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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

No a esta guerra

La guerra de Estados Unidos -y también de España- contra Irak ha empezado. El primer ataque con misiles de crucero y bombas de precisión esta madrugada ha sido sólo una operación preliminar, aparentemente para intentar alcanzar a Sadam Husein y descabezar así su régimen. La gran ofensiva de bombas, y el avance por tierra puede llegar ya en cualquier en momento, tras cerrar EE UU, el reino Unido y España la vía de la diplomacia, y emprender una

guerra sin cobertura de la legalidad internacional, el mundo se asoma a un nuevo abismo. En esta horatrágica es preciso volver a reafirmar nuestro rotundo no a esta guerra que se ha decidido desde Washington sin contar con el órgano decisivo de Naciones Unidas en materia de guerra y paz. Sólo cabe desear ya que sea una guerra corta y con las menos bajas posibles.

Al ataque aéreo, que se habrá cobrado de inmediato numerosas vidas de inocentes —¡qué

trivialización en los prolegómenos de la guerra la suerte de 25 millones de iraquíes!— le acompañará una invasión terrestre por decenas de miles de soldados de élite estadounidenses y británicos. En esta hora dramática para la humanidad sólo cabe esperar que la campaña se salde con una rápida victoria militar que permita un pronto cese de hostilidades.

Antes de estallar el primer proyectil, esta guerra que nunca debió haber sido, iniciada en el más absoluto desprecio a la legalidad y a la opinión pública internacional, ya se ha cobrado importantes víctimas colaterales. El presidente Bush y sus ideólogos ultramontanos han enterrado con su nueva doctrina estratégica el concepto de contención del enemigo y de

desarme por medios pacíficos. En su lugar, en Irak ha quedado inaugurada ayer por la superpotencia la era del conflicto preventivo, una peligrosa teorización a la medida de las necesidades de un poder en expansión al que comienzan a venirle estrechas las costuras geopolíticas y militares consensuadas a lo largo de décadas. Como en el horizonte se perfilan otros focos de conflicto, se verá pronto si Irak, tras la guerra inacabada de Afganistán, es un caso excepcional o sólo el comienzo, como temen incluso algunos de los socios de Washington, de un rosario de conflictos fruto de las nuevas ambiciones militares estadounidenses para conformar un mundo a su medida.

El ataque contra Irak, al que España aportará 900 efectivos no combatientes en misión humanitaria y sanitaria, que no llegarán a la zona hasta dentro de 15 días, ha reducido a

un esqueleto vacilante la relación de confianza entre EE UU y algunos de sus aliados occidentales, tan laboriosamente construida. Tanto la Alianza Atlántica, arco de bóveda de

la relación transatlántica, como la Unión Europea han resultado convulsionadas por el desencuentro. El efecto final en la ONU y su órgano decisorio, el Consejo de Seguridad, reducido en la fase final de la crisis a un impotente altavoz de discrepancias, tardará algo más en apreciarse. La arrogancia imperial de George Bush, quien desde mucho tiempo atrás había decidido el uso de la fuerza, puede liquidar el papel crucial de la ONU en

cuestiones como la paz y la guerra para reducirla, en la posguerra que se avizora, a una suerte de organización humanitaria a gran escala. Esta suerte de voladura controlada de las instituciones en las que Washington ha apoyado su política exterior durante medio siglo parece un precio demasiado alto por la cabeza de un miserable dictador.

Donald Rumsfeld y su estado mayor han publicitado hasta la saciedad la idea de un conflicto corto, preciso y contundente, capaz de doblegar inmediatamente al tirano de Bagdad evitando tanto como sea posible la muerte de civiles, los grandes perdedores de todos los conflictos

muy tecnificados y cuyo sufrimiento infinito no suele hacer titulares en los medios informativos. Pero el propio Bush alertaba esta madrugada de que el conflicto se puede

alargar, y que "la única manera de limitar su duración será aplicando una fuerza decisiva".

No explicó cuándo se iniciará esa fase que en unas horas o días puede demostrar el tremendo poderío militar de EE UU.

Se controla mejor el comienzo de los conflictos que su desenlace. Y esta segunda invasión de Irak, que un Bush oportunista hasta el último minuto ha caracterizado como el gran momento para la modernización de Oriente Próximo, está llamada a tener repercusiones mucho más allá del país atacado. Los hechos demostrarán si el bombardeo resulta tan

decisivo como el Pentágono ha anticipado y a qué precio. En los planes de EE UU, las oleadas de cazabombarderos tácticos y helicópteros de ataque deben hacer el grueso del

trabajo destructor y de apoyo al avance de la infantería. El despliegue de las grandes

divisiones mecanizadas desde Kuwait, la 3ª de Infantería o la 1ª Acorazada británica —una vez que Turquía ha bloqueado la invasión por el norte—, tiene, a su vez, por misiones

básicas la ocupación de ciudades clave, el control de los pozos petrolíferos e impedir que la guardia republicana de Sadam acantonada en otras zonas pueda acudir en auxilio de

Bagdad. Las tropas invasoras deberán moverse rápidamente para asegurar el territorio y abortar brotes de anarquía. Y a la vez reconstruir una administración. La posguerra tendrá que irse construyendo a la vez que avanza la guerra.

Si la contienda es corta y triunfal, quizá muchos de los renuentes aliados de EE UU vuelvan pronto al redil, sobre todo en el caso de que Washington pueda probar que Sadam tenía los mortíferos arsenales que estuvieron en el ya lejano origen del ultimátum. Y siempre que la Casa Blanca no olvide inmediatamente sus promesas, hechas al alimón con el Reino Unido, de impulsar decisivamente el apaciguamiento del conflicto palestino-israelí, una de las dinamos de la inestabilidad mundial.

Pero si la lucha se prolonga, si las víctimas iraquíes y aliadas se multiplican, si se llega al combate por Bagdad y desaparece el presentimiento de paseo militar, todos los

escenarios previamente dibujados pueden sufrir una convulsión. Mañana, viernes, la reacción de millones de musulmanes en mezquitas de todo el mundo puede prefigurar algunas de las consecuencias de esta guerra.

Hay precedentes recientes de guerras cortas y relativamente quirúrgicas, como Kosovo, pero con enemigos y escenarios de naturaleza muy diferente. En el mejor de los casos, si Bush

consigue vencer rápidamente, tendrá que ganar después la paz. Y eso será muy difícil en un país de las dimensiones y la fragilidad política de Irak sin contar con la colaboración de

muchos de aquellos a los que ha ninguneado. El desafío que espera a EE UU en un Irak liberado es titánico en cualquier aspecto, comenzando por el de establecer la democracia.

Además de un mar de petróleo, Irak es un rompecabezas religioso, tribal y de lealtades, un polvorín sobre el que Sadam, astuto corredor de fondo, ha reinado despiadadamente por la fuerza de los fusiles. Sus posibilidades de sumirse en el caos y el conflicto étnico son mucho mayores de lo que un poder tan ajeno como EE UU puede calibrar. La primera tarea de Washington, una vez culminada su conquista, debe ser la entrega a la ONU de la administración del país asiático.

El apoyo de Aznar

Esta guerra que empieza ha contado con el apoyo activo de Aznar y su Gobierno a la voladura controlada de la legalidad y de las instituciones internacionales. El presidente del Gobierno ha comprometido a España sin explicar todavía las razones últimas de este alineamiento con las tesis bélicas de la Administración de Bush que han llevado a la guerra cuando los preparativos militares habían llegado a su punto operativo, y no ante el fracaso

de la labor de los inspectores internacionales, que progresaba. La misión de retaguardia asignada a la fuerza española ha contribuido al enmascaramiento del belicismo de Aznar.

El Gobierno ha dado la espalda a la opinión pública, y el Partido Popular se ha quedado absolutamente aislado, pese a su mayoría absoluta, en el Parlamentoespañol. Ha arruinado el consenso en política exterior, y apostado por otra Europa y por EE UU, en contra de lo que había sido la línea tradicional de España de entendimiento con Francia y Alemania. Cuando los jefes de Estado y de Gobierno de los Quince se reúnan esta tarde y mañana en Consejo Europeo en Bruselas, se podrá constatar la profunda división de Europa, a la que este Gobierno ha contribuido aprovechando su presencia desde enero en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

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