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CRISIS PARO

Las víctimas del paro son familias completas y jóvenes emigrantes, según la EPA

Fotografía facilitada por Andrea Rodríguez (en la imagen) tomada en Auckland (Australia). Esta joven, natural de Vigo, emigró hace siete años a Nueva Zelanda ante la imposibilidad de encontrar trabajo en España y ha concedido una entrevista a Efe en la que explica su experiencia.
Fotografía facilitada por Andrea Rodríguez (en la imagen) tomada en Auckland (Australia). Esta joven, natural de Vigo, emigró hace siete años a Nueva Zelanda ante la imposibilidad de encontrar trabajo en España y ha concedido una entrevista a Efe en la que explica su experiencia.EFE

Durante mucho tiempo se ha reflexionado sobre el tópico de vivir para trabajar o trabajar para vivir. Sin embargo, en los últimos años, de la mano de la crisis económica y el aumento del paro, ha tocado la pregunta de cómo sobrevivir sin tener un trabajo.

Según la última Encuesta de Población Activa (EPA), el número de hogares gallegos con todos sus miembros en paro se ha situado en 92.800. La de E.O.F, que solo aporta sus siglas, es una de ellas.

Mantiene a su familia en Ourense con una prestación por desempleo de 389 euros al mes. Él está inactivo desde julio de 2013. Hasta entonces había trabajado en la hostelería y en la construcción. Su último empleo fue a media jornada.

Su pareja no encuentra un puesto de trabajo desde 2011. A su cargo tienen una pequeña de año y medio.

"Cobro 389 euros de paro y pago 260 de alquiler", explica este padre, y enumera como prioridades un techo en el que vivir, "luego comer y pagar las facturas. O, a veces, haces una cosa o la otra".

La situación de sus respectivos parientes no es muy boyante, pero "somos como una piña y dentro de sus posibilidades nos ayudan. Si necesitamos pañales para la niña o leche ellos están ahí".

También acuden a Cruz Roja, al Banco de Alimentos o a la Iglesia.

En su día a día no falta una revisión diaria de todas las ofertas de trabajo. "Miramos el periódico, llevamos currículos por los negocios y también vamos al INEM a mirar las ofertas y los cursos".

Pero muchas veces "directamente nos dicen que la cosa está muy complicada".

"No es fácil estar así todos los días, solo piensas en cómo conseguir dinero. El ánimo te lo da la niña, que no le falte de nada. No es que no deba, es que no puede faltarle de nada", asegura.

Pero pese a esta actitud vital, la realidad es dura: "De todos los juguetes, ropa o calzado que tiene la niña... compradas por nosotros serán dos o tres cosas, y para Reyes pasamos meses ahorrando dos o tres euros para comprarle algo, y, aún así, nos pudimos gastar menos de 30 euros".

Los "pequeños lujos" están, por supuesto, fuera de su alcance.

"En dos años y medio de relación hemos salido a cenar dos veces, y nunca hemos ido de vacaciones o al cine", relata. Lo único que puede asegurar con orgullo es que "a la niña no le falta de nada".

Uno de los segmentos que sufre duramente esta situación es el de los jóvenes. Según el Instituto Galego de Estadística (IGE) la tasa de paro entre gallegos de entre 16 y 29 años ascendió hasta el 38,1% al finalizar el pasado año, casi dos puntos por encima con respecto a 2012.

Andrea Rodríguez tiene 27 años y es natural de Vigo, aunque lleva siete meses en Nueva Zelanda. Forma parte de esa nueva generación de emigrantes gallegos.

Su currículo académico es cuando menos impresionante. Es licenciada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela y tiene un Máster en Comunicación Social, con especialidad en Comunicología por la Universidad Complutense de Madrid.

Además, estudió un ciclo superior en Realización de Audiovisuales y Espectáculos en la Escuela de Imagen y Sonido de Vigo. Y, por si no fuese suficiente, es Community Manager y habla español, gallego italiano e inglés.

Pero, pese a esto, desde septiembre del 2011 no ha vuelto a trabajar en España. Después de periodos de prácticas -época en la que incluso obtuvo una mención especial en los V Premios Galicia Solidarios de la ONCE- solo consiguió que una televisión local la llamase una vez porque habían encontrado su currículo en la base de datos de alumnos de la Complutense.

Le ofrecieron trabajar sin remuneración y se indignó al entender que su preparación y conocimientos requerían una compensación aunque fuese mínima.

Tras mucho tiempo de búsqueda fallida de trabajo por otros puntos de Europa, tanto ella como su novio, un italiano que es ingeniero aeronáutico de profesión, decidieron poner rumbo a las antípodas.

"Realmente, nos daba igual el destino, queríamos escapar y dejar atrás la situación que estábamos viviendo desde hacía un año, así que la decisión de marchar fue muy fácil de tomar, y el irnos nos ha llenado de esperanza y energía", relata Andrea para EFE.

Pero esto no ha sido "una aventura divertida como a veces califican los políticos la emigración juvenil. Las aventuras están muy bien cuando uno decide hacerlas libremente, no obligados por una situación desesperante y sin salida".

Su decisión repercutió en su familia que "en un primer momento se puso muy triste, pero en cuanto les mostré imágenes y datos sobre Nueva Zelanda se tranquilizaron y lo entendieron".

La que más apoyo le ha brindado ha sido su abuela de 89 años, "esa señora que cuidó a sus 7 hijos sola en el pueblo mientras su marido trabajaba en Alemania. Ella sabe mejor que nadie que emigrar es la solución que queda".

"La integración ha sido facilísima. Los neozelandeses son gente muy hospitalaria, generosa y educada, porque son un país lleno de emigrantes", explica, pero deja claro que "no he venido a la otra punta del mundo de vacaciones. De hecho, poco conozco del país. He venido a buscarme la vida, al igual que hizo mi abuelo hace 50 años. Soy una emigrante del siglo XXI, es decir, con estudios e idiomas".

Ambos, ella y su pareja, se encuentran inmersos en procesos de selección para trabajos directamente relacionados con sus estudios. Con todo, dice Andrea, "claro que me gustaría volver a Galicia. Aún no lo sé seguro, pero espero quedarme en Nueva Zelanda unos dos o tres años mínimo y después volver a Europa".

Desea que "las cosas cambien y que el panorama laboral gallego se presente atractivo y todos los gallegos que andamos por el mundo podamos volver a casa y dejar atrás la morriña".

Esto se ha hecho real en el caso de la periodista lucense Noemí Alonso. Después de trabajar de camarera durante varios meses en febrero de 2013 recibió esa llamada que tantos esperan. Ahora se dedica a lo que más le gusta, la radio, de la mano de RNE en Pontevedra.

"Cuando me llamaron no me lo podía creer, me sentí muy contenta, recompensada por todo mi esfuerzo y el de todos aquellos que pelearon para que yo pudiese formarme", ha dicho a EFE.

Pero eso no la hace ajena a la realidad mayoritaria: "Lo único malo de tener trabajo es que mis amigos no lo tienen", concluye.

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