De los pisadores a la fibra egipcia: un sustento entre algodones españoles
La cosecha española de algodón este año pasará de las 166.000 toneladas, mientras el sector apuesta por la especialización y la calidad para sobrevivir
José Luis Ibáñez es nieto de colonos agricultores. A mediados de los años 50, sus abuelos se trasladaron a una nueva pedanía gaditana, La Barca de la Florida, creada por el franquismo en el proceso colonización agraria que transformó tierras de secano a regadío. El algodón fue el cultivo mayoritario, escogido por el Instituto Nacional de Colonización. Los campos andaluces se tiñeron de blanco y de la nada surgieron pedanías como Torrecera, Marismilla o El Viar (ésta última en la provincia de Sevilla y conocida anteriormente como El Viar del Caudillo). El experimento cuajó, hasta tal punto que hoy Andalucía concentra prácticamente el 100% de la producción algodonera española. Justo en estos días, las provincias de Sevilla, Cádiz, Córdoba o Jaén ultiman una recolección que se espera sensiblemente mejor y que alcanzará las 166.629 toneladas de algodón, un 4% más que el año anterior.
Esa es la estimación optimista que apunta Ibáñez, algodonero y, a la sazón, secretario de organización en Cádiz de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) y presidente del grupo trabajo del algodón de Copa-Cogeca (dos comités agrarios en la Unión Europea). En total, España posee unas 60.000 hectáreas dedicadas al cultivo de esta planta, la mayor parte de ellas, en Sevilla (con el 63% de la producción), seguidas de Cádiz (un 22%), Córdoba, Jaén o Huelva. “Es un cultivo muy extendido por el Bajo Guadalquivir. Además, es muy social, ya que son pequeñas explotaciones, aproximadamente entre 5.500 y 6.000 familias vivimos de él”, contabiliza Ibáñez.
José Doña y su cuñado Rafael Acosta, de 65 y 62 años, respectivamente, son un ejemplo de ello. Su familia posee 36 hectáreas de cultivo en Los Palacios (Sevilla). De ellas, algo más de 16 están dedicadas al algodón. En estos días, ultiman la recogida en sus campos, ante la previsión de lluvias que amenaza con alterar su peso. “La cosecha se saca adelante porque es familiar, si no es difícil vivir de esto”, reconoce Acosta, mientras no pierde ojo del trabajo de los jornaleros en los terrenos de su cuñado. Es en abril cuando arranca el cultivo del algodón. Este año, un fuerte aguacero en mayo obligó a los Doña a replantar los campos. Sin embargo, ellos también advierten que “será mejor que la del año anterior”, como reconoce Doña.
Trabajo semimecanizado
Antes de que termine octubre, no quedará un algodón por recoger de Sevilla a Cádiz. Su recogida, hoy semimecanizada gracias a la introducción de cosechadoras y camiones, dista mucho de la que vio Acosta cuando llegó a Los Palacios, procedente de su Cazalla de la Sierra natal. “Venían centenares de jornaleros de todos los pueblos para cosechar el algodón. Llevaban un saco que se enganchaban a la cintura y se colocaban entre las piernas y se recogía todo a mano”, rememora. “Era una estampa increíble, yo mismo recuerdo coger algodón de pequeño”, revive hoy Ibáñez, a sus 41 años.
Ahora el ímprobo esfuerzo queda en el papel que juegan los pisadores. Contratados por una segunda empresa que se encarga de la recogida, se dedican a comprimir el algodón que llega a los camiones desde la cosechadora. Jesús Sotelo, de 39 años, es uno de ellos. Junto a su compañero, hace posible que en el vehículo entren unos 10.000 kilos de fibra. Para ello, se basta únicamente de la fuerza de sus piernas. “Es duro, cuando llegas a casa ni sientes los gemelos”, asegura el sevillano. Aunque tampoco le duelen prendas en reconocer que se siente “bien pagado”. “Por cada camión nos pagan a cada uno unos 45 euros y al día podemos llenar unos dos o tres”, reconoce.
Como Heraclio Pérez o Manuel Ortega (conductores de los camiones que se llevarán la cosecha de los Doña), Sotelo buscó la salida en el campo cuando la construcción se fue a pique. Es la tercera campaña en la que participa y le garantiza de 15 a 20 días de trabajo y un tiempo de prestación por desempleo. Para muchos, no es el único empleo de jornalero. Al algodón suman la remolacha o la vendimia.
La atomización del trabajo del algodón es evidente. Los agricultores no suelen tener máquinas cosechadoras porque “no compensa”, como reconoce Acosta. Tampoco se encargan del proceso posterior, suelen venderlo a empresas o cooperativas que realizan el desmotado que separa la semilla de la fibra que luego se empleará con fines textiles. Algosur es una de las empresas “más fuertes del sector”, como reconoce su director de investigación y marketing, Felipe Rey.
Algodón egipcio en los campos andaluces
La corporación inició su andadura en 2005 y pronto fue capaz de convencer a muchos agricultores de Cádiz y Sevilla de la idoneidad de venderle su producción. Fue por una combinación de azar e investigación. “Cuando el dueño adquirió las instalaciones se encontró que había maquinaria para tratar algodón normal y de fibra extralarga (de mayor calidad y conocido como algodón egipcio)”, rememora Rey. Enseguida, el hallazgo se convirtió en una oportunidad y comenzaron a investigar para conseguir que el algodón egipcio creciera en los campos andaluces.
En 2007 empezaron con las pruebas, y en 2009 se convirtieron en la primera empresa que consiguió cultivar algodón de fibra extralarga en España. “Toda la genética de este algodón procede de ciclos muy largos. En Egipto tienen más de 200 días para su cultivo, aquí no más de 150”, apunta el investigador. Lo consiguieron a fuerza de “investigar con variedades de semillas que a otros países no les valían”, reconoce en referencia a un proceso basado en la hibridación interespecífica (cruzando especies del mismo género). Las semillas de variedades que resultaron viables son las que, posteriormente, venden a los agricultores interesados en cultivarlas.
“Es un cultivo más vigoroso que resiste mejor las plagas y las lluvias”, explica Ibáñez. Él, además de la familia Doña, es uno de los agricultores que se decantó por cultivar esta variedad de algodón. “En total, ya hay unas 6.000 hectáreas que están produciendo fibra extralarga”, explica Rey. Y no solo lo hacen por su resistencia: mientras que el algodón normal se paga a 48 céntimos el kilo (más IVA), el egipcio alcanza los 54 céntimos, según ejemplifica el secretario de COAG en Cádiz.
Un futuro en manos de Europa
Rey cree que el futuro del algodón en España debe decantarse por cultivar algodón egipcio, de mayor calidad y con gran acogida en el mercado. Ibáñez difiere y piensa que la supervivencia vendrá al hacer ver “el valor añadido que tiene la producción europea de algodón”. En la Unión Europea, solo Grecia (con un 80% de la producción europea) España y Bulgaria (con una pequeña cantidad) lo cultivan. Según el Ministerio de Agricultura, la superficie de campos de esta planta en la UE “representa el 1% de la superficie mundial, y la producción de fibra de algodón un 1,2% del total del mundo”.
El 89% del cultivo andaluz se realiza bajo técnicas de producción integrada. “No es transgénico y cumple con todas las condiciones laborales, medioambientales y sociales”, defiende Ibáñez. Sin embargo, la producción de algodón española es adquirida “por cuatro o cinco multinacionales”, como añade Rey. Su destino mayoritario está en los países asiáticos, grandes productores textiles. Otra parte regresa a empresas textiles europeas, “sin embargo, ya ha perdido ese valor añadido con el que salió de Europa”, denuncia Ibáñez.
Esa incapacidad para transmitir al mercado el valor añadido del producto crea un dumping que sólo se salva con subvenciones, como las procedentes de la Política Agrícola Común (PAC) o la ayuda para sistemas sostenibles de cultivos agroindustriales. Entre ambas, en sus convocatorias de 2015, los campos de algodón andaluces han recibido 87,4 millones de euros. “Sin las ayudas sería imposible dedicarse a esto”, admite Rafael Acosta. Ibáñez lo sabe, aunque tampoco se le escapa que la política europea es ir reduciendo las subvenciones. De ahí que apueste por conseguir la identificación geográfica para el algodón. “En Europa hay empresas interesadas en este valor añadido. Si nosotros consiguiéramos transmitir esa calidad al mercado, el precio de nuestro algodón subiría”, reconoce. Tiene claro que es la única salida posible y así lo sentencia, con una mezcla de ilusión y preocupación: “No me planteo otra opción de futuro para el sector”.
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