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Volver al trabajo tras sufrir un cáncer: “Creo que pensaban que me moriría, y que fue una putada que al final no”

Un estudio apunta que la mayoría de personas que han tenido estas enfermedades quiere recuperar su empleo de forma progresiva, pero se enfrentan al difícil encaje en la empresa y a la pérdida de salario de las jornadas reducidas

Pacientes en un centro de atención primaria en Barcelona, en 2022.
Pacientes en un centro de atención primaria en Barcelona, en 2022.Carles Ribas
Josep Catà Figuls

Tras un diagnóstico de leucemia a los 38 años, un trasplante de médula y tres años y medio de baja, Bibiana Fernández (ahora de 44 años) pidió a su empresa, el Aquarium de Barcelona, la reincorporación progresiva y gradual al trabajo. Le dijeron que no había ningún problema: le habían conservado la categoría y el puesto —supervisora de atención al público—, empezó en temporada baja y trabajando 20 horas semanales, y con los meses fue subiendo hasta las actuales 36 horas. Ha ido cobrando en función de la jornada, y ello le ha obligado a apretarse el cinturón y a tirar de los ahorros que hizo durante la pandemia, pero en general está muy satisfecha: “Después de lo que pasé, todavía necesitaba y necesito mucho autocuidado, físico y mental, mi tiempo, mi yoga y mi gimnasio. La entrada paulatina te ayuda a no ir tan a saco, y además evita que tengas más bajas en el proceso”. Esta historia positiva contrasta con la de Andrea, una mujer que está en la cincuentena y que no quiere dar su nombre real por miedo a que hacer público su caso le impida volver a encontrar empleo. En 2022 le diagnosticaron cáncer de mama, y mientras le hacían pruebas, vieron que además tenía cáncer de pulmón. Dos operaciones, quimioterapia y dos años de baja después, el Tribunal Médico le dijo que podía volver a su trabajo en una entidad del tercer sector. Pero la empresa se mostró reacia: no querían a alguien que tuviese “más números” de volver a coger una baja. Después de meses de tensión, ansiedad y abogados, terminó por aceptar un “despido objetivo por motivos de reorganización del trabajo”. “Una mentira como una casa. Tengo la sensación de que ellos pensaban que me moriría, y que fue una putada que al final no”, dice ahora, con gran serenidad.

Para las personas a las que se les diagnostica un cáncer, el trabajo se convierte en algo más importante de lo que se imaginaban: es un asidero de normalidad, ahuyenta los pensamientos negativos y le da un cierto sentido al tiempo. Es lo que se desprende del primer Barómetro Cáncer y Trabajo en España, presentado este miércoles por la Federació Catalana d’Entitats contra el Càncer (FECEC). Con una muestra de más de 2.000 personas en edad de trabajar, de las que el 12% tienen o han tenido cáncer, y más de la mitad han trabajado con alguien con esta enfermedad, este estudio muestra que el 67% de las personas diagnosticadas afirman que el trabajo es importante y que es un aspecto que da sentido a su vida, frente al 55% que lo piensa entre las personas que no han tenido cáncer. En pleno debate sobre la propuesta de las bajas laborales flexibles lanzada la semana pasada por la ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz, el estudio es pertinente para saber cuáles son las preferencias de las personas que más podrían hacer uso de estos permisos flexibles. Clara Rosàs, gerente de la FECEC, ha afirmado que desconocen el detalle de la propuesta, pero cree que abrir el debate es “positivo”. “El sistema de bajas es muy rígido, pero cualquier medida tiene que ser voluntaria, que garantice el criterio médico, y tiene que ser positiva para las empresas y proteger los derechos de los trabajadores. El debate tiene que ser riguroso, no podemos crear falsas esperanzas en personas vulnerables”, apunta Rosàs, que añade un matiz: “El impacto en el salario es un condicionante a la hora de decidir volver al trabajo, esto se tendría que tener en cuenta para que todo el mundo tenga las mismas posibilidades: la medida no debería afectar al salario”.

Un ejemplo de ello es el caso de Míriam García, de 48 años, que trabaja en el sector público. Ahí, a diferencia del sector privado, el salario está protegido al 100% en caso de baja, y también se conserva todo el sueldo en la reincorporación progresiva, para la que sí que hay un protocolo establecido. García trabajaba como intérprete de lengua de signos para el departamento de Educación de la Generalitat, y era profesora en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y colaboradora en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). En 2019 le diagnosticaron con cáncer de mama y la baja le obligó a dejarlo todo —la UOC le rescindió el contrato—. “El trabajo en la UNED lo habría podido hacer, y psicológicamente me hubiese ido bien, porque cuando tienes tantas horas libres piensas, y no es bueno”, dice, opinando que la propuesta de baja flexible es pertinente si se mantiene el sueldo. Al terminar la baja, todavía no estaba completamente bien, ya que tras la operación le dolía el brazo, herramienta indispensable para el lenguaje de signos. “Me reincorporé progresivamente, y eso que no sabía que podía hacerlo, falta información. El primer mes el 50% de la jornada, luego el 75% y después el 100%, siempre con el sueldo íntegro. Pero igualmente terminé el curso con el brazo inflamado y acabé cambiando de especialidad”, explica García, que destaca que jefes y compañeros se lo pusieron “tan fácil como pudieron”. También escribió un libro, 289 días (Editorial Kurere), en el que habla de cómo es volver al trabajo poco a poco.

Vuelta al trabajo por motivos económicos

Según el barómetro, casi dos de cada tres trabajadores (hayan tenido o no cáncer) ven necesario un protocolo para gestionar el impacto de esta enfermedad en el trabajo, pero solo un 14% dice saber que existe en la empresa un plan específico. En cualquier caso, la mayoría quiere e intenta volver a trabajar: entre las personas diagnosticadas, dos tercios volvieron a su lugar de trabajo y solo un 18% agotó completamente su baja. Pero se encuentran con dos dificultades: que no siempre pueden volver a su puesto progresivamente —el 55% de los encuestados que han pasado por un cáncer ha hecho un retorno progresivo, y del resto que no lo hizo, la mayoría lo hubiese preferido— y que la presión económica juega un papel crucial en esta decisión. De hecho, entre los motivos por los que la gente quiere volver a trabajar, el 44% explica que lo hace en parte por motivos económicos.

La FECEC explica que en España uno de cada dos hombres y una de cada tres mujeres sufrirá algún cáncer a lo largo de su vida, y que la tasa de supervivencia es ahora del 55% en hombres y del 62% en mujeres. Es decir, que la mayoría de los diagnosticados seguirá teniendo una vida laboral activa. “Se ha avanzado mucho y es muy positivo, porque ahora se abren segundas etapas para volver al trabajo, pero hay que analizar bien cómo se gestiona”, ha dicho la presidenta de la FECEC, Maria Assumpció Vilà. La gestión tiene que venir de la legislación y de las empresas: protocolos, información, procesos de adaptación con jornadas reducidas o con teletrabajo... Y también gestión de plantillas: la encuesta muestra que solo en el 52% se ha buscado sustituto para la baja del enfermo de cáncer. Por todo ello, la FECEC propone a las empresas tomar medidas para que las empresas se preparen más ante un retorno progresivo que viene motivado por las secuelas físicas y emocionales de los pacientes, y también propone que se incluyan en los convenios colectivos cláusulas que garanticen este proceso. A la Administración le pide reformas legislativas en este sentido, viendo en la baja laboral flexible una oportunidad.

El retorno progresivo al trabajo lo querían Míriam, Bibiana y Andrea. La primera lo tuvo manteniendo el sueldo; la segunda tuvo que poner parte de sus ahorros pero le compensó, dice, “porque puse por encima la salud al dinero”; y la tercera lo intentó pero se encontró con una empresa que le hizo la vida imposible para que aceptara un despido. El barómetro dice que aunque en general hay buen trato, un 12% de los diagnosticados encuestados vio un trato distante o negativo en sus compañeros. “Al principio me lo decían con buenas palabras llenas de amor, que para mí era mejor dejarlo porque iba a estar muy deprimida. Yo les dije que quería volver a una vida normal y trabajar, que es lo que pierdes cuando tienes un cáncer, pero que lo quería hacer progresivamente. Entonces dijeron: de nueve a cinco y presencial. Me pusieron una jefa que o no me daba trabajo o me presionaba. La enfermera de la mutua de prevención de riesgos laborales me dijo que no podía asumir esta carga, pero luego no lo incluyeron en el informe... Me dijo que ella también tenía jefes”, cuenta por teléfono. Al final su médico de cabecera y su abogado le dijeron que aceptase el despido. “Todo esto me ha dejado un poco tocada, pero estoy bien. Pero hay gente a la que el cáncer la deprime mucho, y cuando vuelven al trabajo lo último que quieren son malos rollos. Quieren estar bien y a la que hay un conflicto lo dejan, aunque no tengan por qué hacerlo”.

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Sobre la firma

Josep Catà Figuls
Es redactor de Economía en EL PAÍS. Cubre información sobre empresas, relaciones laborales y desigualdades. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona. Licenciado en Filología por la Universidad de Barcelona y Máster de Periodismo UAM - El País.
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