San Pedro Manrique, el pueblo de Soria que ofrece trabajo pero no vivienda: “Prefieren tenerlas vacías, muertas del asco, a que entre yo”
Un pujante pueblo soriano, con varias fuentes de empleo, sufre la escasez inmobiliaria en su pulso para sobrevivir


En San Pedro Manrique (Soria, 650 habitantes) hay trabajo, bastante trabajo: puede elegirse el sector chacinero, la residencia de ancianos, el cuidado de personas mayores en su casa, la agricultura y la ganadería, la gestión forestal, el teletrabajo o lanzarse a negocios teniendo en cuenta que en la comarca de las Tierras Altas apenas hay competencia en muchos ámbitos. Una vez engrasados el currículum o la capacidad de emprendimiento, toca lo difícil: encontrar hogar. Pese a que un paseo revela que hay mucha vivienda vacía, en mejor o peor estado, muy pocas tienen carteles fosforitos colgando. Típico en el medio rural, abundantes paredes desvencijadas y pocas ganas de sacarlas al mercado. Más duele allí donde aún hay latido, incluso crecimiento, taponado por el miedo a alquilar, moradas capilarizadas en herencias, desmedidas pretensiones económicas o el ansia viva de subir precios cuando hay interés.
Las dos Españas colisionan en la terraza del bar Motores, capital sampedrana del torrezno. Haizea Gutiérrez, de 26 años, lleva seis meses en el pueblo, busca una vivienda mejor y choca con los recelos locales a arrendar sus propiedades; Balbino Pérez, de 71, reside allí prácticamente desde que ella nació y le lleva dos inmuebles a un señor que vive en Andorra. Oferta y demanda, uno más uno son dos, cabría pensar, pero el dueño, por mucho que Pérez medie, rechaza alquilarle la casa a Gutiérrez: “Se niega porque es joven, dice que luego no pagan, que no hay quien los eche, que si el Gobierno…”. La interesada suspira, ofendida, porque ni piensa okupar nada en San Pedro Manrique, ni contempla nada más allá que un alquiler con opción a compra, vía recurrente en zonas rurales para ir pagando viviendas que el poseedor realmente ya no quiere: “Prefiere tenerlas vacías, muertas de asco, a que entre yo, que no voy a hacer fiestas ni destrozarla”. Ella trabaja en los servicios sociales de la comarca, asistiendo a mayores, y tiene ingresos y empleo fijo. Querría montar algún negocio pero difícil también arrendar un local.

Solo el “boca a boca” le permitió encontrar su piso actual, por el que paga casi 400 euros mensuales tras una reciente subida pese a haberle hecho alguna mejora. Ahora busca un lugar “con un terrenito”, pero choca con la escasez de oferta y las elevadas pretensiones. “Solo se pueden quedar los que tienen casa propia, hay gente interesada en comprar y renovar, pero los de aquí se asustan, hace poco una pareja con tres hijos se tuvo que marchar porque no había nada”, lamenta Gutiérrez. Su amigo Balbino asiente muy cerca de viejas construcciones en decadencia, con el verde de las persianas corroído, ventanas con los cristales rotos, balcones insinuando futuros derrumbes y las paredes despellejándose invierno tras invierno. Irrumpe Juana García, de 74 años, hablándole a propietarios fantasma: “El pueblo prospera, hay trabajos pero no casas. ¡Déjales una casa a los trabajadores!”.
San Pedro Manrique subsiste gracias a la población migrante, que contrarresta el éxodo de décadas, atraída ahora por empresas como Embutidos La Hoguera, referente en el porcino y necesitada de mano de obra. Algunas viviendas sociales, construidas hace años, muestran el ajetreo de vecinos, la mayoría extranjeros, como los niños que corretean por el patio del colegio. Se ve que el pueblo funciona: polideportivo casi nuevo, ayuntamiento lustroso, pero junto a un bloque abandonado, consultorio médico renovado, parque de bomberos de la Diputación, sede de la Mancomunidad, cuartel de la Guardia Civil, gasolinera y taller, hostelería… aunque sufre el abismo residencial. Dos marroquíes trabajadores en la gestión forestal, que prefieren el anonimato, expresan la dificultad de encontrar techo: “Estamos buscando casas, pero la gente prefiere que se les caiga, tienen miedo, o piden 400 o 500 euros por casas que no lo merecen”.
El motor económico y laboral de los alrededores, La Hoguera, trae a San Pedro Manrique dos buses, uno de turno matinal y otro vespertino, de trabajadores venidos de la ciudad, amén de los cercanos. Teo Martínez, de 41 años, dirige una empresa que lleva 40 años creciendo, necesitada de empleados que apenas quedan en las proximidades: genera 130 contratos fijos. “Es como si España hubiera implosionado entera, hasta en pueblos como este hay una brecha con la vivienda, el pueblo se ha mantenido cuando ha habido viviendas, es igual una persona de Cáceres que de Perú”, explica. Su compañía ejerce a veces de gerente inmobiliaria y social para afianzar a su plantilla y ayudarlos a matricular a los críos en el colegio o dar ocupación a las parejas completas. “La única solución es la vivienda, si no los pueblos se quedarán como polígonos industriales sin gente”, insiste Martínez.

El alcalde, José Antonio Hernández, de una agrupación de electores, lamenta que “crecemos en puestos de trabajo, pero la gente que viene apenas se puede quedar y fijar población porque no hay vivienda”. La actividad económica no va de la mano con un aumento de alumnos en la escuela o de tarjetas del centro de salud, claves para resistir: “Vienen de Soria al día entre médicos, trabajadores forestales, guardias civiles, trabajadores de La Hoguera… unas 100 personas, que si trajeran a las familias…”, comenta Hernández, fustigándose porque la Junta de Castilla y León tiene pendiente de construir 10 viviendas en régimen de alquiler y otras seis, ya edificadas bajo régimen de compra, “deberían estar ya ocupadas, había gente deseando y se acabaron yendo porque tardan más de un año en poner la luz, es un castigo”. El regidor también añade que hay vecinos recelosos a arrendar o que dejan la morada vacía muchos meses para ocuparla solo en vacaciones.
Quién le iba a decir a Joaquín Ortega, de 50 años, que se encontraría en San Pedro Manrique aquello de lo que huyó en Ibiza: un mercado inmobiliario salvaje. “Soy de Vizmanos (30 habitantes) pero llevo 20 años en Ibiza, cobro 1.800 euros, pero pago 1.000 por una habitación”, se presenta, agotado de las islas y sus exigencias económicas. Ortega, de baja por ansiedad, medita volver a Soria y animarse a emplearse por esta zona aunque se asombra por los precios, cuya relación entre sueldo y porcentaje destinado a residir no anda lejos de Baleares. Aparte, la codicia de quienes luego se lamentan de que se muera el pueblo: “Hace poco pregunté para comprar una casa de 50.000 euros, me pidieron esperar y al poco vi que estaban negociando con otros por 100.000”. A ver quién los baja de los seis dígitos si finalmente no hay acuerdo y el inmueble vuelve al mercado.
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