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‘Au revoir’, Sir Owen-Jones

L’Oréal despide a su directivo más emblemático tras 44 años en la compañía

Lindsay Owen-Jones (izquierda) y el consejero delegado de L'Oreal, Jean-Paul Agon
Lindsay Owen-Jones (izquierda) y el consejero delegado de L'Oreal, Jean-Paul AgonPIERRE VERDY (AFP)

El viernes, en el palacio de congresos de París, L'Oréal, líder mundial de productos de belleza y cosmética, celebró su junta general ante varios cientos de inversores y periodistas acreditados. Nada más abrir la sesión, Jean-Paul Agon, consejero delegado, rindió un caluroso homenaje al presidente de honor, Lindsay Owen-Jones, el sir escocés de 67 años que asistía a su última junta como consejero porque ha decidido jubilarse en Suiza tras pasar 44 años en la compañía y ayudar a convertirla en un imperio. Agon recordó que durante la presidencia ejecutiva de Owen-Jones, entre 1988 y 2008, la facturación de L’Oréal se multiplicó por 6; el beneficio, por 14; el precio de la acción en Bolsa, por 16, y el dividendo, por 35.

En plena crisis europea, la rebosante salud de la centenaria marca de “tintes inofensivos para el pelo”, fundada en 1909 por el químico Eugène Schueller, es la envidia de cualquier empresa. La acción ha subido un 20% desde enero. En el primer trimestre, L’Oréal ha facturado 5.930 millones de euros, un 5,5% más que en el mismo periodo de 2012, ejercicio que cerró con unos beneficios de 2.868 millones (+17%). Con una capitalización en Bolsa de 78.561 millones, el título ha ganado un 75% desde que empezó la crisis, en 2008. Pero la cúpula presume de austeridad. Agon cobró el año pasado un bono de 1,7 millones, más 2,1 millones de salario fijo, el mismo que recibe desde 2008.

Bajo su presidencia ejecutiva, L’Oréal ha multiplicado por seis la facturación

El éxito del grupo, participado mayoritariamente por la familia Bettencourt y por Nestlé, parece solo el anuncio de un futuro todavía más boyante. Tras anunciar un reparto de un dividendo del 15%, Thierry Prévot, director general de comunicación financiera, mostró un gráfico para explicar que el “planeta belleza” es hoy un mercado valorado en 180.000 millones de euros, que está llamado a duplicarse en una década. China será en 2025 el primer cliente mundial, por delante de Estados Unidos, anunció Prévot.

La evolución de L’Oréal desde una pequeña empresa familiar hasta el gigante global actual acompaña el relato de un siglo muy convulso políticamente que desembocó en la feroz expansión del capitalismo sin reglas que se vive hoy. Tanto el fundador, Schueller, como su mano derecha, el periodista, empresario y político André Bettencourt (1919-2007) colaboraron con el régimen filonazi de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial. En 1942, Schueller envió a Bettencourt a Suiza para arianizar Nestlé. Al final del conflicto, los dos serían rehabilitados —y condecorados con la Legión de Honor— gracias a su amigo común François Mitterrand, otro colaboracionista de primera hora reconvertido en libertador.

André Bettencourt se casó en 1950 con la única hija de Schueller, Liliane, nacida en 1922. El fundador murió en 1957 y la heredera se convirtió en única accionista. Los Bettencourt sacaron el grupo a Bolsa en 1963, y en 1976 edificaron la nueva sede, que combinaba oficinas y laboratorios dedicados al ADN original de la empresa: la investigación.

El joven Lindsay Owen-Jones entró en L’Oréal en 1969 y fue recorriendo el grupo hasta llegar a la dirección general en 1984 y poco después a la presidencia ejecutiva. Tras estudiar literatura francesa y alemana en la Universidad de Oxford y diplomarse en el Instituto Europeo de Administración de Empresas (INSEAD), Owen-Jones comenzó como jefe de ventas de los champús DOP a las peluquerías de Caen y Cherburgo. Pronto subió como la espuma y fue nombrado jefe de una filial italiana a los 25 años. Con la idea de dejar atrás a sus competidores —Shisheido, Estée Lauder o Revlon—, a los 34 años Owen-Jones dirigió en los años ochenta la conquista de EE UU. “Fue como un maratón, recorrí el mundo durante 20 años para animar a los directivos a transformar una empresa franco-francesa en un actor internacional y darle una visión mundial”, ha recordado esta semana en Le Monde.

Desde que tomó el mando del grupo, las ventas han crecido a razón de dos dígitos anuales. Owen-Jones se convirtió en uno de los gestores mejor pagados del CAC40 y se ganó reputación de patrón autoritario y estresante. “Es una caricatura equivocada”, ha replicado. “Nunca he sido un demagogo. Pero si una idea no es buena, hay que decirlo”.

Owen-Jones no declaró en 2005 100 millones que le regaló Bettencourt

Su viejo amigo Maurice Lévy, consejero delegado de Publicis, ha contado que Owen-Jones se caracteriza por sus “ataques de cólera fría”, y ha subrayado que tiene un “lado insoportable que puede resultar molesto, porque es excelente en todos los campos”. Lévy destaca también su “gran fidelidad, su fuerte impaciencia y la continua elevación de su nivel de exigencia”.

Piloto de helicóptero, loco de los automóviles (fue tres veces campeón de carreras de coches antiguos, y participó tres veces, con discreto éxito, en las 24 Horas de Le Mans) y amante de la vela, el gran triunfador en los negocios y los palacios de las dos orillas del canal de la Mancha —también condecorado con la Orden del Imperio Británico, en 2005—, iba a caer en desgracia el año que empezó la crisis financiera, en 2008, poco después de que estallara el escándalo Bettencourt.

Gracias a unas cintas grabadas por el mayordomo y filtradas por los abogados de la hija única de Liliane Bettencourt, Françoise, el mundo entero supo que el entorno íntimo de la octogenaria, la mujer más rica del mundo según la lista Forbes de 2013, con 30.000 millones de dólares, se estaba aprovechando de su largueza y su supuesta senilidad para enriquecerse a conciencia.

El administrador de su fortuna, buen amigo de Eric Wöerth, entonces ministro de Hacienda de Nicolas Sarkozy, y este mismo, entre otros personajes más o menos célebres, se convierten en sospechosos (y más tarde, en imputados) de haber abusado de la debilidad de la millonaria.

Las sospechas alcanzan de lleno a Owen-Jones. Los sindicatos critican el megacontrato —710.000 euros anuales por una consejería artística y el montaje de una exposición— que firmó con el fotógrafo François-Marie Banier, íntimo de la anciana Bettencourt, al que esta había ido regalando dinero y una colección de arte de incalculable valor. Owen-Jones se ve obligado a anular el patrocinio, pero la investigación revela otro secreto: en 2005 cobró, además de su sueldo, 100 millones de euros libres de impuestos de la heredera. Atacado por no haber informado de ello a los consejeros de Nestlé, que poseen el 29,3% del grupo, dimite como consejero delegado, pero sigue de presidente.

En la hora del adiós definitivo, refugiado en la casa de Lugano (Suiza), donde se instaló el año pasado, aunque niega que sea por la agresiva política fiscal de François Hollande, Owen-Jones ha dicho: “Sentí un enorme orgullo por ser recompensado por aquellos a quienes enriquecí. En EE UU nadie lo vio mal. Los merecía rotundamente”.

Propietario del 0,5% del capital del grupo y aún consejero de Ferrari y BNP, Owen-Jones afirma que “ganar dinero no es obsceno ni ridículo” y dice arrepentirse solo de una cosa: “Debí hacer público el regalo. Pero hace 10 años era un tema hipersensible”.

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