El ‘alter ego’ de Ted Baker que abrazaba demasiado
Ray Kelvin se ve forzado a abandonar la firma textil que fundó por cientos de denuncias de acoso, toqueteos y excesos
A los 11 años, en 1966, Ray Kelvin trabajaba en el negocio de medias y calcetines de su tío en Enfield, al norte de Londres. Luego lo aprendió todo sobre el textil y la moda en la pequeña fábrica de blusas de sus padres en Tottenham. Con poco más de 20 años ya tenía una empresa de moda femenina y a los 32 abrió en Glasgow la primera tienda de camisas Ted Baker. Con 41 sacó la empresa a Bolsa y acabó creando un imperio global con más de 550 tiendas. A los 55 fue nombrado Comandante del Imperio Británico. A los 63 lo ha perdido casi todo: las quejas de cientos de sus empleados por sus abrazos, toqueteos y propuestas carnales le obligaron en diciembre a dejar temporalmente la dirección de Ted Baker. El lunes presentó su renuncia definitiva.
A Ray Kelvin le ha devorado su propia personalidad. Creó un alter ego, Ted Baker, para su proyecto empresarial porque pensaba que no triunfaría y no quería que su nombre quedara manchado con una quiebra. Él mismo se presentaba como “la persona más cercana a Ted”. Luego, cuando llegó el éxito, confundió las fronteras entre lo propio y lo ajeno en las relaciones personales. Repartir abrazos, ofrecer masajes o pedir cama en voz alta medio en broma medio en serio quizá se toleraba hace 10, 20 o 30 años, pero no en los tiempos del MeToo. Sobre todo, si esos abrazos eran estrechos, largos y, ¡ay!, forzosos.
Más de 300 empleados (y otras 2.000 personas ajenas a Ted Baker), denunciaron en noviembre en un portal de Internet el acoso y los excesos de Kelvin. “El acoso en Ted Baker está muy bien documentado y ha sido obstinadamente ignorado por los responsables de la firma”, añadía la denuncia.
“Ray da la bienvenida a mucha gente con un abrazo, lo mismo a un accionista que un inversor, proveedor, socio, cliente o colega”, justificó entonces la empresa, pero puso en marcha una investigación. Ray Kelvin soltó entonces temporalmente las riendas de la empresa, para no condicionarla.
Renuncia definitiva
Tres meses después, y sin que hayan terminado las pesquisas, Kelvin ha presentado la renuncia definitiva y ha aceptado irse a casa sin indemnización y sin cobrar ningún bonus por los tres últimos ejercicios. Indicio, quizás, de mea culpa. Deja una gran empresa, con 6.500 empleados en todo el mundo, pero muy devaluada en Bolsa (hoy vale 1.300 millones de libras, unos 1.500 millones de euros, menos de la mitad que en agosto de 2015). Y con la duda de cuál será el futuro de una compañía que siempre ha dependido en última instancia de su fundador y todavía principal inversor, con el 35% de las acciones.
Ray Kelvin nunca ha parecido consciente de sus excesos, confundidos siempre con una personalidad peculiar y extravagante que le llevaba, por ejemplo, a no dejarse fotografiar sin algún objeto que le medio tapara la cara. “Porque soy muy feo”, decía. Incluso llegó a presumir abiertamente de la cultura del abrazo: alguna vez explicó que se le ocurrió cuando un hombre que padecía reuma se quejó del dolor de tener que estrechar la mano al saludar.
No siempre fueron abrazos. Los primeros años de Ted Baker fueron duros y le llevaron a cometer constantes excesos verbales con sus empleados —“ser tajante”, lo definió—. Pero “ahora ya no necesito eso”, declaró una vez. “Mucha gente en el sector de ventas es muy agresiva y desagradable y no creo que sea necesario”, detalló. Fue entonces, en su transición hacia la bondad en las formas, cuando creó una “zona de abrazos” frente a su despacho en las oficinas centrales en Camden.
El problema es que no solo hubo abrazos. Le han acusado de dar masajes sin que nadie se lo pida. De buscar relaciones sexuales casi a gritos. De montar en cólera porque un alto cargo no le había invitado a su ceremonia de boda, aunque sí al banquete. De contar detalles escabrosos de su vida sexual. Cosas que difícilmente pueden formar parte del ambiente familiar que él creía haber creado en Ted Baker.
Todo eso le ha costado la caída a un empresario tan peculiar que incluso renegaba del éxito. “No creo que ser famoso sea algo particularmente guay. A mis hijos no les gustaría y yo no llevo ese tipo de vida. Ser rico y presumir de ello no va con mi estilo. No tengo yate, ni avión privado y nunca lo tendré”, declaró en una de sus pocas entrevistas, al diario The Independent, en 2014.
Al final Ray Kelvin, alias Ted Baker, ha acabado siendo famoso por la peor de las razones.
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