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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El reto israelí

La factura que pasa el desarrollo asimétrico al crecimiento de un país siempre acaba por llegar

Aunque los economistas insisten en la importancia de la productividad, lo cierto es que los mensajes políticos rara vez la mencionan. Los Gobiernos sólo manejan con soltura los grandes agregados macroeconómicos. Lo que sucede por debajo de la superficie del PIB, la tasa de paro o el déficit público suele ser ignorado. La economía española es un buen ejemplo. Y la israelí, otro. Tel Aviv contabiliza una intensa tasa de crecimiento, además con una baja tasa de paro (5%), pero la productividad es baja y el crecimiento se sostiene sobre un aumento persistente de la desigualdad social. En la superficie todo está bien; bajo la línea de flotación aparecen los riesgos que se convertirán en un factor de inestabilidad en cuando aparezcan desequilibrios significativos, incontrolables desde los Estados, en la economía global.

Uno de los principales problemas de la economía israelí es que su avanzada empresarial, la famosa red de startups, no tiene la extensión para cubrir una parte significativa de la producción y, por lo tanto, no protege a una parte del mercado laboral. Este es un problema que las autoridades económicas de Tel Aviv han estudiado, pero parece denotar falta de inversión y de mecanismos crediticios para impulsarla; quizá existan razones de orden geopolítico para explicar esta debilidad aparente. No obstante, el flujo de inversión está relacionado con las expectativas de negocio, con la rentabilidad marginal del capital y con el coste de oportunidad. Reactivar o extender la inversión en las startups requerirá la aplicación de nuevos incentivos, legales y de dinero público. Pero con la idea clara de que la economía israelí tiene que movilizar otros recursos, de rentabilidad más inmediata, para mantener una tasa sostenida de crecimiento que permita reducir las desigualdades y sostener el aumento de la productividad.

Uno de esos factores de crecimiento inmediato podría ser el turismo. Pero para que el mercado turístico alcance su potencial tendrían que darse condiciones de seguridad y tranquilidad que no se dan. El potencial existe, no hay duda, pero no requiere un entorno político y de seguridad menos agitado. El peso de la producción agrícola funciona como un factor seguro de exportación, aunque no es el factor económico ideal para garantizar un valor añadido elevado. La economía israelí queda configurada así como fiable en tiempos de bonanza económica pero, como todas aquellas caracterizadas por una baja productividad, una cierta dependencia exterior y debilidades manifiestas en el valor añadido de la producción, sufren con mayor intensidad los efectos de las crisis globales. Claro que los problemas son distintos; en el caso de Israel, el pleno empleo virtual (5%) es una diferencia significativa con la economía española, pero a cambio el ajuste se produce por la exclusión de las minorías, como la árabe.

La economía israelí es un ejemplo perfecto de que el crecimiento, para que se transforme en bienestar general, tiene que minimizar la desigualdad. Los desequilibrios internos, más si responden a fronteras ideológicas o religiosas, significan una debilidad en ciernes para el futuro; se constituyen en fuentes de malestar social que tienen graves consecuencias para el crecimiento y la confianza empresarial. Por más limitados que sean estos riesgos en un Estado con socios exteriores ligados a factores externos a la mera lógica económica, la factura que pasa el desarrollo asimétrico al crecimiento del país acaba por llegar. Y en fases avanzadas, tal desequilibrio es difícil de corregir.

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