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El cuaderno de un editor

Jesús de Polanco, editor, empresario, presidente de EL PAÍS, murió ayer en Madrid, tras una larga enfermedad que se agravó en los últimos días por una neumonía de la que ya no se repuso. Fue hospitalizado, y en esa situación falleció, rodeado de sus hijos.

Polanco fundó la editorial Santillana en 1960; en 1972 pasó a formar parte del equipo empresarial de EL PAÍS, a cuya salida contribuyó en algunos de los momentos iniciales con su propio patrimonio. Contribuyó de manera decisiva a hacer de EL PAÍS el periódico que ayudó a traer la modernización democrática a la España que había superado el franquismo.

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Como editor, hizo todo lo posible por que su ambición y su vocación iberoamericana se convirtieran en la piedra angular de su trabajo, y consiguió crear un mundo editorial que combinó los textos educativos con la obra de creación.

Hace algunos años, cuando Jesús Polanco se puso a hacer recuento de su vida, poco después de cumplir los setenta años, dijo a algunos amigos lo que era la síntesis de su vida, y para hacerlo se ayudó de un cuaderno que vivió con él siempre, hasta el final de sus días.

En el cuaderno, Jesús de Polanco Gutiérrez, nacido en Madrid, de ascendencia cántabra, hijo de un matrimonio de clase media, abogado, y ya a punto de emanciparse, escribió con la letra que luego ha sido su orgullo y su emblema (siempre escribía a mano, y respondía así todas las cartas que recibía) que iba a ser empresario, y que sus empresas iban a estar metidas en el mundo de la prensa y de la comunicación, e incluso vislumbró que un día tendría que ver con los negocios de la televisión y la hostelería.

Lo hizo todo. Y lo que más ilusión le hizo fue contribuir a fundar, con José Ortega Spottorno, el diario EL PAÍS. A EL PAÍS dedicó gran parte de sus desvelos; y hasta el final, hasta ayer mismo, EL PAÍS fue el norte de su preocupación civil y profesional más importante. Este periódico se benefició de manera inmensa de esa preocupación, desde su inicio. Un símbolo de ello fue que las primeras nóminas del periódico, cuando este diario era tan sólo la pasión civil de un amplio grupo de accionistas, las pagó él de su bolsillo; y otro símbolo, y este infinitamente más importante, fue que él arrostró, con su equipo de colaboradores, la misión de impedir que EL PAÍS cayera en manos de quienes no querían que el diario fuera el proyecto independiente, de información y de opinión, que tan pronto generó un número récord de lectores apasionados.

Él era un lector apasionado de EL PAÍS. Y un consejero leal, a quien las habladurías que generaron los adversarios de lo que significa el diario siempre importaron poco.

En esta hora en que el dolor no puede anegar la gratitud, los que hemos hecho con él EL PAÍS tenemos que rendirle el homenaje que merece su dedicación absoluta, en ocasiones casi heroica. Dedicación de la que no presumió jamás.

¿Orgulloso?, le preguntaron en una ocasión. Del trabajo colectivo, de lo que hemos ido haciendo juntos. A estas alturas de la vida, decía, más que orgulloso, estaba satisfecho de algunas de las cosas que había ido haciendo, "siempre en compañía de otros", y de esas cosas que había hecho la que más satisfacción le producía era haber contribuido a construir, "en tiempos bien difíciles, pero ilusionantes para el conjunto de nuestra generación y de nuestro país", lo que hoy es el Grupo PRISA, cuyo eslabón primero fue precisamente EL PAÍS.

Para él, el Grupo PRISA era el resultado del esfuerzo de un conjunto de personas que en un momento determinado de la vida "creyó necesario un periódico"; y ese fue el germen de todo. El resultado empresarial de esa aventura, consolidado recientemente en una sola empresa, con la aportación del Grupo Santillana, fue para él un símbolo de lo que él mismo había escrito en aquel cuaderno. El hecho de que ambos grupos, ahora juntos en PRISA, tuvieran una existencia sólida y saludable en América Latina (y también en Portugal y en Brasil), le producía una satisfacción que él siempre compartió con sus colaboradores.

En su última intervención pública, cuando los directivos de PRISA se reunieron en Lisboa para una de sus reuniones anuales, Polanco destacó esas circunstancias, se felicitó por que la empresa que él había contribuido a crear tuviera la solidez administrativa y gerencial que él siempre quiso para sus compañías y expresó su confianza en el futuro, basada en el hecho de que PRISA es una empresa de fuerte implantación familiar, y su familia, capitaneada por su hijo Ignacio, es la que toma la posición que él ha encarnado.

Cuando PRISA y Santillana se fusionaron, en junio de 2000, fue para él como si se hubieran juntado dos ilusiones suyas. Santillana nació en 1960, EL PAÍS en 1972; la solidez económica que le reportó Santillana, fundada con su socio Pancho Pérez González, le convirtió, en el equipo de EL PAÍS, en una pieza fundamental en el andamiaje ideado por José Ortega Spottorno. Esa solidez le permitió, más tarde, afrontar la guerra de accionistas que trataron de cambiar de rumbo profesional y periodístico EL PAÍS.

Él cifraba el éxito de su trabajo en EL PAÍS en el acuerdo al que llegó, muy pronto en la historia del periódico, cuando éste ni siquiera estaba en la calle, con Juan Luis Cebrián, su primer director. En medio de las disputas sobre lo que era de la empresa y lo que era de la redacción, Cebrián le propuso a Polanco, en un almuerzo que ambos recordaron muchas veces, el pacto tácito que garantizó para siempre la división de tareas y consolidó la independencia profesional del diario. El periódico fue el primero en España que se dotó de un Estatuto de la Redacción, que garantiza la independencia profesional del diario.

Ortega le propuso a Polanco ser el consejero delegado de EL PAÍS, el empresario se integró de lleno en las tareas del periódico y disfrutó, así lo decía, "de unos años vitalmente impresionantes, pletóricos de experiencias y de esperanzas".

Cuando Polanco entró en la empresa de EL PAÍS, ya Santillana había cuajado como empresa editorial, especializada en el libro de texto, tanto en España como en varios países de América (el primero fue Chile, y el Gobierno chileno le entregó el último galardón que tuvo en vida, el pasado mes de mayo); se habían cumplido juntas las dos primeras vocaciones que el joven Polanco dejó escritas en aquel cuaderno: era editor de libros, de mucho éxito, y ya estaba al frente de una empresa de comunicación que alcanzaba en el ámbito español una importante resonancia.

Él provenía de una familia de clase media, había estudiado para abogado, había trabajado en editoriales y en empresas de ambición iberoamericana, era amigo de una generación de escritores, entre los que estaban Dionisio Ridruejo y José Hierro; Hierro contaba que Polanco era el último en irse de las reuniones, Ridruejo le tenía entre sus fieles correligionarios de la socialdemocracia de la época, pero Polanco, ni entonces ni después, quiso tener que ver con la política activa; de hecho, le ofrecieron, en la Transición, entrar en alguna tentativa política, pero siempre pensó que debía consolidar su personalidad como profesional independiente, como editor de libros y como editor de periódicos.

En esa etapa de iniciación y afianzamiento de su principal vocación, la de editor, viajó por toda América Latina, vendiendo sus propios libros, y consolidando relaciones que le convirtieron -y él esto lo dijo muchas veces, con orgullo, hasta el final de sus días— en un latinoamericano de alma; cuando cumplió cincuenta años, un 11 de noviembre, estaba en Brasil, con sus colaboradores, explorando la posibilidad de abrir allí una sucursal de su empresa editorial; fue su hija Isabel, casi veinte años más tarde, quien consolidó aquella ilusión de tener también a Santillana en ese gran país iberoamericano.

Fue, pues, cuando ya era un empresario de éxito cuando Ortega, que a su vez venía de estar al frente de Alianza Editorial, le propuso a Polanco entrar en EL PAÍS, o más bien en Promotora de Informaciones, Sociedad Anónima, que iba a editar el periódico. Ya estaba rodando la compañía, de modo que Polanco venía de refuerzo. Jesús de Polanco conocía a gran parte del accionariado, representantes de las clases medias, o de las clases medias altas, provenientes en un gran número de casos de la derecha sociológica española, o de lo que ya entonces se podía llamar la derecha liberal. Muchos provenían del mundo cultural, empresarial, financiero, y entre todos configuraron lo que Polanco vislumbró entonces que iba a ser "un periódico nuevo para una España que iba a ser distinta". Él consideró muy pronto que la independencia profesional de la redacción era la garantía del porvenir del periódico también como empresa; sólo su independencia económica podía garantizar, por otra parte, su independencia periodística, y a hacerla sólida y autónoma dedicó sus esfuerzos, que entre la salida del diario y 1983 tuvieron que confrontarse con esa guerra de accionistas que sólo acabó cuando Polanco se hizo con el paquete mayoritario de acciones de la empresa editora del diario.

Polanco no era hombre de discursos ni de circunloquios ideológicos enrevesados: los que le conocieron de la primera hora de EL PAÍS le calibraban como un trabajador infatigable que acudía al periódico por las tardes, se sentaba en su despacho, respondía (como hizo, por otra parte, siempre, hasta el último suspiro) a todas las llamadas o a todas las cartas, se aplicaba con el espíritu de un forzado a las tareas que se imponía, hasta que dejaba otra vez el despacho como le gustaba tenerlo: sin otro papel que el cartapacio sobre el que escribía. Él contaba (y lo contaba también el poeta) que un día entró en su despacho Mario Benedetti creyendo que allí estaba el redactor jefe de Opinión, y allí estuvieron hablando de América y de literatura hasta que el uruguayo se dio cuenta del equívoco. Durante años Polanco tuvo despacho en el periódico; rara vez se le vio en la redacción; un día crucial de España y del diario, el 23F de 1981, estuvo, con el director y otros directivos del diario, en la toma de decisiones que convirtieron a EL PAÍS en el primer medio en oponerse de manera total al golpe de Estado que estaba en curso.

Era un hombre extremadamente cuidadoso en las relaciones, extremadamente delicado en el trato, y no le hicieron otra mella que la ocasional indignación las falacias que se construyeron en su contra; singularmente le hirió el llamado caso Sogecable, instado desde el poder (estaba en la presidencia José María Aznar) con el objeto de descabezar la cúpula del Grupo PRISA; afrontó esa maldad con la dignidad que fue común en su trayectoria, y que tanto estimuló a sus colaboradores, y lo hizo no sólo con esa dignidad sino con ironía: él decía que cuando arremetían contra él (y lo hicieron con furia, un supuesto parte médico sobre una supuesta enfermedad fue leído en una emisora de radio ante el estupor de los que no estaban acostumbrados a esa clase de vilezas) lo hacían en realidad contra un grupo de siglas que él iba deletreando: P de Prensa, O de Ondas, L de Libros, A de América…, y así sucesivamente.

Era un hombre con un agudo sentido del humor; le gustaba bailar, cantar, era un vitalista, y un gran apoyo moral para sus numerosos amigos, que en momentos de gran perturbación (como cuando se produjo, en 1997, ese caso Sogecable) acudieron a su lado sin duda en pago de la enorme generosidad con que trató siempre a los que tuvo cerca. Un rasgo más de su carácter: no se contentaba con las primeras explicaciones, indagaba hasta el fondo en los asuntos, estudiaba de manera exhaustiva los proyectos de sus colaboradores, y cuando ya estaba convencido de la idoneidad de los mismos se ponía al frente con el entusiasmo que contagió sobre todo en los momentos de mayor incertidumbre o acoso.

Defendió sin desfallecimiento a sus colaboradores, y en el caso de los que escribimos en EL PAÍS, en cualquier condición, fue leal hasta el último instante; periodistas que no pueden decir lo mismo de su propia actitud tuvieron en él un baluarte que afrontó todo tipo de presiones empresariales y políticas. Los tópicos sobre la supuesta gubernamentalidad de este diario ignoran la posición irreductible, profesional, de este periódico; en esa manera de ser ha sido fundamental el liderazgo de Jesús de Polanco.

En EL PAÍS naciente tuvo que revisar algunas de sus nociones empresariales; en Santillana era el principal propietario de una empresa en la que las decisiones se tomaban entre tres o cuatro, y en Promotora de Informaciones fue primero el director de una comisión ejecutiva y luego el consejero delegado de una sociedad que llegó a tener 1.200 accionistas. Esa obligación de responder ante un periódico y ante tal número de accionistas fue para él, durante un buen tiempo, un argumento suficiente para desechar las propuestas de entrar en el Parlamento que le vinieron de la primitiva Unión de Centro Democrático. El proyecto de EL PAÍS, decía, invalidaba cualquier tentación de ingresar en la política. A los redactores y a los directivos de la redacción se les obligaba a la neutralidad política, ¿cómo no íbamos a exigirnos lo mismo los que teníamos altas obligaciones empresariales?, explicaba a quien le preguntara por qué rechazó esas tentaciones.

El periódico nació el 4 de mayo de 1976, tras la muerte de Franco; alguna vez contó Polanco esa noche. Algunos de los accionistas acudieron a la fiesta inaugural con miembros de su familia, y el ambiente que se respiraba, en la sala de rotativas y en otras zonas del edificio de Miguel Yuste, rompían lo que para él debía ser un clima de trabajo; su malestar por esta circunstancia, unido al cansancio de la jornada y a la evidencia de que la rotativa tuvo un comportamiento errático que puso en peligro la salida del diario, colmaron su paciencia. Al día siguiente fue al periódico sin haber superado el enfado. Sin duda, para él era un choque de culturas, enfrentado ahora a un grupo de periodistas, con sus costumbres y sus idiosincrasias, y a unos empresarios que seguramente no entendían el clima de responsabilidad y sosiego en que debía desarrollarse la edición de un periódico; alguna vez se refirió a ese choque como un elemento de aprendizaje. "Era necesario, para hacer una buena gestión, comprender lo que había en la cabeza de un periodista". De ese aprendizaje vino la excelente relación que mantuvo entonces y después con Juan Luis Cebrián, a quien ofreció, en 1988, ponerse al frente de las tareas de expansión de Promotora de Informaciones, S.A., como consejero delegado.

Ese fue un momento crucial en la vida de Polanco y en la vida de EL PAÍS. Se situaba, como presidente ejecutivo de PRISA, al frente de lo que él y Cebrián vislumbraron como un conglomerado que tenía que especializarse en medios de comunicación; la tarea que Polanco encomendó a Cebrián incluía la preocupación por ampliar los negocios a la radio y a la televisión; primero Promotora de Informaciones se aproximó a la Sociedad Española de Radiodifusión, que terminó mayoritariamente en las manos del grupo, y después intentó ingresar en el mundo de la televisión. El cuaderno de Polanco, su hoja de ruta, se iba completando; pero la legislación para la televisión privada del Gobierno socialista de Felipe González no cumplía con las expectativas de una empresa como PRISA y el grupo se quedó fuera del primer reparto de frecuencias privadas; aunque la historia menuda de España lo ha contado de manera torcida, lo cierto es que a PRISA la Administración le impuso todo tipo de trabas, hasta que el grupo optó, en 1990, por poner en marcha la televisión de pago. Muchos dijeron, entonces, que ese iba a ser el final del grupo que tuvo su origen en EL PAÍS; al contrario, una gestión imaginativa y sólida dio de sí grandes éxitos de Canal +, que ya sería una de las televisiones de pago más importantes de Europa.

Canal + fue el germen de Canal Satélite Digital, cuyo nacimiento, en 1997, fue saludado por el Gobierno del Partido Popular con una cascada de iniciativas que empezaron por la intención, llevada casi al límite, de encarcelar a Polanco y a sus más importantes colaboradores. Fue un caso de flagrante persecución política de un grupo de comunicación, contestado en todo el mundo con un gran movimiento de solidaridad, política, empresarial, intelectual, profesional, con el equipo de Jesús de Polanco.

Entrenado ya en estas lides de la persecución política por las posiciones de EL PAÍS y de sus otras empresas de comunicación, Polanco sufrió en los últimos meses de su vida un ataque en toda regla de los sucesores de Aznar, que reaccionaron con un boicoteo a los medios del grupo ante unas declaraciones en las que el presidente de PRISA deploró actitudes de la derecha española. En esas declaraciones -hechas a una pregunta del público en una junta de accionistas— Polanco deploró, también, la falta de cintura para aceptar las críticas por parte del partido del Gobierno. Esa intervención pública le ganó otra vez todo tipo de improperios y ese boicoteo que aún persiste contra los medios que él presidía.

Polanco entendió pronto lo que él llamaba el chip del periodista; aunque tuvo carnet de prensa, nunca fue periodista ni ejerció: pidió el carnet "porque quería sentirme uno más del gremio; siento un gran respeto por los periodistas auténticos y me parece que un periodista es un profesional de tomo y lomo", decía… Le producía indignación la tergiversación de la información, y la sufrió en sus propias carnes; admiraba a los periodistas que no improvisaban, a los que buscaban informaciones durante semanas, "y luego producen un texto que va a misa". Ante la campaña de satanización que se hizo de su persona (y de la que hay muestra abundante en las hemerotecas, y en los juzgados) dijo una vez: "Al principio confieso que me costaba recibir con indiferencia esas informaciones, pero cuando ya se convirtieron en el pan de cada día empezaron a formar parte de una costumbre, y ya se sabe que uno se acostumbra a todo, incluso a que la calumnia le resbale…".

El cuaderno de Polanco, aquellas notas que escribió cuando se estaba emancipando, se completó en el tiempo con su familia, con sus hijos Isabel, María, Ignacio y Manuel, hijos que tuvo con su primera esposa, Isabel Moreno. Las empresas que Polanco fue creando, y aquellas, como EL PAÍS, que fueron consecuencia de esfuerzos más colectivos, han sido destinos de tres de ellos, pues María se ha dedicado a actividades privadas no relacionadas con la empresa. Isabel es la consejera delegada del Grupo Santillana; Ignacio es el vicepresidente del Grupo PRISA, designado como su sucesor en la presidencia de la organización, y actualmente Manuel dirige los negocios que PRISA tiene en Portugal. La relación de Polanco con sus hijos y con sus amigos, así como con las personas que han trabajado con él, y son miles, se basó siempre en el respeto y en la delicadeza, y en el mutuo entendimiento que hicieron de él siempre una persona de honor, un hombre confiable y amistoso, leal a sus compromisos, defensor como el que más de la gente que trabajó con él; un emocionante compañero de trabajo.

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