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Las deudas acorralan a la cadena Blanco

Los propietarios no responden a los trabajadores y la suspensión de pagos pone en peligro 900 empleos en España

María Fernández
Trabajadoras de Blanco en la plaza de Lugo (A Coruña), durante una protesta contra la última ola de despidos en la cadena nacida en los años 60 en Bilbao. 
Trabajadoras de Blanco en la plaza de Lugo (A Coruña), durante una protesta contra la última ola de despidos en la cadena nacida en los años 60 en Bilbao. 

La cadena textil Blanco, que se hizo un hueco con moda irreverente y desenfadada, ha entrado en terreno peligroso. La firma presentó el pasado miércoles el concurso voluntario de acreedores —segundo en tres años— y lleva tiempo sumida en una crisis que tiene todos los amargos ingredientes del fracaso: hace tres meses que los cerca de 900 trabajadores de la cadena cobran la nómina con retraso y solo recibieron la mitad de la de octubre; varios locales han cerrado por impago del alquiler y a principio de temporada un envío de cajas con género fue bloqueado en la frontera por las deudas de la empresa de moda con sus proveedores.

“La situación es muy complicada. Alhokair [dueña de la marca hasta junio de este año] no ha presentado las cuentas del 2015 y no sabemos el volumen de la deuda”, señala un responsable de CC OO. En un comunicado, la marca aseguraba a sus trabajadores que la suspensión de pagos se realiza con “la firme voluntad de salvaguardar los intereses de los trabajadores y acreedores”, y para “luchar por la continuidad de la actividad comercial bajo la protección de la normativa concursal”. Pero quedan muchos cabos sueltos. La cuestión más espinosa es por qué Alhokair, el grupo saudí propietario de la cadena de moda Blanco desde 2014, la traspasó en junio pasado al fondo AC Modus por 83,1 millones (pagaderos en cinco plazos). Alhokair es el apellido de los hermanos Fawaz, Salman y Abdul Majeed, dueños de un conglomerado de empresas que van desde constructoras a hoteles, y cuentan con más de 2.100 tiendas repartidas por 17 países con 12.000 empleados. Fawaz Alhokair, su presidente, es también consejero de AC Modus, el fondo que compró recientemente la cadena de moda y que ahora ha llevado a Blanco al concurso de acreedores. Sus empresas tienen acuerdos con firmas españolas (como Inditex, Desigual o Mango) para operar sus marcas en países como Arabia Saudí o ex repúblicas soviéticas como Kazajistán o Georgia.

Esa separación de negocios evitaría, eventualmente, que el concurso afectase a todo su grupo. “Estamos preocupados porque puede ser una maniobra para restar derechos a los trabajadores”, denuncia Santos Nogales, secretario de Acción Sindical de SMC-UGT. Rubén Ranz, responsable de Comercio del mismo sindicato, recuerda que en los últimos años la marca ha ejecutado dos ERE: el primero afectó, en 2014, a 711 personas y el segundo, del año pasado, se cerró con otros 189 despidos. “Estamos esperando a que nombren al administrador concursal para ver qué medidas toman, la empresa ya no nos da ninguna confianza porque han incumplido muchas promesas”.

Cuentas a la baja

Las cuentas de Blanco que se conocen, las de 2014, ya reflejaban su pésima situación: pérdidas de siete millones de euros (sobre una facturación de 107 millones) y dificultades para impulsar sus, entonces, 124 puntos de venta (ahora son poco más de cien). “Estamos estudiando nuevas aperturas en mercados que hasta ahora no eran objetivo prioritario”, señalaba a este diario un portavoz de la compañía en marzo. El caso es que el grupo saudí no ha logrado el propósito que le llevó a desembarcarse en la firma en febrero de 2014 a través de la empresa Global Leiva. “En el mundo del formato fast fashion, que consiste en fabricar de forma más económica y a un coste más bajo prendas innovadoras, un retraso en el abastecimiento de las tiendas genera desinterés por parte de los consumidores al no variar la oferta de indumentaria” señalaba entonces la firma. En el plano directivo tampoco han llegado a dar con la fórmula del éxito. Hace más de un año Alhokair nombró en España al británico Stephen Craig, exdirectivo de la firma de moda AllSaints, para liderar lo que calificaron como “un nuevo comienzo” que prometía solventar los errores del pasado. “Fue al revés. Insistieron en hacer una mala planificación, la ropa no llegaba a las tiendas, y cuando compites con Inditex, que rota cada 15 días, es difícil de sostener”, piensa Ranz. Además, Blanco cambió su orientación, “quiso ser una boutique”, pero con los mismos mimbres de una cadena de moda de masas. También apostaron fuerte por el canal de venta online para dar más visibilidad al negocio, algo que no se tradujo en las ventas.

Los desahucios de locales han obligado al grupo, que por ahora no ha manifestado ninguna intención con respecto a la plantilla, a enviar a casa a muchas dependientas con licencias retribuidas. La antigüedad de muchas de las trabajadoras llega a los 10 o 15 años. “Hay personas que entraron muy jóvenes, que ahora tienen 35-40 años, y que estaban muy identificadas con la empresa, que han vendido mucho a lo largo de su carrera. Es doloroso”, insiste Ranz. El próximo capítulo de Blanco lo escribirán los juzgados.

Efectos de la competencia

El efecto de la presión que están ejerciendo las cadenas de moda sobre los precios, como Primark, comienza a pasar factura a un sector volcado en la rotación de prendas. Una de las últimas noticias ha sido el cierre de la gallega Caramelo, que llegó a tener en nómina a 800 personas y que, pese a recibir cuantiosas ayudas públicas desde la Xunta de Galicia, no pudo evitar el trágico final que los trabajadores atribuyen a “mala gestión” y a una deslocalización extrema del diseño y la producción para poder competir. Lo mismo ocurre con Blanco, cuyo grupo empresarial era, hasta el verano pasado, el mismo que tiene suscritos acuerdos con grandes marcas internacionales para vender moda de Zara, Gap o zapatos Clarks en Oriente Próximo. La falta de liquidez generó una cadena perversa que impidió el abastecimiento de las tiendas y, por consiguiente, la caída de las ventas. Frente al concurso el problema, según señalan los expertos consultados, es que las grandes cadenas como Blanco tienen escaso patrimonio con el que responder a los trabajadores y proveedores. “No queremos ni pensar en la liquidación”, aseguran en la plantilla, “pero su sombra está ahí”.

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Sobre la firma

María Fernández
Redactora del diario EL PAÍS desde 2008. Ha trabajado en la delegación de Galicia, en Nacional y actualmente en la sección de Economía, dentro del suplemento NEGOCIOS. Ha sido durante cinco años profesora de narrativas digitales del Máster que imparte el periódico en colaboración con la UAM y tiene formación de posgrado en economía.

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