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Una crisis (ahora sí) global

A diferencia de una década atrás, la recesión sincronizada de países ricos y emergentes eleva los riesgos. 2008 deja algunas lecciones aprendidas

Ignacio Fariza
Mercado de frutas y verduras en Nueva Delhi en pleno confinamiento por el coronavirus.
Mercado de frutas y verduras en Nueva Delhi en pleno confinamiento por el coronavirus.Hindustan Times (Getty Images)

Nunca antes los números dijeron tan poco y quedaron obsoletos tan pronto. Ante la brutal embestida de una crisis relámpago, las estadísticas son la viva imagen de una economía rota, autoparalizada, pero su valor informativo se queda ahí. Los gráficos de PIB y empleo exploran nuevos límites (negativos) en el eje de coordenadas: imposibles de ignorar, pero más que previsibles a estas alturas de la película. La recesión es siempre un terreno abonado para los clichés y esta ya tiene el suyo: “sin precedentes”. Dos palabras que, pese a la hiperinflación en su uso, no dejan de ser ciertas. Estamos, sí, fuera de mapa y sin GPS.

En medio de este pandemónium estadístico, la clave es tratar de anticiparse a la recuperación. La pregunta del millón —¿cuándo y cómo llegará?— que, todavía hoy, nadie sabe responder. Vayamos, entonces, con las certezas: será la primera gran crisis verdaderamente global para varias generaciones. En 2008 la inercia y la ampulosidad occidental llevó a todos a añadir el apellido “global” a una crisis netamente estadounidense y europea. Y así quedará en los libros de historia, pese a que el mundo del siglo XXI no termina en Washington ni en Londres y que los emergentes resistieron mejor que bien, agarrados al voraz apetito de China por las materias primas. “Fue una crisis financiera de las economías avanzadas”, desliza Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI.

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People wearing protective face masks walk past streetart in Shoreditch following the outbreak of the coronavirus disease (COVID-19), London, Britain, May 10, 2020. REUTERS/Henry Nicholls
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Una sacudida realmente global, como la que vemos estos días, es otra cosa. “El mundo entero está involucrado”, enfatiza Anne Krueger, exjefa de análisis del Banco Mundial. Tanto el bloque rico como los países de renta media y baja se sumirán en una recesión que no estaba en ninguna hoja de ruta, pero que será un parteaguas en la historia económica. Ingenuos todos, cuando en diciembre veíamos en la guerra comercial el mayor riesgo en el horizonte, un virus microscópico estaba a punto de hacer descarrilar el tren. No hubo ni un solo toque a rebato. No pudo haberlo: el virus tardó semanas en infectar la economía y dos meses después sabemos que únicamente 17 de los 190 países del FMI escaparán de la recesión en términos per cápita. Entre ellos, solo dos potencias: China —paradójicamente, punto de partida del virus— e India, ambas por la mínima. En lo peor de la crisis financiera, 75 de los 190 estaban en positivo, recuerda Ugo Panizza, del Graduate Institute.

El golpe, como explica Jason Furman, presidente del consejo de asesores económicos de la Casa Blanca en tiempos de Barack Obama, puede acabar siendo incluso peor para los emergentes que para las economías avanzadas. “Es justificable que países como EE UU o España estén centrados en su propia situación, pero es fundamental que también se preocupen por lo que ocurre fuera”, avisa. “Por primera vez los economistas estábamos seguros de que habría una recesión antes de que llegara cualquier cifra”, agrega Jeffrey Frankel, de Harvard. “El instinto me dice que es peor que la de 2008: estamos ante la mayor catástrofe natural desde la [mal llamada] gripe española; un choque de oferta y demanda que puede transformarse en una crisis financiera en toda regla”, alerta Rogoff.

Será, sin embargo, una descarga tan severa como —parece— breve. “Y eso es algo que debería destacarse más”, dispara Xosé Carlos Arias, coautor de La nueva piel del capitalismo (Galaxia Gutenberg). Un ciclo que se cerrará del todo cuando —crucemos los dedos— llegue la vacuna. En todo caso, mucho menos tiempo que el transcurrido una década atrás, cuando el arreón financiero mutó en crisis de deuda en el sur de Europa, una espiral que por momentos parecía no tener fin. Sin nuevos brotes del virus, el año que viene el crecimiento debería volver a terreno positivo. Pero para llegar a ese escenario, recuerda Frankel, hay que evitar por todos los medios caer en el error de 1918, cuando las medidas de contención sanitaria se levantaron antes de lo debido.

En alemán dinero (geld) rima con mundo (welt). Un juego sonoro que —como recuerda Hans Magnus Enzensberger en Siempre el dinero (Anagrama), una de las novelitas (el diminutivo es suyo) más refrescantes para interiorizar los rudimentos de la economía— difícilmente podría ser mejor. La retórica antiglobalización creció como la espuma tras la crisis financiera y se ha mantenido pujante desde entonces, convirtiéndola en el chivo expiatorio de los males de Occidente. “Esta crisis puede acelerar esa tendencia previa de ruptura, al menos con la globalización como la hemos conocido hasta ahora”, remarca Arias. Y contra el virus de la desglobalización, con consecuencias negativas sobre productividad y crecimiento, como previene Rogoff, no hay vacuna posible.

Lo único bueno de las crisis es que se pueden extraer lecciones de los errores cometidos y la de 2008 da para varios tomos: Europa, maniatada por la cerrazón de Alemania y sus aliados ordoliberales, tardó años en reaccionar. La historia ha cambiado. En lo fiscal, el despliegue a ambas orillas del Atlántico ha sido “impresionantemente rápido”, en palabras de Frankel. En lo monetario, los bancos centrales han profundizado en las compras de deuda como dique de contención en los mercados. Y cuando han mostrado dudas —véase el error inicial de Christine Lagarde: “No estamos aquí para reducir las primas de riesgo”—, la subsanación ha sido inmediata. La sombra de Mario Draghi es, por fortuna, alargada.

Pero al Viejo Continente, sin embargo, se le siguen viendo demasiado las vergüenzas cuando vienen curvas. “Demuestra, de nuevo, estar mal equipado frente a las crisis”, opina Arias. La sima norte-sur continúa ahí; como permanece, también, una falta de solidaridad. Pero esta vez Berlín y Ámsterdam lo tienen más difícil: el poder de las lecciones de moral es directamente proporcional a la capacidad de identificar un culpable. Y esta vez no lo hay. “Torpezas como la del Constitucional alemán pueden hacer mucho daño, pero hemos aprendido que ante una crisis de esta magnitud no debe preocuparnos el tamaño del déficit”, resuelve Panizza.

En tiempos de incertidumbre radical, decir con rotundidad cómo saldremos de esta es casi como leer el futuro en los posos del café. Pero, con todas las salvedades posibles, algunos empiezan a esbozar los primeros trazos del cuadro que está por pintarse. La recuperación en V, al menos en su versión más clásica, fue el sueño de una noche de primavera. Vamos, más bien, hacia una V alargada: incluso cuando el virus sea historia, las economías seguirán cerrando sus heridas. En tres años, vaticina Furman, prácticamente todos los países ricos habrán recuperado el nivel de renta pre-coronavirus. En algunos emergentes, el gran ángulo ciego de esta crisis, la travesía en el desierto durará algo más. Si el último coletazo de la crisis financiera aplastó al sur de Europa, esta vez el eje puede desplazarse al oeste: atentos a América Latina.


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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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