Blair logra contener a los rebeldes laboristas en la crítica votación sobre la guerra en los Comunes
El primer ministro salva la crisis de Gobierno con sólo otras dos dimisiones de bajo nivel
Tony Blair salvó ayer los platos al lograr contener a los rebeldes laboristas. Los Comunes rechazaron por 396 votos a 217 una propuesta para declarar que aún no ha llegado la hora de la guerra contra Irak. Eso significa que apenas una quincena más de diputados se han sumado a los 199 (de ellos, 122 laboristas) que hace ya dos semanas votaron contra la política de Blair en esta crisis. Blair había abierto las casi 10 horas de debates buscando la fibra del laborismo y comparando al Sadam Husein de 2003 con el Adolfo Hitler de 1938.
Aunque intenso y a veces incluso agrio, el debate de ayer no tuvo la dureza vivida hace apenas dos semanas, cuando la izquierda laborista aún creía que podía impedir la guerra y lanzó un movimiento de rebeldía para exigir que continuaran en Irak los inspectores de las Naciones Unidas. Ayer todos sabían que la guerra es ya inevitable y que los votos sólo podían tener tres objetivos: apoyar al Gobierno, censurarle o, lo impensable, que la rebeldía fuera tan grande que obligara al Reino Unido a guardar sus tropas para la reconstrucción de Irak, pero no para su destrucción. Pero ni siquiera eso impediría que Estados Unidos bombardee Irak primero y lo invada después.
Blair se presentó en los Comunes reforzado por la decisión de la ministra de Cooperación, Clare Short, de mantenerse en el Gabinete pese a su espantada de hace una semana. La tan anunciada crisis se ha reducido al histórico Robin Cook, que se llevó una ovación de los Comunes con un elocuente alegato contra la guerra pronunciado el lunes explicar su dimisión. Otros dos cargos, muy de segunda fila, también dimitieron ayer.
Como se esperaba, Tony Blair defendió la legalidad de la intervención incluso sin una segunda resolución del Consejo de Seguridad y acusó al presidente francés, Jacques Chirac, de haber impedido que hubiera una mayoría favorable a la propuesta patrocinada por Estados Unidos, España y el Reino Unido. "Por supuesto que estoy de acuerdo con usted", le contestó Blair a un diputado que le preguntó si compartía su opinión de que "Francia ha desarmado al Consejo de Seguridad al vetar cualquier resolución que incluyera un ultimátum".
Pero el discurso del primer ministro no aportó nada nuevo a lo que viene declarando desde hace meses y careció de la fuerza y brillantez de otras ocasiones solemnes. En su contra jugaron las constantes interrupciones de su lectura para dar la palabra a los diputados que se lo pedían. En el vivísimo sistema parlamentario británico, los oradores tienen la facultad de dar la palabra a otros colegas que quieren pedirle alguna aclaración sobre la marcha. Ayer, aunque ese sistema propició un duro enfrentamiento entre los líderes conservador y liberal, las interrupciones deslucieron a ese excelente orador que es el primer ministro.
Blair adornó su intervención de cierto catastrofismo, como cuando comparó a Sadam con Hitler al citar un editorial de la prensa británica de 1938 que abogaba por no pararle los pies al líder nazi para evitar problemas con una potencia extranjera. Lanzadas contra lo que despectivamente describió como "los apaciguadores", uno de los insultos más vejatorios que se manejan en la política británica, las palabras de Blair tuvieron su espejo en uno de los rebeldes laboristas: "Ojalá en 1938 la Liga de las Naciones hubiera podido tener inspectores internacionales para desmantelar los Panzer de Hitler", le respondió Peter Kilfoyle, defensor de la enmienda contra el Gobierno. Fue una manera de recordar que quienes defienden las inspecciones como sistema para desarmar a Sadam Husein no están defendiendo la inacción frente al dictador iraquí, una asimilación repetidas veces utilizada por Blair, al igual que José María Aznar y George W. Bush, para atacar a sus críticos.
No fueron los rebeldes laboristas, sino los liberales-demócratas de Charles Kennedy, quienes recibieron las mayores críticas de Blair y, con una agresividad incluso sorprendente, del líder de la oposición, Iain Duncan Smith. En los rifi-rafes entre Duncan Smith y Kennedy, el líder liberal le preguntó al conservador por qué los tories defienden la intervención en Irak pero se opusieron a la intervención en Sierra Leona, porqué en los años ochenta habían ayudado a Sadam Husein a adquirir armas químicas y por qué habían vetado hasta nueve propuesta de resolución del Consejo de Seguridad contra el régimen de apartheid en África del Sur.
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