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EL CÓRNER INGLÉS | FÚTBOL
Columna
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Garzón y el arbitraje español

- "Si buscáramos patrocinio para los árbitros propondría empezar por el Instituto Real Nacional para los Ciegos". Paul Durkin, exárbitro inglés

Es deprimente constatar cómo en todo, salvo el detalle de la calidad del juego, el fútbol inglés le gana por goleada al español. Dentro y fuera del campo. Por un lado, como sabemos, los estadios en Inglaterra están siempre llenos, hay más emoción en los partidos, más de dos equipos en la contienda por el título etcétera; por otro, la polémica que se genera alrededor del deporte es infinitamente más variada. Va mucho más allá del único tema que hay, al fin de cuentas, en España, el de los árbitros.

Empecemos por un par de casos que han dado mucho que hablar en Inglaterra esta misma semana. El del entrenador del Tottenham, postulado como futuro seleccionador inglés, Harry Redknapp; y el del capitán del Chelsea, y hasta el viernes capitán de la selección, John Terry. Ambos han comparecido ante los tribunales esta semana acusados no de acumular demasiadas tarjetas, o de pisotear o insultar a los rivales, sino de violar las leyes del Estado. Se les acusa de ser criminales. La policía ha acumulado pruebas contra ellos y si los jueces concluyen que Terry es culpable de racismo y Redknapp de fraude, el primero podría recibir una multa de 300.000 euros, el segundo podría acabar en la cárcel.

Con un poder judicial politizado no sorprende que los aficionados pongan en duda el sistema arbitral

Esto sí tiene enjundia. Como también la tuvo el caso de Ashley Cole, lateral izquierdo del Chelsea y de Inglaterra, que hace un año disparó un rifle de aire comprimido contra un joven empleado de su club que tuvo que ser hospitalizado. O el de Wayne Rooney... bueno, Rooney tiene tantas historias acumuladas que podría protagonizar su propia telenovela, pero por ahora nos referimos al caso de su padre, que fue detenido en octubre bajo sospecha de haber participado en una trama ilegal de apuestas relacionada con el resultado de un partido de la Liga escocesa, aparente motivo por el cual el jugador hizo una locura en su siguiente partido y recibió una indiscutible tarjeta roja.

A todo esto se suma el sinfín de historias de borracheras, prostitutas y traiciones sexuales entre hermanos o compañeros de equipo que llenan las páginas de los periódicos ingleses. No queda espacio para hablar de los árbitros. O relativamente poco. Los aficionados ingleses operan sobre la premisa de que sus árbitros son todos malos y si alguno se equivoca, pues, nada nuevo bajo el sol. Se indignan, por supuesto, cuando su equipo sale perjudicado pero -con la posible excepción del iracundo Alex Ferguson, el entrenador del Manchester United- no se pasan la semana, o el mes, o toda la vida, argumentando que existe una conspiración en su contra.

En España, como lo único que existe como tema de conversación entre partido y partido es el arbitraje, el tema se examina desde todos los ángulos; se le exprime todo el jugo posible. Así fue esta semana, cuando los medios deportivos no tuvieron más remedio que anatomizar las inocuas declaraciones al respecto de Sandro Rosell, Leo Messi y Aitor Aranka y concluir de ellas que se había desatado la tercera guerra mundial. Es como la diferencia entre una gentil novela de Jane Austen, en la que el ápice del horror es que una señora se tuerce el tobillo, y una de Tolstoi en la que todo un ejército queda diezmado.

Ahora, claro, la obsesión arbitral en España tiene su explicación cultural; se genera en un país cuyo poder judicial está lamentablemente politizado. Como vemos, por elegir un ejemplo entre tantos, en el juicio contra Baltasar Garzón, motivo de bochorno (por si alguien no se había enterado) frente al mundo. En semejante contexto no es del todo sorprendente que los aficionados del fútbol pongan en duda la imparcialidad del sistema arbitral. Por similares razones es difícil imaginar que en España un capitán de la selección se vea obligado a comparecer ante un juez por supuestamente dirigir un insulto racista a un jugador mestizo, o que un reputado entrenador se enfrente a la cárcel, acusado de embolsarse un pequeño porcentaje del dinero gastado en un fichaje sin (¡horrores!) pagar los impuestos correspondientes.

Queda un consuelo para España que posiblemente sea más que suficiente para el grueso de la población. La selección española juega mil veces mejor que la inglesa. Una es favorita para ganar la Eurocopa en el verano; la otra es favorita para hacer otro tremendo papelón.

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