El hermano pobre del hotel
El turismo rural crece desde hace tres años a cifras de dos dígitos pero no aprovecha el auge del turismo extranjero
La inmobiliaria Aldeas Abandonadas vende pueblos enteros desde 30.000 euros. Antes, sus clientes eran familias que buscaban una segunda residencia en el campo, pero ahora lo que persiguen es esa tentadora —y a menudo muy romántica— vuelta al pueblo convertida en un proyecto de negocio. “La gente busca ruinas, no grandes propiedades, del importe más económico posible, no quieren ir al banco”, sostiene la gerente Elvira Fafian. Los albergues rurales a lo largo del Camino de Santiago se han convertido en piezas cotizadas y los extranjeros, en sus mejores clientes. Pero en medio de una gran ola inversora inmobiliaria no hay ningún gran propietario o fondo interesado en apostar por el rural, a pesar de que el turismo de chimenea y barbacoa lleva tres años creciendo a doble dígito. España suma en este segmento 15.600 alojamientos, 147.000 plazas, casi 10 millones de pernoctaciones... con apenas un 20% de ocupación. Eso quiere decir que, en el mejor de los casos, el empresario sostiene una vivienda para explotarla poco más que los fines de semana del año.
Razones hay muchas. La ausencia de una planificación estratégica, una estructura muy fragmentada, la baja rentabilidad y el intrusismo son debilidades contra las que el negocio lleva décadas luchando. El Gobierno lanzó hace tres años un plan específico para el turismo rural, pero apenas hay análisis en el Ministerio sobre el sector. “Y además están los cambios de regulación. En Andalucía muchos alojamientos estaban bajo una categoría y ahora han pasada a un limbo, el sector es muy sensible”, juzga Ana Alonso desde Escapada Rural, uno de los dos mayores portales de reservas. El otro, Toprural (del grupo Homeaway), maneja un volumen anual de un millón de reservas, y el año pasado creció un 20% cuando las pernoctaciones, en general, lo hicieron al 11,5%. “Si le preguntas a los propietarios, sus preocupaciones siempre giran en torno a la rentabilidad y al intrusismo, pero es verdad que la falta de estadísticas hace que sea muy difícil cuantificar este impacto”, apunta el director de comunicación Joseba Cortázar.
Lo que sí dice el INE es que los precios crecen muy por debajo de los del resto del sector. “Hay mayor sensibilidad al precio y más miedo de los propietarios para subirlos. En el caso de los hoteles convencionales, una buena parte de sus clientes son extranjeros, y se lo pueden permitir”. Como también se lo pueden permitir los portales más exclusivos: Rusticae gestiona un club de 350 casas con encanto y 5.426 plazas, cuyo precio medio de reserva ha subido en el último año de 120 a 130 euros la noche. “Observamos que el hotel, como tal, ya no es el principal reclamo; el cliente quiere vivir una experiencia en torno a ese hotel”, cuenta desde la empresa Carolina Pérez. Su índice de ocupación media es del 40% y sus clientes, de entre 35 y 60 años, con un nivel económico medio-alto, urbanitas y amantes de las escapadas. Pero la mayoría de las plazas se alejan mucho de este perfil. Un estudio de la Universidad Europea cifraba hace dos años el impacto económico de esta modalidad de viaje en 371 euros por persona frente a los 585 euros desembolsados por el viajero de ocio. La publicación especializada Hosteltur cita en un informe su gran debilidad: “Se enfrenta a un creciente problema de intrusismo, con miles de plazas sin legalizar que no salen en las estadísticas oficiales del INE. Y esa competencia desleal se traduce en una mayor presión a la baja sobre los precios”.
Una radiografía realizada por Toprural hace unos años daba otras claves para entender por qué sigue sin despegar: la mayoría de los propietarios recurren a la financiación bancaria y las subvenciones para poner en marcha el negocio, además de arriesgar los ahorros personales. Y más de la mitad había conseguido entre un 10% y un 30% de la financiación con subvenciones. Para el 61% de los encuestados esa no era la fuente principal de ingresos.
Paseos o comer bien
Frente al aumento de opciones deportivas y lúdicas, Toprural le ha preguntado a sus clientes qué buscan cuando viajan, y la respuesta es elocuente: “No hacer nada”. El fin de semana rural sigue basándose en estar cerca de la naturaleza, disfrutar con la familia o los amigos, poder dar paseos o comer bien... y ya. Así que resulta difícil identificar las tendencias del negocio más allá de la conectividad —imprescindible wifi— y algunas actividades que se van suman poco a poco. “Una de ellas es la posibilidad de ver las estrellas. Algunas casas están incorporando telescopios. Desde la ciudad, con la contaminación, esa actividad ya es imposible”.
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