Recalculando la ruta
Cuando viajamos por carretera con ayuda de un GPS y tomamos algún camino no sugerido por el sistema, este alerta con un sonoro “recalculando ruta”. La eurozona parece abocada a las carreteras secundarias fuera del camino aparentemente más sencillo porque nadie mira al GPS y cada cual propone una vía distinta. Porque las apariencias engañan y nada es fácil ni evidente en la exasperante maraña de la gobernanza económica del euro.
Tomar vías alternativas puede ser una estrategia válida si todos las apoyan y se alcanza el mismo destino, que no debe ser otro que la deseada estabilidad para la deuda soberana y un marco de consolidación fiscal compatible con la recuperación económica. Pero el viaje tiene ya muchas etapas e incidencias, y puede que la ruta seguida hasta la fecha haya alejado demasiado a los países de la moneda única de esos objetivos. En este punto, a veces las amenazas son el único modo de generar una reacción y parece que algo de esto está ya sucediendo. En el extraño viaje de la crisis de la deuda soberana en estos meses ha irrumpido ya, como se esperaba, el fantasma de una recesión internacional. Y lo ha hecho con fuerza en tanto en cuanto estos días se ha alertado de la posibilidad de que la recesión sea, por primera vez en esta crisis, verdaderamente global y no una cuestión a ambos lados del Atlántico. En lo que a Europa respecta, una noticia tan mala como la posible recesión global puede ser la amenaza que ayude a aunar voluntades y reaccionar. En particular, Europa debe darse cuenta de que una mayor cohesión en torno a una unión bancaria y fiscal es una cuestión de total urgencia. Y, por supuesto, lo que está sucediendo es, en parte, la constatación de que las políticas de austeridad a ultranza han sido un error que solo empeora las cosas. La consolidación fiscal debe ser realista en plazos y condiciones y, solo a partir del realismo, estricta y punitiva cuando fuera preciso. Lo que se ha venido haciendo ha sido exigir a los enfermos que coman cada vez menos, pero que tengan cada vez más fuerzas para seguir sin comer. Pura incoherencia. La directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, ya lo avisaba estos días cuando sugería que el principal problema no es la condicionalidad que acarrean los rescates y ayudas, sino la falta de realismo de los plazos para la consolidación fiscal.
Lo que está sucediendo es la constatación de que la austeridad a ultranza solo empeora las cosas
España se ha convertido en Europa en algo a medio camino entre el objeto de la experimentación y el reactivo que puede cambiar las cosas. Que España precisa de ayuda financiera —para hacer frente más holgadamente a sus asfixiantes obligaciones financieras de carácter público y, sobre todo, privado— y de ayuda monetaria —para reducir el coste de su financiación— resulta innegable. Cualquier GPS que se precie habría apostado por una ruta en la que España solicitara el rescate, de forma más o menos ágil, seguido de una acción contundente del Banco Central Europeo (BCE) comprando bonos y reduciendo la prima de riesgo española. El problema es que las voluntades no están del todo claras y no son las que muchas veces se afirman públicamente. El llamado núcleo duro europeo sigue demostrando su falta de confianza en el resto de sus socios y generando un entorno de sospecha en el que la petición de rescate (que sigue siendo absolutamente necesaria) se ha demorado. Basta observar para comprobarlo los resultados de la cumbre europea de que se ha celebrado esta semana. Este retraso en la petición está generando una situación paradójica porque la expectativa del rescate ha traído algo de calma a los mercados y, mientras se decide, el Tesoro español está acometiendo con éxito el más duro y exigente calendario de emisión, algo que muchos ponían en duda en Europa. Ahora, aunque el rescate tarde, puede coincidir con un cierto cambio en las reglas del juego que España debería aprovechar.
La desaceleración mundial de la que alerta el FMI puede hacer que todo se pare para retomar el camino desde bases distintas. Alemania, por ejemplo, comienza a sentir el dolor ante la evidencia del error que ha supuesto que todos los países europeos apliquen austeridad a la vez y ya se sugiere que puede haber rebaja de impuestos en el país. Era cuestión de tiempo, pero ¡cuánto se ha tardado! Curiosamente, Alemania se servirá de la amenaza de recesión global para no dañar su orgullo y reafirmarse en que la austeridad es la mejor estrategia, pero que es preciso interrumpirla para que los fuertes se sacrifiquen para ayudar al resto de socios (esos que sostienen su balanza comercial).
Si el cambio de ruta en la UE se confirma habrá que tener en cuenta que la crisis se va a alargar
Pensando en Europa y España, si el cambio de ruta se confirma, habrá que tener en cuenta al menos tres cosas. La primera, que la crisis se va a alargar y aunque no es una buena noticia, se aprecia que los riesgos financieros son cada vez menores, por lo que el escenario macroeconómico que acecha podría corregirse de una vez por todas desde la base de una mayor estabilidad financiera. En segundo lugar, en Europa es absolutamente urgente avanzar hacia un cortafuegos creíble para la deuda soberana, con una Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) fuerte, profundo y creíble, avances algo más veloces hacia la unión bancaria que, en todo caso, parece que se retrasará, al menos, hasta dentro de un año. En tercer lugar, para España la petición de ayuda debería mirar menos a la condicionalidad per se y centrarse más en hasta qué punto las reformas y los objetivos fiscales están siendo realistas en sus contenidos y en sus plazos, y de este modo negociar el rescate —que sigue pareciendo inevitable— aprovechando este clima de cierto cambio de reglas. Haciéndose, de algún modo, una protagonista positiva del cálculo de la nueva ruta para Europa.
Santiago Carbó Valverde es catedrático de Economía y Finanzas de la Bangor Business School e investigador de Funcas
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