"Yo quiero mucho a este partido..."
Rubalcaba gastó todos los cartuchos del programa socialdemócrata para ganar el congreso - Tras media vida en el PSOE, ahora escribirá él su "nueva página"
Durante años pareció que pasaría a los libros de historia como el portavoz-driblador de Felipe González en su más que controvertido último Gobierno; después, reciclado en diputado del zapaterismo y en ministro, le tocó asumir la todopoderosa vicepresidencia en el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero. Seguía en primera línea, pero seguía siendo el segundo. Y seguía pareciendo que esa sería la estación termini. Llegaron las elecciones del 20-N y encabezó la candidatura, pero eran unas elecciones perdidas; y el candidato -elegido sin primarias-, un candidato inmolado.
Ayer, por primera vez después de media vida en el PSOE, de muchos lustros trabajando en las tripas del partido y también en el escaparate de la acción pública, Alfredo Pérez Rubalcaba era solo él. Se la jugaba él, al frente de sí mismo. Ahora sí con rival enfrente. Y resultó que no se había inmolado, que el 20-N no era la estación termini, que ha ganado y será secretario general del PSOE. Ahora vuelve a parecer que ese será, sí, el último cargo, la culminación de la carrera política del hombre que dio el salto de Felipe a ZP y sobrevivió a ambos. Pero para eso tendría que renunciar a ser candidato en las próximas elecciones generales.
El aún candidato ensalzó tanto a Felipe González como a Zapatero
El órdago: "Revisar" el Concordato con la Iglesia católica para responder al PP
Será imposible saber cuánto pesó en el triunfo por 22 votos el discurso de ayer por la mañana ante los 956 delegados con voto. Sirviera o no para amarrar los últimos apoyos, Rubalcaba lo convirtió en un festival de propuestas socialdemócratas, muchas de ellas aparcadas por los mismos Gobiernos de los que él formó parte. Y lo llenó de guiños a diestro y siniestro, tocando todos los palos: elogió hasta la saciedad al presidente andaluz, José Antonio Griñán, y a la imprescindible federación andaluza -disputada con Carme Chacón hasta el último minuto-, recordó a todos y cada uno de los delegados lo importantes que eran -hasta el punto de nombrarlos a todos herederos directos de Pablo Iglesias-, hizo promesas a las mujeres, a los alcaldes de pueblos pequeños que habían reclamado atención esta semana, a los jóvenes y a los mayores. Hasta al "militante 2.0".
Reivindicó el felipismo y el zapaterismo, recordó la derrota de ETA que llegó con él de ministro del Interior (aunque le pasó el mérito a Zapatero) y, como broche, soltó la bomba que puso en pie a gran parte del auditorio: si el PP sigue su plan para "hacer retroceder España 30 años", dijo, el PSOE se replanteará revisar el concordato con la Santa Sede que se firmó en la Transición, y que otorga privilegios económicos a la Iglesia católica. El mismo que nunca había cuestionado un partido que lleva años prometiendo separar definitivamente los asuntos religiosos de los civiles y aparcando siempre ese compromiso.
Una hora de discurso sin leer que Rubalcaba comenzó con una frase: "Compañeros, yo quiero mucho a este partido". A todo el PSOE y, ayer mucho más, al PSOE andaluz, que es "el corazón y la columna vertebral" de los socialistas, que concurre a unas elecciones históricas el próximo mes y que aportaba casi el 25% de los delegados con voto.
"Yo quiero mucho a este partido...", había dicho el candidato. Y quiso expresamente reivindicar toda su historia. Si la máxima de Chacón era "entrar en un tiempo nuevo", él se esforzó en subrayar de dónde viene el partido y lo que ha hecho. Lo que ha hecho de bueno. De Pablo Iglesias a Zapatero, pasando por Felipe González y Alfonso Guerra, hasta la "nueva página del socialismo" que él quiere escribir ahora.
Sus promesas de giro a la izquierda: "meter mano a los banqueros", ocuparse de los jóvenes y la igualdad de las mujeres, asegurar la ejemplaridad de los cargos públicos socialistas -no mencionó el presunto desvío de dinero público en el caso de los ERE falsos en la Junta de Andalucía-, hacer más transparente el partido y, finalmente, "revisar" la relación con la Iglesia católica. Ese fue el momento más aplaudido, seguido muy de cerca por otro: aquel en el que reclamó un PSOE
que haga un discurso "coherente" en toda España, algo que el partido, admitió, ha perdido. "Somos Partido, Socialista, Obrero y Español, y a ninguna de las cuatro cosas tenemos que renunciar. No podemos traspasar la línea que separa un partido federal de una confederación de partidos", afirmó.
Prometió que con él al frente "no habrá rubalcabismo en el PSOE" -"yo odio el sectarismo", aseguró-; que promoverá un "liderazgo colectivo" pero, a la vez, será un "líder fuerte" para "un partido fuerte" -esa frase, "¡somos un partido fuerte!", fue la que hizo saltar de entusiasmo a los delegados horas más tarde, cuando la repitió cuatro veces tras ser proclamado secretario general-. Al final, parafraseó a Lampedusa y su receta para conservar el poder: "Quiero cambiar el PSOE para que siga siendo el PSOE". Mientras los militantes le aplaudían y él saludaba desde su butaca, Alfonso Guerra, a su lado, sonreía con las dos manos apoyadas sobre las rodillas.
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