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NEGOCIOS
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ventajas de ser grande

Si hubo un tiempo en que se celebró la capacidad de las pymes para crear puestos de trabajo, hoy se ha comprobado que también tienen una elevada tasa de mortalidad

Está comúnmente admitido que España es un minifundio empresarial; el tamaño de las sociedades es pequeño y durante muchos años se ha hecho de necesidad virtud ensalzando la creación de empleo de las pequeñas y medianas empresas (pymes). El modelo empresarial basado en unidades pequeñas tiene, como es lógico, ventajas, pero un balance imparcial decidiría probablemente que sus costes son muy superiores a sus beneficios. Cuando las empresas operan en un ámbito más amplio que la realidad nacional, la competitividad y la capacidad de captación cuotas de mercado dependen mucho del tamaño.

Por otra parte, las empresas pequeñas definen también un modelo económico. Responden o son correlativas con una economía principalmente de servicios, acogida a la restauración, el sol, la playa y las actividades de esparcimiento. La actividad industrial, por ejemplo, exige una mayor aportación de capital (financiero y de formación) y una acumulación más densa de empleo. No es casualidad que el periodo de recesión profunda por la que ha atravesado la economía española haya reducido el catálogo industrial del país mientras que las actividades de servicios se han mantenido relativamente a flote. Si hubo un tiempo en que se celebró la capacidad de las pymes para crear puestos de trabajo, hoy se ha comprobado que también tienen una elevada tasa de mortalidad y tienden a destruir gran parte del trabajo creado. No debería confundirnos el hecho de que incluso durante la recesión surjan nuevas pymes, porque el pequeño negocio ha sido desde 2008 la única tabla de salvación de los desempleados.

Entre las reformas que nunca se mencionan está la mejora de la competitividad empresarial. No puede estar basada sistemáticamente en la reducción de plantillas y salarios, como si no existiesen conceptos tales como la mejora del capital humano y tecnológico, que sí son fundamentos duraderos de mejora de la productividad. De la misma forma, hay que considerar el aumento del tamaño empresarial como una gran reforma pendiente, vital en algunos mercados (por ejemplo, en el del transporte por carretera) y muy conveniente en otros. Porque, con escasas excepciones, incluso las grandes empresas españolas resultan pequeñas en comparación con sus competidoras en Europa, Estados Unidos o Japón. La cuestión que debería debatirse es que tipo de incentivos pueden ofrecerse para elevar la media del tamaño empresarial español de forma selectiva, porque es evidente que en algunos mercados las pymes ofrecen mejores perspectivas de éxito que las grandes compañías.

La discusión de fondo oculta tras la preocupación por la dimensión de las empresas se refiere a la conveniencia o no de contar con los llamados campeones nacionales en los sectores considerados como estratégicos. La economía española ha perdido significativos puntos de referencia (por ejemplo, Endesa), en algunos casos se detecta la internacionalización -sea efectiva o ilusoria- de otras grandes compañías (Telefónica, Iberdrola, algunos bancos) y a cambio no se producen relevos en la cumbre con capital netamente español. Es un debate inacabable, porque las fuerzas políticas y económicas suelen escurrir el bulto sobre sus posiciones. 

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