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"Estábamos a 200 metros de la furgoneta, detrás de una columna"

Aleida Acosta se encontraba durmiendo con dos amigos en el interior del parking donde se produjo la explosión

Aleida Acosta, colombiana de 45 años, llegó al parking de la T4 a las tres de la madrugada y se quedó dormida dentro del coche, junto a dos amigos que la acompañaban. Habían viajado desde Murcia para que ella cogiese un vuelo a Colombia, donde su familia la espera. “Hace cinco años que no les veo. Iba a conocer a mi nieto, que tiene pocos meses”, explicó.

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Como habían llegado muy pronto al aeropuerto y el avión no saldría hasta las 11 de la mañana, decidieron dormir en el coche, tapados por los abrigos. “Por eso quizá no nos vieron los policías cuando acordonaron la zona, porque estábamos a 200 metros de la furgoneta, detrás de una columna”, indicaba uno de sus acompañantes.

A las nueve se despertaron con la explosión, aunque en un primer momento no imaginaron que sería una bomba, sino un avión que habría caído sobre el aparcamiento. “Al momento aquello se llenó de humo y no veíamos nada, ni sabíamos qué hacer. Dejamos todo en el coche y salimos corriendo. Los policías nos gritaban: “Corred, corred, corred”, pero no nos decían hacia dónde”.

Mientras corrían para salir del aparcamiento, pudieron comprobar que el edificio había quedado destrozado y desde el techo abierto veían el cielo. Sus maletas se quedaron en el vehículo y ellos comenzaron una huida por la carretera, como otros muchos viajeros que se alejaban de la Terminal.

"La gente empezó a chillar y a llorar, no sabíamos qué pasaba"

Dentro del edificio, minutos antes de la detonación, Iván Lara de 17 años hacía un descanso en su trabajo de empaquetador de maletas y pedía el desayuno en la cafetería. Por las ventanas de la terminal observó que había muchos policías y comenzaban a acordonar el aparcamiento, incluso desviando coches que llegaban. “¿Qué ha pasado, por qué hay tanta policía?”, preguntó a uno de los camareros. “Por lo visto hay amenaza de bomba”, le respondieron distraídamente. Unos segundos después, la onda expansiva les lanzó al suelo y los cristales comenzaron a caer. "Vi el fogonazo a través de las cristaleras, porque la cantina está a 20 metros del parking. Era el momento justo cuando salía volando el techo y las puertas. La gente empezó a chillar y a llorar, no sabíamos qué pasaba". Su hermano mellizo, David, que en esos momentos plastificaba maletas en la segunda planta del edificio, junto a los ascensores, escuchó la explosión y vio cómo una marquesina de metal le iba a caer encima. Pudo esquivarla medio aturdido y echar a correr como el resto de trabajadores y viajeros que intentaban acceder a las pistas. “La policía nos decía que tuvimos suerte de que la doble cristalera hubiera funcionado bien, porque si no llega a ser así, salimos todos volando”, afirmó Iván.

Miles de personas se agolparon ante las puertas de embarque para salir del edificio, aunque en un primer momento los agentes no dejaban pasar sin revisar las tarjetas de embarque, objetos metálicos y mochilas. Cuando el humo comenzó a entrar en el edificio y los viajeros comenzaban a empujarse hacia las puertas, decidieron abrir y permitir el acceso libre a las pistas.

Miguel Fernández, técnico de mantenimiento, se encontraba en ese momento en la zona de aparcamiento de aviones, justo al lado de la terminal. Describe la imagen como “una marea humana que comenzó a salir por las puertas, hacia los aviones. La gente estaba muy nerviosa, había niños que lloraban y gritaban. No sabíamos qué había pasado, escuchamos un golpe sordo que debía de ser la explosión, sentimos cómo tembló el suelo y las ventanillas de los coches”. En pocos minutos, miles de personas se agolpaban entre los aviones. “Tampoco podíamos llamar por teléfono, porque las líneas estaban colapsadas, como si hicieran barridos electrónicos”, comentó Miguel. “Por los walkie-talkies empezaron a llegar avisos de que las familias estaban intentando localizarnos y no podían. Pero después hubo un silencio terrible: nadie hablaba. Comenzamos a repartir mantas entre la gente, porque había muchos niños y personas mayores y hacía frío”.

A las 09.30 horas, en el aparcamiento de Aena situado junto al hangar 3 de Barajas, los equipos de apoyo a los servicios de emergencia esperaban órdenes. Al menos cuatro ambulancias de diferentes organismos y diversas dotaciones policiales se prepararon por si necesitaban refuerzos en el hospital de campaña levantado junto a la Terminal 4.

Los viajeros que habían salido a pie de la zona o conseguían acceder a la Terminal 1 y 2 en autobuses, llegaban con gestos de desorientación y sin saber muy bien a quién preguntar. En los puestos de facturación, la colombiana Aleida Acosta se enteró de que su vuelo tenía previsto salir normalmente más tarde si abrían el espacio aéreo, pero tendría que embarcar sin sus maletas. “Las dejamos en el coche cuando salimos corriendo, ¿no me las pueden mandar en otro vuelo?”, preguntó a las azafatas de tierra. "No puede volar el equipaje sólo. Como mucho, podría retrasar su vuelo a mañana, que ya podrán acceder al aparcamiento, pero tendría que pagar una penalización por cambiar el billete", le advirtieron.

Ante los puestos de información de Aena, los viajeros se amontonaron durante las primeras horas sin saber qué hacer. Las encargadas advirtieron por megafonía que en cuanto se recuperase la normalidad del aeropuerto podrían ofrecer más información.

BEATRIZ PORTINARI

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