecnología Nanofotónica que produce chips para procesar la información que transmiten los satélites de la Agencia Espacial Europea. El ámbito concreto de la nanotecnología ha aportado otras muestras, como el de las tejas autolimpiables que produce una empresa de Novelda, La Escandella, con un recubrimiento de nanoestructurado basado en óxido de titanio que repele la suciedad. O la de Nanobiomatters, que fabrica envases a base de nanoarcillas que impiden la humedad o el efecto de los gases.

Tampoco ha pasado inadvertida la resistencia a la crisis que ha demostrado el denominado cluster sanitario valenciano, en el que Ribera Salud (con Bancaja y la CAM al 50% y una aseguradora sanitaria) se ha consolidado como el principal operador privado de la sanidad pública española. En esa línea, y en solo 20 años, el Instituto Valenciano de Infertilidad, fundado por dos ginecólogos valencianos, se ha convertido en una referencia mundial en el ámbito de la reproducción asistida.

Son escasas pero muy sólidas señales que invitan abandonar el pesimismo y a buscar la salida hacia un horizonte plagado de desafíos. No es la primera vez que la Comunidad Valencia cambia su personalidad productiva. El cluster cerámico de Castellón es un fenómeno muy reciente. Valencia, que ahora está considerada como una de las ciudades más industrializadas de su tamaño en el sur de Europa, era artesanal hace solo 50 años. Y otro tanto ocurrió en Benidorm con el turismo. El futuro se inscribe en ese cambio de mentalidad.

Uno de los laboratorios de Serco Facilities Management en la Universidad Politécnica de Valencia.
Uno de los laboratorios de Serco Facilities Management en la Universidad Politécnica de Valencia.JESÚS CÍSCAR

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