Elogio de un gigante: Salvador Gabarró
Convirtió Roca en líder mundial y transformó Gas Natural
La muerte siempre nos deja abatidos, sobre todo cuando es imprevista. Salvador Gabarró nos ha dejado repentinamente. Ha tenido una vida larga y plena. Una vida entusiasta y creativa que ha fructificado hasta el último suspiro, de sus lejanos pasos en Perfumerías Parera y Radiadores Roca a sus años en La Caixa y Gas Natural. Apenas nos habíamos hecho a la idea de que podíamos perderlo, a pesar de que la enfermedad hacía previsible un final, y aun cuando, en la presidencia de honor de Gas Natural Fenosa, su ritmo de trabajo se suavizaba.
Debo proclamarlo con orgullo: se ha ido un gigante.
Se ha ido un trabajador incansable, un campeón de nuestra vida económica, un catalán que merece el adjetivo de universal, ya que internacionalizó los dos grandes proyectos de su dilatada vida profesional, al convertir la empresa Roca en líder mundial de su sector y al transformar Gas Natural en una de las principales compañías energéticas del país (la primera totalmente integrada de gas y electricidad). Transformación paralela a su mundialización. Ahora Gas Natural Fenosa opera en 30 países: tenemos socios estratégicos en Argelia, Chile y Kuwait y extendemos nuestra energía y nuestra tecnología por todo el mundo: de Brasil a Kenia, de México a Moldavia.
Conocí a Salvador en el IESE hace más de 40 años, en 1974, y allí germinó una estrecha relación, de mutua amistad y lealtad, que mantuvimos hasta hace unas horas, con ese cuidado por la prudencia y por la discreción que tanto apreciábamos.
Muchas eran las virtudes que Salvador Gabarró atesoraba. El coraje de emprender objetivos muy difíciles (por ejemplo: la conversión de una gasista en una compañía eléctrica completa), pero también la tenacidad con que mantenía el empuje en las tediosas dificultades del día a día. La laboriosidad incansable de quien sabe que los proyectos sólo triunfan después de largas horas de esfuerzo, pero también la inteligencia de un ingeniero clarividente, con una cabeza perfectamente amueblada. La fantasía del innovador, pero también el realismo de quien ha nacido en un pequeño pueblo, Sant Guim de Freixenet, arraigado a la dura verdad de la tierra. El entusiasmo de quien sabe encauzar grandes empresas hacia objetivos muy ambiciosos, pero también la empatía de quien tiene muy presente que, sin la contribución apasionada de los colaboradores, no hay liderazgo que valga. La astucia de quien espera el momento imprevisto para anticiparse a los competidores, pero también la paciencia de quien sabe aceptar los momentos de derrota y dificultad, como un paso atrás que a la postre permitirá dar dos hacia adelante. El sentido del deber, pero también la franqueza, el gusto por la relación humana y el sentido del humor (un humor finísimo, a la inglesa).
Seguramente, todas estas virtudes y otras muchas que poseía puedan sintetizarse en una sola: la vocación de trabajo. Desde este punto de vista, su legado es colosal y se convierte no sólo en un ejemplo para todos los que hemos tenido el placer y el honor de trabajar a su lado, sino en un modelo para el país entero.
Un modelo irrenunciable, hasta el punto de que después de jubilado, Gas Natural lo reclamó para que siguiera dejando huella. Esa “vida de propina”, como a él le gustaba definir, fue para la entidad de un valor impagable. También para mí. Al margen de nuestra continuada y estrecha relación durante décadas, en esta última etapa ha sido un privilegio sincero sustituirlo en la presidencia de Gas Natural Fenosa. Guardo y preservaré sus consejos, sencillos y profundos, próximos y certeros, como él era.
Tanto la obra que desplegó en Roca como la que realizó con nosotros podrían, por separado, justificar una vida magistral. Por consiguiente, es como si Salvador hubiera vivido dos vidas. Dos grandes periplos profesionales. No es de extrañar que haya muerto con las botas puestas. Y es que Salvador no tenía más pasión que la del trabajo, si exceptuamos el mar en el que le gustaba recogerse para pescar, y si descontamos, por supuesto, el afecto por los tres grandes amores de su vida: su esposa María Fernanda, su hija Anna y su nieta Paula.
Esta pasión por el trabajo se revelaba en los grandes proyectos que lideró, pero también en los pequeños detalles de cada día: el trato con los colaboradores, la creación de equipos y el empuje con que afrontaba los retos, las discusiones o las batallas. He conocido a personas muy laboriosas, pero ninguna, como hizo Salvador Gabarró, conquistó con la ética del trabajo cimas tan altas.
En una época que idolatra la ociosidad, necesitamos referentes como Salvador Gabarró. Cuando lamentemos las angustias o los fracasos, su ejemplo nos recordará que, gracias al trabajo, ninguna derrota persiste. Cuando lamentemos las dificultades contemporáneas, su ejemplo nos recordará que trabajar para hacernos visibles en el exterior es la única manera de superar los obstáculos que el mundo actual nos impone.
Cuando repitamos que todo es posible, su ejemplo nos recordará que ni el ideal más inspirador se consigue sin esfuerzo y tenacidad.
Celebro la suerte de haber podido trabajar codo con codo con un hombre tan ejemplar como Salvador Gabarró. Y me entristece profundamente tener que despedirlo. Le echaré mucho de menos. Le echaremos de menos.
En medio de la desolación por su ausencia, comprometo todo mi esfuerzo en la tarea de consolidar desde la presidencia de Gas Natural Fenosa el legado que con tanto acierto multiplicó. Y desde la amistad personal con que me honró, en la preservación de sus nobles valores.
El gigantesco legado de Salvador Gabarró le sobrevive.
Descanse en paz.
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