Primarkista anónima
Las muy enganchadas a las compras ya teníamos fichado, comprado y testado Primark desde hace mucho
Me cuentan que se ha armado el taco en el centro de Madrid porque han abierto un Primark en la Gran Vía y las enteradas se han tirado a la calle en masa en busca del último chollo del desierto. Hablo en femenino porque me juego el tipo a que el 80% de los clientes de la nueva megastore eran clientas. Pues bien, ya os vale, colegas. Cuando vosotras vais, algunas ya hemos venido cientos de veces con las bolsas de papel marca de la casa llenas hasta las asas de gangas. Porque la que abre hoy será la primera tienda a pie de calle de la marca, de acuerdo, pero Primark ya tenía varias tiendas en varios centros comerciales de polígonos y vías de servicio, y las muy enganchadas a las compras ya teníamos fichado, comprado y testado hasta el último tangafaja del catálogo. Así que a otra con esa primicia de pacotilla. Primark para quien se lo trabaja.
Para una adicta a las gangas, Primark es el paraíso artificial hecho tienda. Vaqueros de todos los largos, anchos y grados de lavado a la piedra pómez por 11,99 euros. Medias de todos los colores, grosores y gramajes por 1,99. Sujetadores Maximize de los que te las magnifican tanto como su propio nombre indica, por siete pavos redondos. Por no hablar del mayor muestrario de refajos, perdón prendas moldeadoras, del mercado, capaces de reducirte dos tallas de tobillo a pescuezo aplicando la Ley de Redistribución de las Lorzas. ¿Quién da más por menos, señoras? Que luego los pantalones destiñan los sillones, los pantis se hagan más carreras que Alonso, o que las esponjas de los sostenes se deformen a los equis lavados y te las dejen corniveletas es otra cosa. Pero es lo que tenemos las toxicómanas. Que no tenemos ni tasa ni medida ni hartura ni conocimiento ninguno. Y si se te antoja una mini de lycra, un pijama de leopardo o un tanga de lúrex para una noche loca, sabes que en Primark lo encuentras. Y luego, ya si eso, lo tiras.
Por supuesto, hay quien compra en este baratillo con ínfulas por necesidad pura, no hay más que ver las multitudes de familias que colapsan las cajas los domingos para vestir a sus niños de pies a cabeza. Pero, como clienta fija que es una, certifico que también hay pijas de Serrano y aledaños rebuscando entre el género -y no miro a nadie, Elena de Borbón y Grecia-, en busca de, un poner, el último grito en bolsos peludos. Para los más jóvenes del lugar añado un apunte vintage, que seguro ignoran. El nuevo templo del bueno, bonito y barato ocupa el local que albergó, en los ochenta, el añorado Sepu, una jungla en la que había que ser muy Indiana Jones para encontrar un gramo de mena entre las toneladas de gangas. Aún conservo un abrigo de peluche fucsia de quitar el hipo que me envidian hasta las más fashionistas del curro, valga la redundancia. Y voy concluyendo, que al final no llego al opening de la cosa.
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